22 jul 2011

En el centenario de Marshall McLuhan

Con consternación los cuatro únicos alumnos que tengo en la India, residentes dos de ellos pero de nacionalidad española, uno mexicano, diplomático y uno totalmente de la India y que es uno de los más jóvenes prometedores y actualmente maestro FIDE a los 13 años, me comentan que uno de los sitios que utilizo para guardar archivos grandes en que les mando videos, Mediafire, ha sido bloqueado, junto con dieciocho sitios más, por el gobierno de la India.
Esto perjudica a miles de jugadores de la India que descargan en esos sitios infinidad de material ajedrecístico. Escriben emails de protesta, pero parece que no se espera éxito en la gestión, pues la medida va contra los que piratean filmes via internet y constituyen un mercado irregular que implica a más de dos millones de dólares a la semana.
Estamos en una aldea global, y lo que pasa en una parte del mundo nos afecta a todos. China ya había bloqueado un centenar de sitios internet, lo mismo que Irán, aunque por muy diferentes motivos. Algunos países o más bien, compañías trasnacionales de gran envergadura con sede principal en esos países hablan de dividir la internet, así como de otras medidas que solo enmascaran levemente el querer controlar la internet aún más de lo que ya lo hace el creador y dueño de ella, los Estados Unidos, que no ha hallado un camino seguro para que no se le salga de las manos.
Este paso que dio la India ha obligado a buscar “puentes” informáticos, disfrazando a usuarios de la India como si fueran de Indonesia, lo que ha funcionado unos días, pero que no es difícil de que los informáticos oficiales de la India encuentren alguna manera para evitar estas “fugas”.
El caso es que la información no se puede controlar, pero estos intentos de hacerlo contribuyen a mitificar la importancia de ella.   La información es poder, pero no todo el poder, ni siquiera la faceta más importante del poder.
La información digerida por nosotros es mucho más importante que la que simplemente nos llega.  Hay buena evidencia de que hay más posibilidades de recordar material que uno ha organizado y que se ha puesto en nuestras propias palabras, del que hemos tomado notas, que el material que trasladamos simplemente de un libro. Por eso en muchos casos aprendemos más en grupos de estudios y seminarios que leyendo un libro. En un curso de Andragogia (métodos de enseñanza a adultos),  que tome, nos mencionaban la frase: “¿Cómo saber lo que pienso antes de ver lo que yo digo? El decirlo con las propias palabras sirve para checar que uno entendió  y ayuda a identificar que trabajo aun se necesita por hacer.
El caso es que se acumula mucha información, alguna pasiva, que quedarán en forma de datos, otra semi pasiva, solo de consulta esporádica y otra activa, de consulta constante o que lleva el papel principal de un proyecto. Pero el limitar la internet disminuye al abanico que podría tener uno enfrente para hacer la separación de esos tres tipos de información.
Con lo de la India me vinieron a la mente el filme del Jorobado de Nuestra Señora de Disney y la biografía de William Taylend. En uno parecía la amenaza para el villano de que la imprenta pusiera conocimientos a nivel público y en la segunda el gran pecado de poner al Nuevo testamento traducido del latín al inglés en la era Tudor. ¿Cómo poner la información bíblica a la interpretación del pueblo común? Había que proteger a todos de su propia mala interpretación. En esa época un sacerdote de Zafra, en Extremadura, España,  que jugaba ajedrez se atrevió a citar clásicos griegos y latinos para ilustrar ideas de cómo jugar el noble juego; muchos de ellos casi prohibidos para la lectura de aquellos que no poseían título de bachiller. Se vuelve necesario estudiar la Exégesis para evitar que alguien haga interpretaciones equivocadas tanto de los doctores romanos como de los evangelistas.
El caso es que más se tardo el gobierno de la India en que ajedrecistas de varios países ideáramos una manera de evitar se pusiera la cerca informática.  Pero al mismo tiempo hay que ver como realizar el combate frontal, no solo planear la actividad clandestina, que tiene mucho de claudicación.
Una buena pregunta, que ayuda a conocerse, es la que le hicieron a Karpov y Kasparov. ¿Qué haría si su gobierno prohibiera el ajedrez? Karpov dijo que lo practicaría en la clandestinidad, Kasparov que trataría de derrocar al mal gobierno. Muchos somos eclécticos y haríamos las dos cosas. Pero el golpe debiera ser bien planeado, pues el ajedrez enseña que ataque que no aniquila fortalece.