19 mar 2016

La XVII Olimpíada Mundial de Ajedrez en La Habana, Cuba; 1966. Quinta Parte.




De cómo Cuba llegó a ser una grande del ajedrez.
“Nuestro vino, de platano, nuestro vino, y si sale agrio es nuestro vino”.
Siguiendo los modelos de la Unión Soviética que en los torneos de 1925, 1935 y 1936 logró que participasen en sus magnos torneos los mejores jugadores del mundo, Cuba hizo otro tanto con los Capablanca in Memoriam, para culminar en la Olimpíada de 1966, diez años después del evento similar de 1956 en Moscú.
Pero tras de que los soviéticos facilitaron que algunos grandes maestros como Shamkovich impartieran cursos a las primeras líneas del ajedrez cubano, la estrategia continuaría tratando de crear los entrenadores surgidos del patio, cerrar ya la intervención de mentores extranjeros, pues de otra manera no se estimularía la formación de cuadros propios. Conforme visitaban Cuba y veían el apoyo gubernamental y reconocimiento social que se le daba al ajedrez en Cuba, muchos jugadores buscaron residir en la Isla, pero si bien podrían impartir enseñanzas importantes, por otra parte desplazarían a los aspirantes a ser los entrenadores locales y por ello las autoridades cubanas hicieron lo mismo que en su época las autoridades del ajedrez soviético: restringir la participación de entrenadores y jugadores provenientes del extranjero.
Algunos casos especiales, como en la URSS, Salo Flohr, Andres Lilienthal y en Cuba, Francisco J. Pérez, fueron admitidos, pero hubo muchos otros que se les permitió participar en eventos pero no integrarse en la planta laboral de maestros.
En algunos países como Estados Unidos, Alemania e Inglaterra no se tomaron esas precauciones migratorias y los extranjeros terminaron no solo integrando en su totalidad los equipos “nacionales”, sino lidereando la enseñanza del ajedrez en esos países, causando cierta inconsistencia en los programas, pues al no tener arraigo, luego se trasladaban a países donde les pagasen mas y los proyectos quedaban inconclusos, al mismo tiempo que al ocupar los mejores cargos laborales, no se estimulaba a que los entrenadores nativos se desarrollasen, al verse relegados por los extranjeros. En todos los países hay lo que en México llamamos malinchismo, donde se aprecia más lo de fuera que lo propio, producto de una política colonialista que trataba de minimizar la autoestima nacional. Herencia de la conquista española que buscaba acallar la posible insurrección de pueblos conquistados que aunque tenían mas cultura estaban menos desarrollados en el arte de la guerra y en la elaboración de armas.
El caso es que el régimen cubano buscaba que la autoestima de su pueblo se elevase y en toda expresión de actividad humana había que crear los exponentes de los valores nacionales. Quizás, nada más quizás, admitían que los entrenadores soviéticos eran mejores, pero como no se debía depender de ellos, era importante que se formasen los cuadros propios.
La inmigración puede favorecer mucho a una nación, así se vivió en México con la emigración republicana española que permitió que muchos mexicanos se formaran con los grandes pensadores hispanos, sobre todo catalanes; pero también hay que evitar caer en el extremo del desplazamiento y de que los nacionales estén en desigualdad de oportunidades laborales. Por eso en algunos países, como México, se establece que si una empresa quiere contratar a un extranjero, debe contratar por lo menos a diez mexicanos también.
En Cuba para el ajedrez el caso fue màs agudo, simplemente no se aceptó contratar a entrenadores extranjeros ni a uno por cien cubanos.  Tal vez eso pudo hacer más lenta la evolución de su ajedrez, pero fue básico para crear una escuela cubana de ajedrez sólida.
Cada aspirante a entrenador de ajedrez en Cuba contaba con capacitación y sobre todo con la posibilidad de ocupar un puesto laboral sin temer a ser desplazado simplemente por no tener un apellido ruso. Pronto casi el 100% de los instructores y entrenadores del ajedrez en Cuba eran cubanos.  Si hacemos un recuento de los extranjeros que enseñaron en Cuba, podemos citar a los GM Shamkovich y Antoshin de la Unión Soviética, a Ulf Andersson de Suecia, al mencionado Francisco J. Pérez de España; y hasta ahí.
Nuestro vino, de platano, nuestro vino, y si sale agrio es nuestro vino. Esa canción de Carlos Puebla era como un himno a favorecer la producción nacional en todo, incluyendo el ajedrez. Y si bien al principio la mayoría de los libros de ajedrez publicados en Cuba eran de autores extranjeros, poco a poco los autores nacionales cubanos tuvieron espacios y vieron publicados sus libros. Hubo cubanos como Carlos A. Palacio que vieron en Cuba cientos de artículos publicados suyos y varios libros. Así revistas de ajedrez como “Jaque Mate” y el boletín de ajedrez Radio Rebelde, estaban prácticamente escritas por cubanos en su totalidad y era un honor para un extranjero ser publicado en ellas. A mí me dio un gusto y alegría ver que me publicaron un artículo en el boletín de Radio Rebelde, sobre todo cuando en revistas mexicanas de ajedrez se publicaban solo artículos de extranjeros y yo, por jacobino y crítico de los presidentes de la FENAMAC, me tenían prácticamente vetado.
El caso es que en Cuba se promovió el ajedrez por cubanos y así se creó una verdadera escuela de ajedrez que hoy tiene fama mundial. La clave fue no desplazar a los valores nacionales con políticas malinchistas de ensalzar lo de fuera…