Hay muchas trampas en las que suelen
caer las personas que se saben o se sienten inteligentes.
En el ajedrez si caemos en una de
ellas perdemos partidas, en la vida si se cae en una de ellas el mal dura años.
La ventaja del ajedrez es que si
perdemos una partida, la analizamos y podemos aprender de ello para en una
partida futura, ante problemas similares, tomar la decisión correcta, diferente
a la que tomamos cuando caemos en la trampa. En la vida jugaremos cientos de
partidas de ajedrez, así que podemos tomar cientos de lecciones.
En la vida real, si caemos en una
trampa de esas, nos durará el daño muchos años, aunque analicemos el error. En
la vida nos veremos en pocas situaciones, en un número infinitamente menor al
número de partidas de ajedrez, por eso es que al jugar ajedrez nos preparamos
para actuar mejor en la vida. Es entrenamiento preventivo para no caer en esas
trampas de la inteligencia.
¿Cuáles son esas trampas?
Es
común que una persona inteligente pueda justificar prácticamente cualquier
punto de vista.
:Una persona inteligente al primer razonamiento, lo puede elaborar a un buen
grado de detalle y corrección, de convincente argumentación, y así puede
sentirse satisfecho y no sentir necesidad hay de explorar más la situación y
contrastarla con otras opiniones o cruzar los datos. Si satisface con su primer
ejercicio mental, no pasa de ahí, no desarrolla un pensamiento crítico A la
larga, una persona así se acostumbra a su “primer escaneo”, a la política de
“Con esto es suficiente” y puede quedar
prisionera en sus propios puntos de vista.
Si en ajedrez no nos exigimos a hacer varias exploraciones y confrontar
nuestras ideas, perderemos varias partidas, por lo que las derrotas nos
entrenarán a ser críticos, a dudar de toda argumentación y asi estar abiertos
siempre y así nuestro razonamiento se liberará.
Algunas
personas inteligentes, una gran proporción, parece que sienten la necesidad de
tener siempre la razón. :Hay quienes se ven a si mismos a través de los demás. Su
auto estima, y lo que sienten que es su estatus en algunos entornos
sociales, parecen depender, de lo que
creen es su grado de inteligencia. Sienten que son muy inteligentes, y a veces
creen que son infalibles como antes se decía del Papa. En ajedrez, la continua
confrontación con otras personas “inteligentes” resulta en que perdemos y
ganamos continuamente y tenemos que aprender a tratar a la victoria y a la
derrota como dos impostores. Tratamos de encontrar la jugada correcta, pero
continuamente fallamos y no por eso nuestra auto estima se debe dañar. Aprender
a valorarse, aprender a ser humilde y aceptar nuestra falibilidad es casi una
necesidad en ajedrez, y así sabemos que también en la vida es necesario. Vemos
que opiniones de grandes jugadores son refutadas aquí y allá, lo mismo
esperamos que las opiniones de los grandes pensadores, incluyendo las nuestras,
pueden ser refutadas aquí y alla…
La
crítica aguda parece dar más placer que el hacer algo. Es como si el error
en otro nos da sentimiento de superioridad. Es como decir que si uno crítica y
señala lo malo, se coloca en un plano superior. Si hay que ser crítico, pero
para usar esa crítica como herramienta para construir algo. Solo comete errores
quien actua, así que si nos acostumbramos a ser solo críticos no haremos nada.
La inactividad por temor a cometer errores y ser criticados, debe ser un mal
penoso, triste y terrible... Ya el solo jugar ajedrez es someterse al riesgo a
cometer errores y perder. Ya tan solo competir en ajedrez demuestra que estamos
dispuestos a someternos a la prueba, a la crítica, a ser juzgados.
Hay
personas inteligentes que caen en preferir la seguridad del pensamiento
reactivo a la del pensamiento creativo: Reaccionar ante los datos que le son
entregados, como ante un cuestionario o un crucigrama, es más cómodo que crear
nuestros propios cuestionarios, hacer nuestros planteamientos. Poco a poco
somos como animales de circo entrenados para actuar a sonidos de silbato. Decía
Einstein que el planteamiento del problema, o sea la formulación de la
pregunta, es más importante que la respuesta. Pensamiento reactivo es casi
sinónimo de pasivo, en el pensamiento creativo, hay que crear el contexto, los
conceptos, los objetivos. En ajedrez nadie nos da las preguntas, tenemos que
averiguarlas, y así reducimos las opciones entre las que tenemos que decidir y
logramos extraer de ellas, “la mejor jugada”. En la práctica organizada del
ajedrez aprendemos que saber identificar lo que la situación pide, las demandas
de la posición, nos indicará la jugada correcta.
Una
trampa fácil en la que podemos caer, la rapidez de pensamiento: El temperamento
meridional, como el de los mexicanos, a menudo se traduce en la mecha corta.
Somos rápidos para decidir, impulsivos, de inteligencia emocional rápido. Eso puede ser muy útil en la agitada vida
moderna. Pero no vivimos en un video juego, donde el tiempo vuela y cuenta en
el score. El acostumbrarse a ser
rápidos, nos trae el mal hábito de tomar decisiones a partir de pocos datos y
además mal confirmados. Esta trampa es pariente de la trampa del pensamiento
reactivo. La victoria sigue un paso lento. Si hacemos todo con una mente más
lenta, podemos llegar a conclusiones más profundas y correctas, y así tomar
mejores decisiones. Practicando ajedrez nos enseñamos a que hay que tomarse su
tiempo para tomar una decisión, elegir una jugada. El tiempo no respeta lo que
se hace sin tomarlo en cuenta. Las partidas que pasan a la historia no fueron jugadas
superficialmente, sino con pensamientos profundos. Si juega uno rápido, realiza
jugadas jugadas superficiales, y salen partidas que nadie recordará, ni
nosotros mismos.