El saber del mundo
ha sufrido de los avatares de la historia, y mucho del conocimiento de nuestros
mayores no ha sido fácilmente legado y rescatado. El progreso del mundo hubiese
sido más rápido y mejor sin tantas perdidos tesoros en el camino.
Entre las muchas
cosas que las culturas occidentales, las europeas y las de Nuestra América le
deben a nuestros antepasados del Islam y a la savia árabe, está la
transmisión de muchos de los textos griegos y latinos que se conservaron para
ser conocidos en la Europa de la Alta Edad Media y que se hubieran perdido para
la cultura occidental tras la caída del Imperio Romano de Occidente.
Y el
ajedrez también, al menos en su versión más antigua, pues como lo conocemos
nació en Valencia, España; al final del siglo XV. Pero sin Zirjab, que llegó de
Bagdad a la culta Andaluz, y que trajo con él un ajedrez, su llegada a Europa
del noble juego se hubiese retardado mucho y a lo peor, no tendríamos un Ruy López
en la historia.
Ahora que el filme Lincoln estaba de moda, no deje de pensar
en ese relato de que el estadista norteamericano dio un discurso tan conmovedor
en Gettysburg, que los periodistas que
debieron llevar el registro de sus palabras, sintieron la emoción transmitida y
absortos no lo anotaron. Tuvieron que hacer un esfuerzo especial para recordar
las palabras y reportar el discurso como tuvo lugar, ya que la preparación
escrita de Don Abraham fue rebasada por la facilidad de improvisación para el
orador de Kentucky que se salió de su propio guión. Si no se hubiera hecho un
rescate adecuado, nunca conoceríamos en realidad como Lincoln se expreso en ese
lugar fertilizado por tanta sangre hermana. En el filme daba la impresión de
que cada soldado de la Unión lo había memorizado.
Es común que muchos ajedrecistas pequen de desconocimiento
de la historia, pues a la mayoría lo que le interesa es jugar y un gran número
ni sospecha de que haya tanto pasado en el ajedrez y el largo camino que ha
recorrido la enseñanza del mismo. Se habla de grandes maestros tan talentosos
que apenas conocen un libro de ajedrez y lo juegan muy bien.
Otros, que a pesar de gran talento para el juego, tenían la
vocación de enseñar y se convirtieron en grandes entrenadores y como jugadores,
a pesar de que sus compañeros de estudios y de generación alcanzaron sus
títulos internacionales, ellos no, pero de alguna manera dejaron una huella
profunda en el ajedrez.
Muchos
manuscritos, o archivos de Word, para ser modernos, no llegan a convertirse en
libros o siquiera en artículos de blog y el servicio que pudieron ofrecer se
perdió. Es una cosa que francamente da miedo. Uno quisiera de alguna preservar
todo lo que ha aprendido para que con la propia muerte alguien lo heredase.
Non Omnis Moriar, ha sido la preocupación de muchos que
llegan a la tercera edad y que sienten un complejo faustiano de que tanto
trabajo se vaya con sus polvos.
Cuando uno conversa con los octagenarios entrenadores que
dieron brillo a las escuelas de ajedrez de Rusia en los años sesenta y que
cuentan decenas de grandes maestros entre sus alumnos, se deseperan porque solo
pudieron escribir apuntes que se publicaron en ediciones de mimeógrafo de 100 a
lo más ejemplares, y buscaban como prestarme un ejemplar para que lo escanease
y lo preservase de alguna forma, pero los ejemplares estaban tan deteriorados
que el escaneo es casi imposible, hay que resaltar las letras, o grabarlas leyéndolas
con trabajos y luego con un programa trasladarlos a Word. Pero aun así, textos interesantísimos estarán
condenados a no ser conocidos más que por aquellos alumnos a quienes hace 50
años fueron dedicados.
Claro que mucho se publicó en la URSS, a veces con tirajes
de 100 mil ejemplares, pero como había una demanda de cientos de miles de
lectores, no los alcanzaban a conocer ni el 10% de los jugadores activos de la
URSS, mucho menos los jugadores occidentales.
Algunos autores, por causas accidentales, y no tanto por la
calidad, aunque hubo casos que era tan grande está que se imponía a todo,
lograron publicar sus escritos fuera de la URSS. Pero cuantos grandes entrenadores
fueron poco conocidos. Algunos verdaderamente notables como Chebanenko no
gustaban de escribir y los conocemos por los relatos de sus alumnos, como el GM
Bologan, o la anécdota de la innovación teórica que preparó para que Petrosian
venciese a Fischer en la Argentina y que el excampeón mundial se desvío en el
momento crucial y no obtuvo el triunfo que Chebanenko le puso en mano.
Otro gran jugador, que no tuvo reflectores fuera de la URSS,
Chepukaitis, escribió un libro sobre ajedrez rápido mucho mejor que el que
escribiese Nakamura veinte años después, pero es muy poco conocido, con solo 6
mil ejemplares de tiraje y que si no fuera por el Internet no lo conocería
nadie fuera de Rusia.
¿Cómo preservar tantos trabajos de los entrenadores rusos de
mediados del siglo XX que solo publicaron en mimeógrafo? ¡Averígüelo Vargas!