De cómo Cuba llegó a ser una grande del ajedrez.
“Nuestro vino, de platano, nuestro vino, y si sale agrio es
nuestro vino”.
Siguiendo los modelos de la Unión Soviética que en los
torneos de 1925, 1935 y 1936 logró que participasen en sus magnos torneos los
mejores jugadores del mundo, Cuba hizo otro tanto con los Capablanca in
Memoriam, para culminar en la Olimpíada de 1966, diez años después del evento
similar de 1956 en Moscú.
Pero tras de que los soviéticos facilitaron que algunos
grandes maestros como Shamkovich impartieran cursos a las primeras líneas del
ajedrez cubano, la estrategia continuaría tratando de crear los entrenadores
surgidos del patio, cerrar ya la intervención de mentores extranjeros, pues de
otra manera no se estimularía la formación de cuadros propios. Conforme
visitaban Cuba y veían el apoyo gubernamental y reconocimiento social que se le
daba al ajedrez en Cuba, muchos jugadores buscaron residir en la Isla, pero si
bien podrían impartir enseñanzas importantes, por otra parte desplazarían a los
aspirantes a ser los entrenadores locales y por ello las autoridades cubanas
hicieron lo mismo que en su época las autoridades del ajedrez soviético:
restringir la participación de entrenadores y jugadores provenientes del
extranjero.
Algunos casos especiales, como en la URSS, Salo Flohr,
Andres Lilienthal y en Cuba, Francisco J. Pérez, fueron admitidos, pero hubo
muchos otros que se les permitió participar en eventos pero no integrarse en la
planta laboral de maestros.
En algunos países como Estados Unidos, Alemania e Inglaterra
no se tomaron esas precauciones migratorias y los extranjeros terminaron no
solo integrando en su totalidad los equipos “nacionales”, sino lidereando la
enseñanza del ajedrez en esos países, causando cierta inconsistencia en los
programas, pues al no tener arraigo, luego se trasladaban a países donde les
pagasen mas y los proyectos quedaban inconclusos, al mismo tiempo que al ocupar
los mejores cargos laborales, no se estimulaba a que los entrenadores nativos
se desarrollasen, al verse relegados por los extranjeros. En todos los países
hay lo que en México llamamos malinchismo, donde se aprecia más lo de fuera que
lo propio, producto de una política colonialista que trataba de minimizar la
autoestima nacional. Herencia de la conquista española que buscaba acallar la
posible insurrección de pueblos conquistados que aunque tenían mas cultura
estaban menos desarrollados en el arte de la guerra y en la elaboración de
armas.
El caso es que el régimen cubano buscaba que la autoestima
de su pueblo se elevase y en toda expresión de actividad humana había que crear
los exponentes de los valores nacionales. Quizás, nada más quizás, admitían que
los entrenadores soviéticos eran mejores, pero como no se debía depender de
ellos, era importante que se formasen los cuadros propios.
La inmigración puede favorecer mucho a una nación, así se
vivió en México con la emigración republicana española que permitió que muchos
mexicanos se formaran con los grandes pensadores hispanos, sobre todo
catalanes; pero también hay que evitar caer en el extremo del desplazamiento y
de que los nacionales estén en desigualdad de oportunidades laborales. Por eso
en algunos países, como México, se establece que si una empresa quiere
contratar a un extranjero, debe contratar por lo menos a diez mexicanos
también.
En Cuba para el ajedrez el caso fue màs agudo, simplemente
no se aceptó contratar a entrenadores extranjeros ni a uno por cien
cubanos. Tal vez eso pudo hacer más
lenta la evolución de su ajedrez, pero fue básico para crear una escuela cubana
de ajedrez sólida.
Cada aspirante a entrenador de ajedrez en Cuba contaba con
capacitación y sobre todo con la posibilidad de ocupar un puesto laboral sin
temer a ser desplazado simplemente por no tener un apellido ruso. Pronto casi
el 100% de los instructores y entrenadores del ajedrez en Cuba eran
cubanos. Si hacemos un recuento de los
extranjeros que enseñaron en Cuba, podemos citar a los GM Shamkovich y Antoshin
de la Unión Soviética, a Ulf Andersson de Suecia, al mencionado Francisco J. Pérez
de España; y hasta ahí.
Nuestro vino, de platano, nuestro vino, y si sale agrio es
nuestro vino. Esa canción de Carlos Puebla era como un himno a favorecer la producción
nacional en todo, incluyendo el ajedrez. Y si bien al principio la mayoría de
los libros de ajedrez publicados en Cuba eran de autores extranjeros, poco a
poco los autores nacionales cubanos tuvieron espacios y vieron publicados sus
libros. Hubo cubanos como Carlos A. Palacio que vieron en Cuba cientos de
artículos publicados suyos y varios libros. Así revistas de ajedrez como “Jaque
Mate” y el boletín de ajedrez Radio Rebelde, estaban prácticamente escritas por
cubanos en su totalidad y era un honor para un extranjero ser publicado en
ellas. A mí me dio un gusto y alegría ver que me publicaron un artículo en el
boletín de Radio Rebelde, sobre todo cuando en revistas mexicanas de ajedrez se
publicaban solo artículos de extranjeros y yo, por jacobino y crítico de los presidentes
de la FENAMAC, me tenían prácticamente vetado.
El caso es que en Cuba se promovió el ajedrez por cubanos y
así se creó una verdadera escuela de ajedrez que hoy tiene fama mundial. La
clave fue no desplazar a los valores nacionales con políticas malinchistas de
ensalzar lo de fuera…