20 mar 2008

Una Exégesis del Gran Maestro Carlos Torre. (parte2)

A 30 años de la muerte del GM Carlos Torre Repetto.
19 de marzo de 2008.

SEGUNDA PARTE:
Seguimos con las palabras de Torre y una liberal interpretación.

Una vez que nos hemos familiarizado con los estilos y los métodos de juego de los grandes maestros, no podemos y no debemos intentar imitarlos ciega e irreflexivamente; no podemos por la simple razón de que nunca estaremos en condiciones de revivir en cada caso esperado el proceso psíquico que originó un cierto estilo de juego y no debemos porque, de otra manera, el ajedrez se transformaría de un juego verdadero a una proeza desagradable e inútil de nuestra memoria.
(No hay que aprender de memoria como Kramnik gana a Kasparov, porque las circunstancias no se repiten, más que en una pequeña parte. Por ejemplo aprendemos como ganar a Kasparov en una posición determinada. Pero primero hay muy pocas posibilidades de que juguemos una partida, muchas menos que lleguemos a una posición contra Kasparov en que alguna vez le ganaron. Seguramente con que nos acerquemos un poco a la posición donde una vez fue vencido Kasparov, esté la regiría y nos llevaría a terrenos desconocidos donde el sentido común, no la memoria pura, podrá desentrañar las complejidades y hallar el camino adecuado).
Examinemos ahora cómo se supone que debemos jugar para que nuestra habilidad pueda desarrollarse y mejorar incesantemente:
Si nos imponemos la firme determinación de tratar siempre de jugar mejor que la última vez, de tratar de manejar las aperturas con mayor precisión, de conducir el medio juego con mayor conciencia y el final con más lógica y seriedad, si realmente hacemos un esfuerzo para concebir cualquier combinación plausible con más agudeza y mejor exactitud táctica, entonces ascenderemos sin duda más y más los difíciles escalones de la maestría.
(Una mejora continua, un esfuerzo constante o diligente).
Es esencial desarrollar en nosotros el hábito de encontrar nuestros errores, analizarlos y tratar seriamente de no volverlos a repetir.
(Como siempre, hay que analizar las partidas propias. Para eso en mis cursos he dado métodos y fórmulas. A todos nos gustaría saber que método seguía Torre, pero nunca lo quiso decir completamente. El decía que iba de posición a posición, veía que jugada mejoraba su puntuación respecto a la anterior posición. Torre daba puntos a cada pieza, a estado de salud, a iniciativa, a radio de acción de piezas, a casillas controladas, con una diversidad de aspectos contables. Como era contador, Torre jugaba a base de valorar posiciones y sumar sus puntos y luego comparar las diversas posiciones posibles para elegir entre las jugadas que producirían tales posiciones. En un libro deHorowitz, Point Count Chess, se muestra un sistema similar. Torre lo leyó y dijo que el concepto era acertado pero su tabla de valores era errónea. Por cierto, Torre no estaba de acuerdo en que Dama y Caballo fuesen más valiosos que Dama y Alfil, según él, eran más los casos en que el binomio Dama y Alfil había vencido que en caso contrario).
Debemos encontrar cada hueco para rellenarlo y construir una montaña sobre él.
(Torre había puesto una frase, “Donde unos ven problemas, podemos ver oportunidades”, pero la cambió por esta que es una parte de una canción rusa, según Rockhlin: “Haré, con mis acciones, que sobre el hueco de mi sepulcro construyan un monumento”)
La cantidad de esfuerzo serio que hacemos en cada caso, producirá gradualmente una mejor calidad de nuestro juego y esta calidad probará más tarde ser un factor importante en la formación de nuestro “yo ajedrecístico”.
(Torre creía en ser hijo del esfuerzo, pero quizás se presionó demasiado, pues a los 20 años era un perfeccionista exagerado. Su libro favorito según Helms, la autobiografía de Benjamín Franklin”)
Es importante notar que la formación del estilo de un jugador tiende a evolucionar a través de las siguientes etapas ascendentes:
1) La forma o manera.
2) La característica de nuestro juego.
3) El estilo
4) El gran estilo.
(Esta clasificación fue muy elogiada por el GM Krogius y la publica en varios de sus libros, uno de ellos traducido al español. Pero Krogius podría no gustarle la traducción y ver la traducción alternativa:
El enfoque primario. Nuestro abordamiento.
Tendencia establecida por la empatía. Copiamos modelos.
Inicio de la interpretación de nuestra personalidad en ajedrez.
Establecemos nuestra teoría personal y vemos con nuestros propios ojos, no con los de otros.)

Una vez que hemos conocido por primera vez las reglas del ajedrez y hemos comenzado por mover las piezas sobre el tablero por diferentes direcciones, durante nuestras primeras partidas iremos, por supuesto, tanteando nuestro camino, por así decirlo, a través de un inmenso bosque de ideas y variantes.
(La confusión del que da sus primeros pasos y todo se le hace sospechoso)
De alguna manera sentiremos como si el curso del juego nos fuera dictando sus condiciones inexorables y, por lo tanto, a menudo experimentaremos un sentimiento análogo al de un náufrago en medio del océano. (Sobre todo si uno tiene la manía perfeccionista de Torre, que realmente sólo oculta un temor exagerado a fracasar)
Después sucederá que gradualmente nos familiarizaremos con la geometría del tablero, con las peculiaridades y el valor relativo de cada una de las piezas y así comenzaremos a comprender y a concebir algunas combinaciones elementales, a encontrar las características básicas del hilo estratégico que esconden ciertas maniobras y, así a comprender los principios básicos del juego.
Durante esta etapa de nuestro desarrollo, en cada juego tendremos continuamente frente a nosotros cierta cantidad de posibles planes a escoger y podríamos inclinarnos a optar por los que más se ajustan a nuestras tendencias individuales, ello buscando siempre comprenderlos a todos y jugando en consecuencia.
(La evaluación y la precisión de ella dependerá de nuestro nivel de conocimientos y habilidades, pero también de la fuerza de voluntad que tengamos en ese momento para hacer el endemoniado esfuerzo de pensar, aquilatar, elegir; tareas pesadas y que tratamos de evadir como cualquier tarea desagradable. Pero si nos vencemos a nosotros mismos y hacemos un hábito el pensar, estaremos del otro lado).
De tal modo adquiriremos pronto una cierta manera de juego. Aquí el papel principal no pertenecerá a nuestra erudición ajedrecística, ni a nuestra memoria, ni siquiera a nuestra imaginación creativa; sólo a un sentido instintivo de “autoconservación” que nos dicta ciertas tácticas y planes a seguir.
(Sálvese quien pueda, cualquier jugada que no ocasione el que el enemigo nos de mate, es de considerarla).
Durante esta etapa, no poseeremos todavía una mente ajedrecística racional, aunque ya habrá una tendencia hacia ella.
(aun no pensamos en ajedrez, jugamos al azar, como si fueran naipes, pero ya se ha evolucionado lo suficiente, como para saber que hay que pensar en ajedrez, pero no tenemos ni método ni sistema para ello)
Tal tipo de tendencia será más bien inconsciente y por ello extremadamente fuerte. Así, la adquisición de una cierta manera de juego llevará a la formación de nuestra característica ajedrecística.
(O sea nuestra naturaleza y conocimientos acumulados nos hacen merecedores de tener características que nos hacen marcadamente diferentes).
El progreso de nuestros esfuerzos interiores junto con nuestra habilidad técnica y el conocimiento teórico acumulado, darán gradualmente la posibilidad de manejar cada partida, desde la primera hasta la última jugada, de una manera personal cada vez más alejada de normas que difieren de la personalidad propia.
(O sea que adquiridos los hábitos de razonar y hacerlo adecuadamente, se expresará nuestra particular forma de ser).
Sólo de esta manera estaremos en una posición de construir nuestro “yo ajedrecístico” y encontrar el largo camino de la creatividad ajedrecística.
(Ya no seremos monos que imitan, sino estableceremos nuestros propios caminos. Luego será interesante que el lector lea la carta que escribe Torre a Rockhlin en 1926 a su llegada a Veracruz, México).
La siguiente etapa es la manifestación de un estilo especial en nuestro juego. El “estilo” es la unión de todos nuestros métodos, de todas nuestras ideas tomadas juntas como una unidad indivisible.
(tras resolver las cosas como artesano capaz, siguiendo las técnicas elementales, con los hábitos esenciales, o sea con el desempeño mínimo con calidad, un “Sigma 2” como se estila decir en los seminarios Sigma Seis, podemos aspirar a pasar de artesano a artista)
Durante esta etapa cada juego se presenta definitivamente ante nosotros como un proceso de ideas, de sentido y de determinación unificado, mismo que es proyectado sobre el tablero.
(una descripción clara y bella).
Finalmente, el gran estilo de un jugador es la unificación total, en su yo ajedrecístico, de todo lo que ha sido acumulado por el propio jugador y por sus colegas y oponentes de fuerza similar, tanto en lo que se refiere a la teoría y la práctica del ajedrez, como en la transformación de todo ello en nuestros principios universales.
(En este párrafo se ve la influencia de Rockhlin y del marxismo leninismo de la época a la manera de dialéctica, eso del gran estilo fue una expresión muy usada por pedagógos soviéticos de la primera etapa de la URSS, como lo cita la hija de Lev Vigotsky,. Elia Vigodskaya. Aquí hay que ver también un artículo de Torre publicado en una revista de Leningrado en 1926, que luego examinaremos).
Detrás de todo esto se encuentra la acumulación de nuestros poderes creativos interiores junto con una condición esencial: concebir cada juego no como una colección de variaciones mecánicas y de momentos aislados, sino más bien como un proceso integrado, unificado.
(Algunos ven el ajedrez como una serie de posiciones, otros como una cadena de jugadas. Torre parecía a veces analizar cada posición y evaluarla, luego elegir la jugada siguiente en base a las mejoras que traía a la posición, pero su aspiración era poder jugar “en cadena”, siguiendo un plan, pero eso fue por la influencia de su estudio del Manual de Ajedrez de Lasker, que le provocó algunas confusiones, y al que achacó, por el gran esfuerzo que hizo en su traducción del alemán, su posterior deterioro de salud. Sin embargo el propio Lasker hubiera aclarado algunas dudas de Torre con sus apuntes en “Victor se hace Maestro de Ajedrez”, texto que nunca conoció Don Carlos.)
Dilucidar la cuestión de si hemos elegido la “mejor” jugada, es relativamente irrelevante comparada con la cuestión de si el plan completo que hemos escogido para el ataque o para la defensa es en realidad el más lógico de acuerdo con la posición de las piezas sobre el tablero.
(Esta parte la quería cercenar del libro Rockhlin, pues no era totalmente acorde con lo expresado por los teóricos soviéticos, tanto del ajedrez, como fuera del ajedrez, donde el plan no tiene que seguir una lógica forzosa, sino debe intervenir nuestro sentido de la posición, intuición en pocas palabras, ya que en la lucha de conflictos a menudo hay tantas variables que existe un caos y no todo seguirá a la lógica, pues las paradojas existen y hay mucho que queda fuera del cálculo. No hay entonces un calificativo de más lógico. La objetividad puede ser en realidad producto de la subjetividad. Decir más lógico es como aceptar que hay un juez que lo establece. Más lógico, ¿Para quién? ¿Desde que punto de vista?)
El desarrollo de un jugador sin tal “sentido” de unidad en el juego, sin una comprensión clara de la integridad de un juego de ajedrez, no es desarrollo alguno.
(Otro párrafo que se salvó de milagro.)
Uno de los requerimientos de un desarrollo firme es la constante acumulación de conciencia, y esta es una de las supremas cualidades de todos los grandes maestros en el arte de ajedrez.
Conciencia, esto es, un control completo sobre uno mismo y sobre la situación circundante, una completa eliminación de toda barrera entre ideas objetivas y su ejecución, un conocimiento riguroso de uno mismo y el tomar en cuenta todas las posibilidades creativas que estén presentes en cada momento; todo esto constituye la esencia del estilo de juego del Campeón Mundial Capablanca.
(Suena muy bonito, pero inalcanzable. Aquí Torre parece más de finales del siglo XIX que de la segunda década del XX, que fue cuando lo escribió. No era de esperarse que se adelantara a las tesis de John Von Neumann o las paradojas de Bertrand Russell. Utilizar a Capablanca, jugador que forjó su intuición a través de un trabajo muy grande inicial para formar sus hábitos de razonamiento para jugar ajedrez, pero que en 1925 comenzaba a tender hacia cierta flojera derivada de la facilidad de sus éxitos, a la Sprezzatura, como diría Castiglione en su libro de “urbanidad”, suena, si me permiten, paradojico. Rockhlin le anota un comentario a Torre: “Capablanca sigue la regla de Castiglione, pero en realidad su gran nivel fue producto de un gran esfuerzo, pero que esconde por su gran vanidad, la regla de Castiglione es: Use en todo cierta casualidad que oculta la habilidad y dé la impresión de que lo que se hace y se dice se lleva a cabo sin esfuerzo y aun sin haber pensado en ello. Pero me parece bien que se elogie a un americano, pues usted y Capablanca prácticamente son compatriotas de un mismo continente y herederos de la cultura hispana en América”.)
En su juego podemos observar que todas las características a que nos hemos referido van unidas de la mano.
Ahora teniendo este ejemplo ante nuestros ojos, debemos empeñarnos en buscar que ningún movimiento se efectúe sin una clara comprensión y una completa conciencia de nuestros objetivos.
(Por favor, cuando juegue ajedrez, piense)
Aprendamos a librarnos de todos esos “ojalá” que este movimiento que hago traiga, por si mismo, la victoria, porque tal incertidumbre no podrá acarrear más que confusión y arrepentimiento en todo el juego.
(El ajedrez no es un juego de azar, aunque haya muchos que quieran demostrar lo contrario).
Propongámonos siempre estimar con claridad los porqués y los cómos de lo que juguemos; estemos siempre decididos a calcular y analizar con precisión la consecuencia final de cada variante antes de conducir nuestra mente a otra, y sólo después que hayamos valorado el plan correcto, debemos realizarlo sobre el tablero sin dudas.
(Parecería que Torre escribió el Piense como un Gran Maestro de Kotov, pero para ser honestos, una descripción similar de la elección de una jugada la hicieron Rockhlin y Duz Chotimirsky en un manual en 1924.)
No nos demos por satisfechos, nunca, con un sólo “ojalá” que nuestras jugadas puedan probarse las mejores, porque de otra manera simplemente detendremos nuestros progresos y caeremos en una red de estereotipos.
Un juego estereotipado nunca nos permitirá crear una verdadera obra de arte sobre el tablero, porque tal arte sólo viene como resultado de una profunda concepción realizada con armonía, economía y lógica.
(Aunque a Torre algunos lo quisieron poner al lado de los hipermodernos, tenía más de los clásicos, aunque deseaba imitar a Capablanca, que era, por decirlo así, un neo clásico).
Si nos proponemos dar libertad a nuestros poderes creativos interiores a nuestra conciencia y a nuestra voluntad, si levantamos un puente entre nuestro propio yo y la mano con la cual movemos las piezas sobre el tablero, entonces estaremos con seguridad sobre el verdadero camino de ágil desarrollo de nuestra habilidad ajedrecística.
(Esta forma de terminar el capítulo le agradó mucho a los redactores soviéticos, pues estaba muy de acuerdo con sus principios).

El libro de Torre después se compone de varias partidas que comenta en un estilo muy sobrio y escueto, a la manera de las que realizaba para “American Chess Bulletin” que contrasta enormemente con el escrito que antecede. Parecen dos personas diferentes. Tal vez las partidas las tenía ya comentadas y analizadas cuando surgió la idea del pequeño libro. Nadie puede aclarar esto. Incluso cuando Don Carlos analizaba partidas ante algunos de sus admiradores en México, allá por 1972, era muy escueto en sus comentarios y era difícil interrogarlo, pues sus respuestas eran muy monosilabicas. Pero el maestro Emilio Garduño, contemporaneo de Torre (nació en 1910, seis años después que Torre) si me hacía historias de algunas pláticas con Torre y comentaba que era expresivo y gustaba de comentarios con bastantes decoraciones y metáforas. Los rusos comentan en los diarios de 1925 que Torre era bromista y gustaba de hacer comentarios jocosos. En la película “Fiebre de Ajedrez·”, silente, rodada en 1925, se puede ver a un Torre muy sonriente, con cierta picardía en la expresión.
Una entrevista con Torre aparece publicada en inglés, impresa en la URSS, por parte de una organización de trabajadores comunistas norteamericanos y ahí Torre tiene algunas expresiones agudas sobre la situación de los Estados Unidos en 1925, años antes del “crack”. Pero eso será ya otra historia.

En la próxima, hablaremos del “Salieri” de Carlos Torre Repetto.