Es triste tener que admitirlo, pero la comunidad
ajedrecística mexicana no se ha caracterizado por su solidaridad y, mucho
menos, por su unión ante tareas comunes. Otros grupos o gremios incluso han
sacado ventaja de esta debilidad. Por eso en muchas ocasiones cuando la
sociedad en general reconoce la necesidad de promover el ajedrez, no son
precisamente los ajedrecistas los que toman la batuta en estas oportunidades,
sino personas relativamente poco relacionadas con la práctica del ajedrez en
si, pero con más visión práctica que no se ha deformado por encerrarse en un
mundo de 64 casillas blancas y negras.
Solo una muy pequeña proporción de los que juegan
ajedrez, uno entre cien mil personas, logran adquirir un título internacional
como jugador, y uno supondría que de alguna forma son la punta de la pirámide
de la afición al ajedrez. Si a eso añadimos que solo un puñado pueden decir que
han ganado un evento internacional, pensaría que se le tendría alguna
consideración en el medio. En otros deportes, aun los menos populares que el
ajedrez, se le daría importancia mayor a sus problemas humanos que lo que se ha
dado al campeón panamericano Flores Guerrero. Si además agregamos la muy
probable posibilidad de que haya sido victima de una injusticia, uno cabría
esperar que solidariamente la comunidad de ajedrecistas mexicanos daría un
fuerte apoyo moral y un apoyo solidario económico mínimo para tratar de que su
situación tuviera el menor daño posible.
Pero parece que la familia se encuentra sola ante el
problema y que ni asociaciones de padres o de jugadores de ajedrez han mostrado
capacidad de reacción ante el problema. Fundaciones, asociaciones e incluso
líderes de opinión del ajedrez han mostrado poca visión política, porque si
bien la comunidad no se ha mostrado solidaria monetariamente hablando, si han
puesto atención, un poco pasiva a la situación y seguramente harán sus
conclusiones respecto a quienes realmente se interesan por los ajedrecistas y
podrán diferenciarlos de los que simplemente pretenden aprovecharse de los
ajedrecistas para alimentar o sus egos o sus bolsillos.
Muchos ajedrecistas somos poco cuidadosos para la
economía, pero pisar una tecla o compartir una foto de facebook está casi al
alcance de todos, y en este mundo reciente de las redes sociales no sabemos
todavía el efecto positivo que se pueda lograr. El caso es que todos podemos
hacer algo, por poco poderosos, por muy pobres o por muy poco ingeniosos que
seamos, habrá algo que podamos hacer.
Lo peor del caso es que no es el único ajedrecista en
problemas, hay otro, curiosamente con el mismo apellido Guerrero que sufre por
injusticia, o al menos cabe una gran duda de que haya recibido un juicio justo,
y al cabo de dos años se observa poca atención a su caso. Eso me recuerda
aquellas frases que decían: “Vinieron por los judíos y no alzamos la voz, luego
vinieron por los comunistas y no alzamos la voz, vinieron por los enfermos, y
no alzamos la voz, vinieron por los que protestaban un poco y no alzamos la
voz, cuando vinieron por nosotros, no quedo nadie para alzar la voz”
La familiaridad acrítica es acostumbrarse a lo malo, a lo
injusto y de tanto verlo, llega un momento en que ya no lo notamos, lo sentimos
tan común, que ya parece normal. Se llega a ser pasivo, tan indiferente, que ya
no somos humanos, ni animales, ni vegetales, simples piedras que de tan poco
útiles, que solo afean el paisaje.