Hace algunos días se
terminaron las investigaciones sobre un avión que se estrelló en la Ciudad de
México donde viajaban varios altos funcionarios del gobierno del Presidente
Felipe Calderón. Entre ellos viajaba el secretario de Gobernación, Lic. Muriño,
además del responsable de la lucha
contra el crimen organizado.
Las causas básicas fueron
que el avión jet de pocas plazas entró en una turbulencia causada por un avión
mucho mayor, Boeing 767-300, que estaba a menor distancia de lo prudente,
lo que se adjudicaba a otra causa: la poca capacitación de los pilotos para
manejar específicamente el modelo de avión que piloteaban para el gobierno.
Los pilotos con tal de
obtener el empleo de importancia que era el pilotear un avión que transportaba
altos funcionarios gubernamentales, adquirieron de alguna forma certificados apócrifos
de escuelas de aviación. Poseían una preparación mediana, pero insuficiente
para reaccionar a un problema tan inesperado como grave de turbulencias
especiales causadas por un avión mucho mayor, con distancia poco definida y con
un clima calmo que no despejó las turbulencias en la manera habitual. Se enfrentaron
a una situación poco usual con una limitada experiencia. El decir que estaban
capacitados para manejar el avión, sin estarlo completamente, les costó la vida
a ellos, a los pasajeros y a nueve personas que transitaban por las calles y a
las que, inesperadamente, les cayó un avión encima.
Según las normas que se
exigían para dar las certificaciones se incluía entrenamiento suficiente para
reaccionar ante ese tipo de emergencias. Los peritos que examinaron las
evidencias dudaban de ello, pero además las escuelas decían que esas
certificaciones no estaban emitidas legalmente. Los que contrataron a los
pilotos tampoco tenían el nivel de conocimiento necesario para juzgar si las
certificaciones eran reales, o de serlo, validas para lo que se requería en el
empleo. Incapacidades y corrupción se fueron uniendo para que el avión
finalmente cayera y se perdieran muchas vidas.
En todos los niveles de la
educación y la capacitación puede suceder algo similar. No se cuidan mucho las
normas para certificar si una persona está capacitada para tal o cual función,
y también se descuida la manera en que se establecen y vigilan esas normas. El
círculo vicioso hace que una persona desempeñe una labor de manera inadecuada,
la mayoría de veces sin saberlo, y sin que mida el alcance del posible daño
hasta que sucede algo especial y aparece el error que hubiera podido evitarse
con entrenamiento.
Es común que un jugador
participe en un torneo sin suficiente preparación, surgen los errores, de ahí
las derrotas, las frustraciones y el jugador se lamenta de algo que debiera
esperar que sucediera. Su fracaso tuvo un vicio de origen y como la causa de la
causa es la causa de lo causado, debiera ir mucho muy atrás de la partida
jugada en que se cometió el error.
Tal vez el error de un
instructor de un niño, puede originar el que diez años más tarde aquel entonces
niño, hoy un joven, vea frenado su progreso en ajedrez y parece que la
situación es inexplicable.
El deseo de obtener un
empleo a veces es terreno propicio para que una persona busque una
certificación que le facilite obtenerlo, y ya que estas abundan de diversos
tipos y calidades, a veces se siente respaldada la persona. Como luego hay
ignorancia entre el que presenta la certificación y el contratador que la
examina, se cierra el círculo del mal desempeño y los dañados serán los
usuarios de los servicios del contratado.
Se supone que en los casos
de los empleos como los de piloto aviador, las normas han sido establecidas con
mucho cuidado dado que los errores finales causarían perdidas de vidas.
Pero en los casos de
jugadores de ajedrez, en que, aparentemente, los daños son menores, la laxitud
campea y pocos, muy pocos se preocupan. Pero siempre hay consecuencias.
El error estará,
posiblemente, en los que emiten las certificaciones, en los que crean una
demanda por certificaciones de poca calidad y la ignorancia de los
contratadores. Estos últimos por lo general tendrían la disculpa de ser ajenos
al mundo del ajedrez, pero emisores y receptores de certificaciones debiera
suponerse que si están en el medio ajedrecístico. ¿Y las autoridades?...