Decenas de libros tienen el título de “Gane usted en …Ajedrez”
y generalmente son libros que el autor quería titular de otra manera, pero
alguien de mercadotecnia decidió ponerle un título “gancho”, o simplemente es
un libro sin mucha base para afirmar que se tienen recetas para ganar.
Después de décadas de jugar y “enseñar” o ayudar a entrenar,
he llegado a la conclusión que la realidad es que los jugadores de ajedrez
quieren perder.
El GM Carlos Torre Repetto cuando hablaba, me parecía que
era una especie de Marcel Proust del ajedrez. Ese aislarse de jugar torneos
internacionales desde los 21 años de edad, supuestamente por un problema de
nervios me daba mucho en que pensar cuando además parecía haberse bebido un
libro enorme como “En busca del tiempo perdido”, me hizo sospechar mucho y se
me hizo materia obligada leer el libro que el maestro Torre tenía como su libro
de cabecera.
Proust parece un elogio a la desgracia y a Torre, que
durante años parecía vivir un “martirio alegre” como decía, le llamaba la
atención la idea de que uno realmente se superaba en base al sufrir.
“La felicidad es buena para el cuerpo, nos sentencia Proust,
pero es la tristeza la que desarrolla toda la fuerza de la mente” Ya decía otro
seguidor de Proust, Alain de Botton que “estas tristezas nos obligan a realizar
una tabla de gimnasia mental que sin duda habríamos rehuido en tiempos más
felices”.
La necesidad hace parir jimaguas, dicen en Cuba, y salimos
de nuestra zona de comodidad a base de “tener que comerse un cable”. El llamado
“período especial” llevó a que en Cuba se despertase el ingenio a niveles
insospechados. Varias veces el equipo de Cuba en ajedrez se ha colocado en los
primeros diez lugares del mundo a partir de ese período, superando a muchos
países con grandes tradiciones en ajedrez, mayor población, mayor ingreso y con
ajedrecistas que gozan enormemente con mucho mayores facilidades que los
ajedrecistas cubanos.
Muchos se creen que juegan ajedrez para ganar, pero la
verdad es que no les atraería el ajedrez si fueran tan ganadores como dicen
querer serlo. Se juega ajedrez para perder, nos atrae por lo frustrante. Si la
prioridad genuina es el desarrollo de nuestra capacidad mental, entonces, de
acuerdo a Proust y a Torre, estaríamos mucho mejor siendo infelices que estando
contentos.
Napoleón decía que solo los estúpidos estaban satisfechos.
Está uno contento consigo mismo sólo si se tienen miras cortas. El ser humano
vive insatisfecho, con un infierno en su interior, una ansiedad continua. Sísifo
es el personaje con que uno se identifica más, y Prometeo el más admirado,
además de que sabemos en nuestro interior que caeríamos en lo mismo que Ícaro, pidiendo
demasiado a nuestras alas. Admiramos más a los audaces que fracasan que
aquellos que parecen lograr todo fácil, a esos los envidiamos con cierto
desdén.
Dice Alain de Botton que a pocas cosas nos dedicamos los
seres humanos con tanto ahínco como a la infelicidad y que si un maligno
creador nos hubiese colocado sobre la tierra con el único propósito de hacernos
sufrir, tendríamos buenas razones para felicitarnos por nuestra entusiasta
respuesta ante semejante tarea.
Nadie mejor para introducirnos al mundo proustiano que Alain
de Botton. Lástima que sus mejores libros sobre Proust se publicasen años
después de la muerte de Don Carlos Torre, pues, ferviente poseso por las ideas
proustianas, hubiera sacado buenas ideas de los escritos de Alain de Botton.
Pero fue hasta 1994, hace veinte años que se publicó su libro “El Placer de
Sufrir”, y aunque ha sido traducido a diecisiete idiomas, este autor suizo,
nacido en 1969 y avecindado desde hace muchos años en Inglaterra no se puede
decir que sea muy popular en México.
El GM Carlos Torre muchas veces nos mostró a Marcel
Sisniega, a Carlos Manzur y a mi, partidas en que un gran maestro parecía necio
en perder y el contrincante tenaz en no vencerlo. “No cumple con su objetivo,
porque el contrincante no le ayuda. Juega el blanco y queda perdido, contesta
el negro y el que queda perdido es el negro, así y así, es frustrante, una
verdadera delicia.
De Marcel le agradaba pronunciar su nombre, “Marcel, como
Proust”, pero Marcel insistía que fue por Duchamp su nombre y yo bromeaba que
era por Marceau. “Tienes la mirada triste” le decía a Marcel, y a mi me parecía
que quien tenía una mirada realmente triste era Torre y me llamaba la atención
que en el filme de 1925 sobre el torneo de Moscú, las cortas escenas de Torre
reflejan un Torre muy optimista, muy alegre. La explicación del cambio me la dio
uno de los personajes trágicos en la vida de Torre, el GM Edward Lasker que me
dijo: “Torre se transformó en 1926, después que perdió conmigo” Lo dijo, con
una expresión que no pude descifrar entonces, ya que los seres de muy avanzada
edad tienen rasgos muy marcados ya por el tiempo y no es fácil interpretar sus
gestos, pues el tiempo y las muchas experiencias marcan el rostro y nos dan a
los viejos cierta máscara que, pudorosamente, nos cubre cuando confesamos
pecados del pasado. Un Lasker lo consagró a Torre y otro Lasker lo aniquilo.
Esa es mi conclusión.
El caso es que Torre creía que los ajedrecistas nos esforzábamos
mucho en perder. “Angelitos de Dios, pierden porque no los quiere Dios, han
pecado mucho”.
Perdemos seguramente porque inconscientemente sabemos que no
merecemos ganar.
Torre compartió, o copió una manía de Proust, la de leer
diarios de pe a pa. Como escudriñando crónicas de tragedias. Que si mataron a
10 en una masacre por tierras, que si un camión arrolló a 30 peregrinos en una
carretera cuando iban a la Villa para poder seguir pecando todo un año antes de
la nueva peregrinación.
No vaya demasiado rápido, decía Torre cuando preguntaba algo
como de donde venía y yo contestaba que regresaba de un día en Uxmal, y me
decía, pero no se salte los pasos, dígame donde tomó el transporte, su desayuno,
que tomó, a qué horas se levantó, no se vaya demasiado rápido, como solía decir
Proust, que fue capaz de escribir en más de veinte páginas la descripción de
cómo cambió de posición en la cama durante una noche. N´allez pas trop vite, no vaya demasiado
rápido, podía ser el lema proustiano, y Torre lo tomó para sí.
Jugador de comprensión rápida y que captaba lo más oculto en
una posición en segundos, gustaba de recrearse en el análisis y a l vez era
impaciente, no soportaba esperar la respuesta del contrario y quería terminar
la partida si el oponente jugaba flojo, pues no “sabían perder”, decía que hacían
el error fácil, no el sutil. “Hay que aprender a perder en grande, por un error
enorme en una concepción maravillosa, no en el simple descuido de ver donde
está una pieza, deben aprender a perder. Perder así como le hacen, no les deja
ninguna enseñanza, convierten a la derrota en un acto estéril”.
Gustaba Torre de analizar partidas de grandes maestros y
dedicaba sobre todo a verlas desde el lado del perdedor. “Cada vez que veo una
partida ajena estoy reproduciendo una partida mía, es como cuando leo una
novela, el protagonista soy yo, todo lo que lo rodea, las personas, son para mi
lo que me rodea y las personas que me rodean, cada partida es de uno y toda
novela es la historia de uno, todo lector es lector de su propio yo.
La única manera en que una partida que reproduzcamos nos deje
algo, es que la suframos, así puede afectarnos como es debido, en vez de ser
una simple distracción. Es la posibilidad de tener una enseñanza de una
experiencia que tal vez nunca habríamos experimentado en nosotros mismos.
La universalidad del carácter humano es tal, que viendo
partidas de Spassky, reconoceríamos a algún jugador de nuestro medio. Torre
señalaba a los comensales de un café de Mérida y nos mostraba similitudes con
los grandes maestros que conoció en Europa. “Miren, ese toma los cubiertos
igual que Tarrasch y aquel tiene la mirada irónica de Maroczy, y aquel acaricia
la mano de la muchacha que le presentaron de la misma manera que Capablanca”.
El reconocer en un cuadro del siglo XV a personajes que
frecuentaba Proust cuatro siglos después, lo que se llamaba “el fenómeno del
Marqués de Lau”, cuando Proust reconoció en un cuadro de Ghirlandaio, “Un viejo
con un niño”, el rostro de ese marqués contemporáneo de Proust, lo hacía Torre
cuando analizaba una partida perdida por algún ilustre jugador y que Torre
gozaba con masoquismo tratando de adivinar como se las arregló para perder, que
tuvo que pensar.
“Hay que escribir un libro que se llame Pierda usted en
Ajedrez” y le daba a Manzur una lista de partidas, todas muy largas, para
publicarlas…”No vayan demasiado rápido”…