Hace unas tres décadas era común, cuando se hablaba de alguna técnica en ajedrez, soltar la frase “Como todo niño soviético sabe…” para regañar a algún fuerte jugador que había jugado, o más bien maltratado, un final de ajedrez.
Pero en la Copa Mundial ha sido obvio lo que ya se sospechaba, hay un deterioro general en lo que respecta al arte del ajedrez.
Cuando comparamos en una misma posición el juego de los grandes maestros del pasado con los grandes maestros modernos, nos sorprende que estos últimos cometan muchos errores. Inexplicable si tomamos en cuenta que los grandes maestros del pasado realizaron sus jugadas sin previo estudio de la misma posición y los modernos tenían la ventaja de haber podido estudiar las partidas de esos mismos grandes maestros que jugaron bien la posición dada.
En la Copa Mundial los Rusos y Ucranianos se han ido imponiendo y muestran ser los más “escolarizados” de la competencia. Si vemos los nombres de sus entrenadores, veremos que son los de mayor promedio de edad de entre los que estaban “atrás” de los jugadores de la Copa Mundial. Digamos eran de los de más raíces “soviéticas”.
Ya muchos analistas occidentales comentan que los niños rusos ya no son tan conocedores del ajedrez técnico como los soviéticos. En el sistema bucanero de boletines de ajedrez, ya escribo de eso, con algunos ejemplos vivos.
El caso es que hay una transición de generaciones entre los entrenadores, donde los de formación totalmente soviética, que no son tan viejos como para estar retirados, y tienen entre 45 y 65 años, pero que por lo general no están muy adiestrados o familiarizados con las computadoras, pero poseen una fuerte formación pedagógica y cultura general, aún no son totalmente relevados por los que tienen entre 25 y 50 años, conocedores y familiarizados con la computación, pero con menos experiencia, menos sistema y con poca formación pedagógica formal, más entrenados en los torneos de internet y menor conocimiento del ajedrez clásico, pero muy al día del software y de las bases de datos de aperturas.
Por supuesto que hay otro grupo de entrenadores, entre los que presumo contarme yo, que fuimos de los primeros en utilizar la computación para estudiar y enseñar ajedrez, y que al mismo tiempo estábamos formándonos unas dos décadas antes de la desaparición de la URSS, con lo que tenemos unos treinta años de trabajar con computadoras y ajedrez. Normalmente la edad promedio está entre los 55 y 65 años y nos encontramos en medio de las otras dos tendencias, pero somos una minoría en comparación. Más radicales que los de la primera generación mencionada y más conservadores que los de la segunda, trabajamos tomando un poco de aquí y de allá.
Entre los entrenadores que estaba tras bambalinas o, más bien, entre candilejas, en la Copa Mundial, hubo de los tres tipos de entrenadores mencionados, siendo el segundo tipo más numeroso. Casi duplicaban el número los de edades entre 30 y 40 años a los mayores de 50. Pero después de los octavos de final, entre 16 jugadores, solo dos tenían como entrenador principal a uno menor de 50 años, aunque entre auxiliares si había de toda edad. Luego entre los ocho finalistas, ya no había ninguno.
Tomando en cuenta que los contendientes por el campeonato mundial, Gelfand y Anand, hace mucho que rebasaron los 40 años de edad y son producto genuino de lo que Kasparov llamó la generación de la revolución de aperturas de los 70s, no es de extrañarse, pero la tendencia de la edad de los entrenadores es a la baja, pues cada vez más los jugadores se retiran de competencias a una edad más temprana, y pasan a ser entrenadores. Ya el jugador competitivo que a la vez es entrenador, que debiera ser el tipo ideal, es un ejemplar cada vez más raro.
Mientras menos desarrollado es el medio ajedrecístico de un país, mas pronto un jugador se convierte en instructor, pues por falta de apoyo no se llegan a desarrollar como jugadores de una manera plena. Los países iberoamericanos se destacan en estrellas juveniles, pero que, incomprendidos cuando dejan de ser “sub 20”, pierden el apoyo acostumbrado cuando eran jóvenes prometedores que dan “medallitas” a sus equipos juveniles, y pareciera que como adultos nada importan ya. La emigración les espera y tras muchas decepciones pasan a ser entrenadores prematuros o deciden dejar de jugar ajedrez. Se retiran por un tiempo, pues tarde o temprano regresan con la amargura de no aceptar lo que son y querer verse como cosa muy diferente, pero sin decidirse a hacer el verdadero esfuerzo por reinventarse y pasar de ser la estrella de menos de 20 años, para convertirse en un adulto, quizás menos estrella, pero si más congruente.
Es como la Shirley Temple, la actriz infantil máxima de la época de la primera mitad del siglo XX, pero que como actriz adulta ya no la pudo hacer por falta de reconocer que si era una maravilla de niña, de joven no es tan maravilla. Solo a Elizabeth Taylor se le hizo pasar de niña prodigio a mujer triunfadora. A otras les toco preguntarse “¿Qué pasó con Baby Jane?”. Por eso la gran mayoría de las estrellas infantiles de ajedrez corren el peligro de ser los amargados adultos que se retiran del ajedrez prematuramente.
La congruencia y la consistencia es lo más difícil. A muchos le terminan escribiendo como a Pablo Milanés, el “transformista”, al que le dedicaron eso de: “Yo, como creo que usted no, como vivo, moriré”.