El cerebro humano es el dispositivo más complejo conocido en el universo, y aún así es imperfecto. Y, ultimadamente, lo que somos como individuos y por lo que una sociedad es definida es no sólo por las capacidades asombrosas del cerebro sino también por sus defectos y limitaciones.
Considere que nuestra memoria puede ser poco fiable y parcial, que lo menos malo sea que nos conduce a olvidar nombres y números, pero puede haber cosas peores como que mucha gente inocente pasa sus vidas en la prisión a consecuencia del testimonio defectuoso de un testigo ocular.
En la prensa mexicana de estos días podemos ver el caso de que una persona acusada por dos de sus víctimas fue condenada a más de diez años de prisión y ahora será liberado pues las victimas vieron de nuevo a su agresor, lo reconocieron y como había hecho victimas a más personas mientras el presunto culpable estaba en prisión, la evidencia era tan contundente que logró la libertad el que fue condenado por un error de “memoria”.
Cuando alguien me pregunta cómo puede cometerse un error en una variante que se había memorizado perfectamente, claro que me intriga, pero me preocupa más como reforzar la manera de pensar del jugador que me consulta, pero estoy consciente de que el cerebro, con todas sus maravillas, tiene sus “bugs” sus defectitos de funcionamiento como dicen los informáticos. Pero para combatirlos, lo primero es aceptar que existen, que es natural y hasta bueno que existan, el segundo paso será identificarlos, comprenderlos para luego pensar cómo eliminarlos. Pero son tantos…
Considere nuestra susceptibilidad a la publicidad, y observe que una de las campañas de mercadotecnia más exitosas en la historia contribuyó a que aproximadamente 100 millones de personas falleciesen en el siglo veinte; el éxito trágico de los anuncios de los cigarrillos, revela que nuestros deseos y hábitos pueden ser delineados por la mercadotecnia. El vaquero de Marlboro mató a más inocentes que John Wayne en todos sus westerns. El mismo Hitler fue creado por la mercadotecnia, y ese si le ganó a cualquier cuida vacas de botas coloradas.
Nuestras acciones y decisiones están bajo la influencia de un montón de factores arbitrarios e irrelevantes, por ejemplo, las palabras usadas al plantear una pregunta puede influir en nuestras respuestas, y las posiciones de los lugares de voto pueden influenciar como votamos.
Una frase común con la que aterrorizo a algunos padres muy ambiciosos que presionan mucho a sus niños a jugar bien en torneos es que no aceleren artificialmente el desarrollo de sus niños, pues pueden hipotecar su futuro.
A menudo sucumbimos al señuelo de la satisfacción inmediata a costa de nuestro bienestar a largo plazo, y nuestra tendencia irreprimible de involucrarnos en creencias sobrenaturales a menudo nos pervierte. Incluso nuestros miedos sólo están ligeramente relacionados con lo que deberíamos temer.
Recuerdo aquello de que “cuando era niño, pensaba como niño y actuaba como niño”. Claro, porque era un niño. Así debe ser. Nadie quiere Grandes Maestros infantiles y sean inadaptados sociales estilo Fischer.
De que el cerebro tiene sus defectos y que con educación los tratamos de corregir, debiera ser aceptado por todos, pero solo un puñado de personas sabe bien a bien esto y como hacer tal corrección, los demás experimentamos y a prueba de error intentamos hacer algo.
Pero muchos ni siquiera están conscientes y hasta tratan de callar a quienes dan la alerta de que el cerebro a veces no funciona bien, que tiene sus bugs.
El resultado de estos hechos es que lo que suponemos son decisiones racionales son a menudo todo menos eso.
Planteado de manera simple, nuestro cerebro es intrínsecamente satisfactorio para algunas tareas, pero mal deficiente para otras. Lamentablemente, las debilidades de los cerebros incluyen el reconocimiento que tareas son estas, por lo que en la mayor parte permanecemos ignorantemente dichosos del grado al cual nuestras vidas están gobernadas por los “bugs” cerebrales.
Como entrenador de ajedrez uno necesita conocer bien con lo que trabaja y uno trabaja con el cerebro. No deja de ser desalentador cuanto ignoramos de ello. A veces es más fácil entrenar basado en las experiencias exitosas y no preguntarse como y porque fueron exitosas, pero esto impide reproducir bien y hacer las modificaciones adecuadas, pues cada caso es diferente, cada experiencia distinta y cada cabeza es un mundo.
Es necesario estudiar más libros de psicología a veces que de ajedrez, pero también n puede uno alejarse mucho de estos puesto que la experiencia en ajedrez es muy específica y hay que analizar las opiniones de los grandes maestros expresadas en sus notas, sus comentarios, sus artículos, sus libros.
A veces de una columna periodística de Miguel Najdorf escrita en 1992, aprende uno más de la esencia del ajedrez que devorando un Informador 110, o verse todo una monografía de una apertura.
¿Cómo concluir esta reflexión? No lo se bien, seguramente hay un bug en mi cerebro. A ver si lo descubro y me lo corrijo.