Desde
la amable República Argentina varios lectores de nuestros "Apuntes"
nos han proporcionado importantes datos. El lejano pariente Manuel Ocampo,
desde Mar del Plata nos recuerda un artículo publicado en "El
Ajedrez Americano" en Buenos Aires en 1933, así como Mario
Antonelli Fruvas nos manda artículos de José Martí y Andrés Clemente Vázquez
sobre la actividad de ajedrez en los finales del siglo XIX, así como multiples
datos biográficos de Mariano Eguiluz y del mismo Clemente Vázquez. Realmente la
magia del INTERNET ha funcionado y desde Argentina nos han enviado nada menos
que diez documentos sumamente importantes, lo cual nos hace retomar un tema,
que por otro lado me es tan agradable.
La revista "El Ajedrez Americano" fué
una obra sumamente notable, que nos constata la tradición centenaria de amor
por el Ajedrez de la hermana República Argentina. Algunos ajedrecistas con conocimientos
superficiales piensan que en la Argentina se desarrolló el ajedrez a partir de
la Olimpíada de 1939, con la rica inmigración que se suscitó al coincidir con
el estallamiento de la Segunda Guerra Mundial. Indiscutiblemente fue en parte
así; pero para esos momentos ya la Argentina era uno de los centros más
importantes del ajedrez en el mundo hispano. Baste citar la organización del
Campeonato Mundial en 1927, cuando nace "El Ajedrez Americano"; y la
organización de la misma Olimpíada de 1939.
Roberto Grau ha sido maestro de
muchas generaciones de jugadores hispanoamericanos que fueron devotos de su "Tratado
General de Ajedrez". Su labor por el desarrollo del ajedrez
argentino fue decisivo en los años treinta y su revista "El Ajedrez
Americano" tenía una calidad que no ha sido superada. Preparando un
artículo especial sobre la GM Claudia Amura, casada con el GM mexicano Gilberto
Hernández, revisé los ejempares del 165 al 215 de Ajedrez de Estilo, que
contiene artículos mágnificos, pero no pude menos que compararlos, los
ejemplares, no los artículos, con los de "El Ajedrez Americano" de
1927 a 1935. Asimismo revise varias revistas argentinas y uruguayas, así como
diversas de México y de Venezuela de los años treinta a los setenta y realmente
"El Ajedrez Americano" tenía una calidad aún superior. Varias veces
oí del mismo Fischer que Oscar Panno y Najdorf tenían trabajos insuperables, lo
que constaté; lo mismo los artículos de Diego Adla, Claudia Amura y Juan
Morgado. Pero Roberto Grau mostró un camino y señaló un rumbo que fue
parteaguas en el Ajedrez Argentino.
Regresando a nuestro tema principal, el artículo
que me permito extraer de Adolfo Marquéz Sterling, tío de Don Manuel y
publicado en 1933 en "El Ajedrez Americano" me parece sumamente
valioso para el acervo de la historia del Ajedrez en mi país.
Tres Maestros
de Ajedrez
Pequeña Reseña de la Historia del Ajedrez de México
Por Adolfo Marquéz Sterling
Pequeña Reseña de la Historia del Ajedrez de México
Por Adolfo Marquéz Sterling
El ajedrez en México ha tenido entre sus grandes
cultores a un barbero, a un platero y a un mendigo. Señalo el hecho por
curioso; y además porque demuestra cómo es nivelador, en el orden social, el
juego ciencia.
A fines del año 1891 el Club de Ajedrez de México, muy concurrido durante las frías noches de la capital azteca, era un saloncito estrecho y poco confortable a donde concurrían los aficionados fuertes de aquella ciudad que tanto parecido guarda con Buenos Aires; y en ese saloncito, en el que a veces no cabían las personas que lo frecuentaban, era contiguo a la barbería del viejo Mariano Eguiluz, el más genial de los ajedrecistas a quienes he aludido al comenzar estos recuerdos.
Sin embargo, entre los jugadores de la barbería figuraban un ministro, Fernández, los jueces Luzuriaga, Horcasitas y Nieto, que llegó a ser campeón de México; el jefe del Archivo General de la Nación, Don Justino Rubio; el diputado Juan A. Mateos y otras personalidades sobresalientes.
A fines del año 1891 el Club de Ajedrez de México, muy concurrido durante las frías noches de la capital azteca, era un saloncito estrecho y poco confortable a donde concurrían los aficionados fuertes de aquella ciudad que tanto parecido guarda con Buenos Aires; y en ese saloncito, en el que a veces no cabían las personas que lo frecuentaban, era contiguo a la barbería del viejo Mariano Eguiluz, el más genial de los ajedrecistas a quienes he aludido al comenzar estos recuerdos.
Sin embargo, entre los jugadores de la barbería figuraban un ministro, Fernández, los jueces Luzuriaga, Horcasitas y Nieto, que llegó a ser campeón de México; el jefe del Archivo General de la Nación, Don Justino Rubio; el diputado Juan A. Mateos y otras personalidades sobresalientes.
El Barbero
Eguiluz
(Nota de R.Ocampo: ampliaremos la nota con un
artículo de Andrés Clemente Vázquez )
El barbero Mariano Eguiluz
carecía de estudios; su práctica era su fuerza; su golpe de vista y la
instantánea rapidez de sus combinaciones le presentaban como un aficionado
genial. Zukertort, el gran Zukertort, manifestó asombro al conocer algunas partidas
de Eguiluz.
Escontría,
paciencia y perseverancia
Antonio Escontría, platero,
hombre más joven y vigoroso que Eguiluz, carecía tal vez de su rapidez de
concepción, pero su juego era más sólido y profundo. Entre sí jugaban raras
veces. No recuerdo de parte de quien estaba la victoria.
Estoy seguro, eso sí, que Escontría representaba la paciencia y la perseverancia; Eguiluz amaba la emboscada, la sorpresa, la tempestad. A plazo largo, el triunfo era sin duda de Escontría.
Cuando el viejo barbero, gastado por cerca de setenta años de trabajo, vivía casí retirado del tablero y yo, que era muy joven y entusiasta aficionado, conocedor entonces, de todas las variantes de los libros y de todos los maestros de ajedrez, con mi "teoría" pude hacer frente a la práctica y al talento de mi contrario que, como los jugadores mexicanos de aquel tiempo, lo confiaba todo a sus poderes de combinación.
Los "amateurs" y la prensa en general manifestaron gran interés por un match entre él y yo, que después de doce partidas quedó igualado cuatro a cuatro.
Estoy seguro, eso sí, que Escontría representaba la paciencia y la perseverancia; Eguiluz amaba la emboscada, la sorpresa, la tempestad. A plazo largo, el triunfo era sin duda de Escontría.
Cuando el viejo barbero, gastado por cerca de setenta años de trabajo, vivía casí retirado del tablero y yo, que era muy joven y entusiasta aficionado, conocedor entonces, de todas las variantes de los libros y de todos los maestros de ajedrez, con mi "teoría" pude hacer frente a la práctica y al talento de mi contrario que, como los jugadores mexicanos de aquel tiempo, lo confiaba todo a sus poderes de combinación.
Los "amateurs" y la prensa en general manifestaron gran interés por un match entre él y yo, que después de doce partidas quedó igualado cuatro a cuatro.
Reyna, el
azteca
Don Lázaro Reyna, el más viejo
de los tres maestros, era el ajedrecista "profesional" de México. No
sabía hacer otra cosa, ni se había ocupado de más asunto en su larga
existencia. Vivía exclusivamente del producto de su tablero, dando ventaja a
jugadores de fuerza mediana, a quienes mantenía habilidosamente en calidad de
clientela.
Apostando pequeñísimas cantidades, jugando a pesata o a real la partida, reunía a diario un jornal después de dar sesenta o setenta mates consecutivos.
De raza indígena, Don Lázaro era un bello ejemplar: ancho, grande, fuerte, con un rostro de facciones abultadas en el cual traslucían la bondad de su corazón, sencillo. El ajedrez, manejado por él, perdía mucho de su grandeza; llegó a ser en sus manos el arte de ganar una peseta dentro de sesenta y cuatro casillas que se convertían en pobre, mezquino, pero constante manantial.
Apostando pequeñísimas cantidades, jugando a pesata o a real la partida, reunía a diario un jornal después de dar sesenta o setenta mates consecutivos.
De raza indígena, Don Lázaro era un bello ejemplar: ancho, grande, fuerte, con un rostro de facciones abultadas en el cual traslucían la bondad de su corazón, sencillo. El ajedrez, manejado por él, perdía mucho de su grandeza; llegó a ser en sus manos el arte de ganar una peseta dentro de sesenta y cuatro casillas que se convertían en pobre, mezquino, pero constante manantial.
Analfabeto, leía alemán
Don Lázaro no jugaba con los fuertes, porque no
era ese su "negocio"; acostumbrado a las combinaciones débiles pero
de relumbrón, con que ganaba a los aficionados inferiores.
Cuando su contrario era Eguiluz, Escontría o Vázquez se defendía poco y mal; y daba lugar a que los "amateurs" de primera categoría le hicieran brillantes jugadas que han rodado por las revistas de ajedrez. Conocía más teoría que el barbero y el platero. Un ejemplar del "Handbuch", primera edición, en desastroso estado, era la Biblia a cuya "lectura" consagraba las horas que tenía desocupadas. He encontrado a veces a Reyna por la calle sin sombrero y sin corbata; jamás le ví sin su libro escrito en alemán. Era parte de su persona.
Cuando su contrario era Eguiluz, Escontría o Vázquez se defendía poco y mal; y daba lugar a que los "amateurs" de primera categoría le hicieran brillantes jugadas que han rodado por las revistas de ajedrez. Conocía más teoría que el barbero y el platero. Un ejemplar del "Handbuch", primera edición, en desastroso estado, era la Biblia a cuya "lectura" consagraba las horas que tenía desocupadas. He encontrado a veces a Reyna por la calle sin sombrero y sin corbata; jamás le ví sin su libro escrito en alemán. Era parte de su persona.
En 1889 le hicieron una curiosa proposición: Un
concurrente a la Exposición Universal de París quería llevar a Reyna, vestido
con traje primitivo, como si fuese azteca de sangre pura, y exhibirlo en el
certamen internacional jugando al ajedrez.
El tipo de Don Lázaro se prestaba a aquella broma
y acaso hubiera sido un éxito. No aceptó; la sola idea de que lo trajeran de
plumas, como a un yaqui, era motivo de indignación profunda.
Más de 80 años llegó a tener Don Lázaro. Andaba
errante por las calles buscando parroquianos, y no los hallaba. Porque su
fuerza de jugador se había debilitado por modo extraordinario, los aficionados
no encontraban placer en batirse con aquella ruina; su persona no era ya otra
cosa que el espectáculo del hambre y la miseria; ¡vivía de la limosna de sus
amigos!
Al fin, Don Lázaro me visitó una tarde para
pedirme "un gran favor". Quería entrar al Asilo de Mendigos y buscaba
mi influencia y la de mis amigos del Club. Y en el Asilo encontró pan y
tranquilidad.
- "Estoy quejoso del director del
Asilo"-, me dijo una vez.
- "¿Por qué?- le pregunté.
- Porque me llama a su despacho, juega conmigo
dos o tres partidas ¡y se niega a interesarlas con una pesetita! Y mire usted,
que es una lástima ¡porque siempre le gano dándole la torre!.
Pocos días después supe que Don Lázaro había
amanecido muerto.
Mis ocupaciones, los duros afanes de la vida, el
mundo político, el periódico, la literatura me apartaron definitivamente del
tablero, al cual consagré mis entusiasmos juveniles.
A menudo regresaba a Cuba, mi patria, y de nuevo
volvía a México. Cada vez que llegaba a este hermoso país siempre tenía una
hora disponible para visitar a mis antiguos camaradas del ajedrez.
¡Y que pocos van quedando!
Los tres grandes maestros mexicanos, compañeros y
en cierto modo discípulos de Don Andrés Clemente Vázquez, no existen ya. El
mismo Vázquez se fue también para siempre. Después de Reyna repentinamente
falleció el autor de "El Ajedrez Crítico".
¡Había estado en el "Unión Club" de La
Habana jugando al ajedrez toda la tarde! Llegó a su casa, feliz hogar en donde
la esposa y las dos hijas secundaban al maestro en intelectualidad (Vázquez fue
literato ilustre, juriconsulto eminente, profesor de Derecho Diplomático) y
cinco minutos después les decía adios a los seres que tanto amaba. (Nota de
R. Ocampo. Posteriormente incluiré el obituario publicado por Juan Corzo,
proporcionado por el nieto del distinguido ajedrecista cubano Alejandro
Meylán).
La agonía fue cosa de instantes
A la muerte de Vázquez siguió la de Escontría,
hombre de buena edad que, trocando su arte de platero por el oficio de
"ajedrecista", era ya "profesional".
Hace poco menos de un año visité en México a Eguiluz. Ya no tenía salón de ajedrez. Su barbería, reducida a la más mínima expresión, era un establecimiento pobre e insignificante.
"¿Qué edad tiene usted Don Mariano?" le pregunté. "Setenta y uno" me contestó. Se quitaba algunos años. Y eso que a su vejez atribuía la necesidad de abandonar el arte de ajedrecista y el de barbero. ¡Acaba de morir también! Y con ellos ha desaparecido Enrique Caloca, joven meritísimo, que en poco tiempo se hizo tan fuerte en el tablero como sus maestros; el juez Nieto, heredero del cetro que dejó Escontría, y otros brillantes ajedrecistas "de mi tiempo". Casi puedo asegurar que sólo queda el atleta Justino Rubio, que fuera vocal del Club de Ajedrez de México en 1891, alto funcionario de la administración mexicana, fogoso en el ataque, irresistible cuando las musas le sonríen inspirándole ideas propias de Morphy.
Hace poco menos de un año visité en México a Eguiluz. Ya no tenía salón de ajedrez. Su barbería, reducida a la más mínima expresión, era un establecimiento pobre e insignificante.
"¿Qué edad tiene usted Don Mariano?" le pregunté. "Setenta y uno" me contestó. Se quitaba algunos años. Y eso que a su vejez atribuía la necesidad de abandonar el arte de ajedrecista y el de barbero. ¡Acaba de morir también! Y con ellos ha desaparecido Enrique Caloca, joven meritísimo, que en poco tiempo se hizo tan fuerte en el tablero como sus maestros; el juez Nieto, heredero del cetro que dejó Escontría, y otros brillantes ajedrecistas "de mi tiempo". Casi puedo asegurar que sólo queda el atleta Justino Rubio, que fuera vocal del Club de Ajedrez de México en 1891, alto funcionario de la administración mexicana, fogoso en el ataque, irresistible cuando las musas le sonríen inspirándole ideas propias de Morphy.
El Club de ajedrez al salir de la barbería, buscó
lugares más altos, de un rango social más elevado; y nunca la situación ha sido
más precaria y difícil. Aristocratizar el ajedrez es arruinarlo y
desnaturalizarlo. El Club dispone hoy, tal vez, de un buen salón; pero no puede
competir con el lujo de aquel Club antiguo, huésped del establecimiento de
Eguiluz. El lujo de aquel Club lo constituían tres grandes maestros, humildes y
geniales que hasta la fecha en que ésto escribo, no tienen sucesores.
El ajedrez es educador; suaviza los instintos más
rudos, descubre y cultiva el ingenio, dulcifica el espíritu, hace sutiles y
amantes de lo bello y lo generoso a los hombres menos preparados.
El barbero Eguiluz no fue un ser vulgar, ni con mucho. Legendaria era su honradez, su firma valía dinero en los Bancos; todo el mundo le respetaba y le quería porque era hombre de bien y porque su inteligencia de ajedrecista en otros órdenes tenía brillantes manifestaciones.
El platero Escontría, sin cultura, llegó a parecer un hombre ilustrado; el ajedrez fecundó su mente de tal suerte que los personajes más encumbrados y los cejijuntos intelectuales no desdeñaban su trato cuando caían a su alcance alrededor del tablero.
El viejo Reyna, con su aspecto semisalvaje,
analfabeto hasta la edad de veinte años, que en su vida no tuvo otro libro que
el "Handbuch" escrito en alemán, y que no leía sino adivinaba por
ignorar la lengua de Heine y Schiller, llegó a ciertos refinamientos que sólo
proporciona la civilización; fue un caballero romántico envuelto en harapos, un
espíritu sano y fuerte, inteligente y perspicaz, lleno de dignidad en su
miseria, mendigo altivo, con la altivez de un emperador azteca, aunque haya
muerto en un Asilo de Ancianos. Al fin y a la postre, eso no es deshonra.
Además del anterior artículo, recibí desde la
ciudad de Miami, Florida, un documento que perteneció al campeón cubano de los
años cincuenta Juan Gonzalez , proporcionado por el nieto del Maestro Nacional
Alejandro Meylán, de Cuba, insigne jugador a quien tuvimos el gusto de conocer
en México en 1970.
El siguiente artículo fue publicado en el número cinco de la revista mensual de Ajedrez "El Pablo Morphy" editado en la Ciudad de La Habana, Cuba el 15 de mayo de 1892.
El siguiente artículo fue publicado en el número cinco de la revista mensual de Ajedrez "El Pablo Morphy" editado en la Ciudad de La Habana, Cuba el 15 de mayo de 1892.
Un insigne
ajedrecista mejicano
Por Don Andrés Clemente Vázquez
Cuando nosotros tuvimos la dicha en 1869 de pisar
el hospitalario suelo de la República Mexicana, el más notable ajedrecista de
su capital era el Sr. Don Mariano Eguíluz, persona de carácter sumamente
amable, de esmeradísima educación, de una modestia rayana con la humildad y de
sentimientos tan caritativos, que no sólo pagaba la asistencia a las escuelas,
de muchos niños pobres, sino que constantemente tenía adelante de su
establecimiento de peluquería y barbería, un verdadero batallón de mendigos, en
espera de las limosnas que de allí se daban con evangélico regocijo.
Don Marianito, como con singular cariño le decían
todos sus amigos, tan pronto se ponía la elegante levita de paño negro, para ir
a afeitar en sus respectivas casas, a Generales o a Ministros, como tomaba a lo
Fígaro, el legendario instrumento para extraer alguna pieza de la boca a
cualquiera de sus quejumbrosos pacientes, o se sentaba a la puerta de su
peluquería, delante de rojiza y grande mesa de cedro, ante un crecido número de
espectadores que le aplaudían, y con vertiginosa rapidez jugaba selectas
partidas de ajedrez, haciendo prodigiosa ostentación de un espléndido golpe de
vista, de una originalidad sorprendente y de singulares y brillantísimas
facultades para la combinación y el ataque, con el sistema deslumbrante y
entretenido de la Escuela Antigua.
En aquella inolvidable época, nosotros fuimos sus víctimas, y más que sus víctimas, sus afectuosos y agradecidos discípulos. Andando el tiempo nos decidímos a estudiar con ahínco las más celebradas obras de los tratadistas, a la vez que el Sr.Eguíluz, que jamás había abierto un libro de ajedrez, continuaba solamente oracticándolo, con intervalos a que le obligaban sus muchas ocupaciones.
En aquella inolvidable época, nosotros fuimos sus víctimas, y más que sus víctimas, sus afectuosos y agradecidos discípulos. Andando el tiempo nos decidímos a estudiar con ahínco las más celebradas obras de los tratadistas, a la vez que el Sr.Eguíluz, que jamás había abierto un libro de ajedrez, continuaba solamente oracticándolo, con intervalos a que le obligaban sus muchas ocupaciones.
Comenzaron, como sucede siempre a formarse
partidarios, unos del Sr.Eguíluz, y otros de nosotros, hasta que el Sr.Don
Nicolás Domínguez Cowan nos obligó amistosamente a jugar un match en su morada;
match que apareció por primera vez en las páginas 221 y siguientes, tomo I, de
las Revistas Mexicanas de Ajedrez, publicadas en el folletín de "El
Porvenir" (México 1875), con el siguiente resultado:
Partidas ganadas por el Sr.Eguíluz 0
Id. Por A.C. Vázquez 5
Id. Tablas 2
Los juegos del expresado match fueron después
reproducidos en el cuaderno primero del folleto intitulado: "Algunas
partidas de ajedrez jugadas en México por Andrés Clemente Vázquez – México-
1879".
Aquel combate no logró, sin embargo, disipar las
dudas de nuestras respectyivas fuerzas, no sólo por ser muy corto, sino a causa
que habiéndose jugado en la casa del Sr. Domínguez, que estaba bastante lejos
del establecimiento del Sr.Eguíluz, éste se hallaba intranquilo, teniendo
varias veces que suspender los juegos para concurrir al llamamiento de sus
parroquianos.
Pactóse, en consecuencia, un segundo match, bastante largo, pues se convino que fuese una serie de 50 partidas, las cuales se jugaron en la residencia de un íntimo amigo de nuestro noble adversario (el Sr. Malabhear), cuya casa se encontraba muy cercana a la de aquél. La tremenda serie se efectuó por fin, en febrero y marzo de 1876, siendo abandonada por el Sr. Eguíluz despues de la partida XLIII, pués para ello alegó que aún en el caso de ganar las siete restantes, no por eso habría de obtener la victoria. La puntuación de ambos arrojó lo que sigue:
Partidas ganadas por el Sr. Eguíluz 16
Id. Por A.C. Vázquez 24
Id. Tablas 3
Los juegos de aquel segundo match o serie,
aparecieron en el volumen II de las Revistas Mexicanas de Ajedrez, páginas 97 y
siguientes.