(Memorias de un viaje con José Raúl Capablanca por México).
Por Carlos Fruvas Garnica.
Todas las mañanas del Mundo no regresarán…
Cuando vi la foto del homenaje que se le hiciera a Capablanca enfrente de su tumba, en ocasión de los 59 años de su muerte, no pude sino recordar el mes que acompañe a recorrer a Capablanca por mi patria. Ya casí todos los que dimos la bienvenida a Capablanca ese 15 de abril de 1933 en Ciudad Juárez, Chihuahua estan muertos. Han pasado 68 años de aquel día, por lo que sólo un nonagenario como yo puede albergar algún recuerdo de aquella época. Tal vez Febronio Chavarría pueda referir sobre la visita del cubano a Monterrey; por lo que una crónica así, para que quede en alguna forma en el recuerdo, casí lo consideré un deber personal.
Cuando leí la entrevista que le hicieron a mi buen amigo Raúl Ocampo, observé ciertas imprecisiones. Es difícil afirmar que en los años treinta el ajedrez estaba mejor en México que ahora. Posiblemente se basaba en que nuestros directivos del ajedrez si amaban nuestro deporte ciencia, cuando ahora francamente parece que los fariseos y comerciantes se apropiaron del templo de Jerusalén. Hoy incluso se explota a los niños y a los padres de familia. Antes, aunque solo se promovía el ajedrez entre jóvenes y adultos, no se veía esa avídez de lucrar con la patente de corso de una Federación. Había clubes por toda la república, pero realmente eran muy modestos. Algunos duraban solo unos meses. Otros, como el de Zacatecas y el de Córdoba, duraron más de cuarenta años.
En aquel tiempo pensabamos que en la época de Andrés Clemente Vazquez, treinta años antes, la cosa era mucho mejor. La pax porfirista permitía que una élite viviera lo suficientemente a gusto para dedicar los ratos libres al ajedrez. Y había muchos. En los años treinta sin embargo, vivíamos en una zozobra constante, pero la revolución permitía que no sólo una élite pudiera jugar ajedrez, y el ambiente se democratizaba. Los primeros gobiernos de la revolución promovieron el ajedrez y la visita de entrenadores y maestros como Boris Kostich, Ruben Fine, Isaac Kashdan y otros. En 1932 vino Alekhine y un año después Capablanca.
Lo que si puedo afirmar es que los que promovían el ajedrez lo hacían como un servicio a sus semejantes y no buscaban otro provecho que la propia satisfacción. Eran hombres de bien y no gente avída de robar el dinero público a través de nuestro noble juego. Eran personas exitosas en otros campos, no gente fracasada que fuera de su ámbito federativo o de clubes no tendrían ninguna valía ni peso moral.
Pero por otra parte, existía poco contacto entre nosotros, tanto por las distancias, como por la dificultad de viajar. Era impensable participar en torneos fuera de nuestras ciudades. Por ello la oportunidad de viajar por tren por toda la república con Capablanca fué una experiencia inolvidable. Como miembro del servicio exterior de México fui encomendado en brindar a Capablanca, en aquel tiempo en exilio por los problemas políticos en Cuba, toda la hospitalidad que el pueblo azteca ha brindado a los hijos de la amada Cuba.
Yo mismo, después de cuatro años de vivir en La Habana como ayudante del Embajador de México, me vi precisado a dejar abruptamente mi casa en aquella hermosa ciudad, donde la tiranía de Machado puso premio a mi cabeza tras el atentado de muerte a Clemente Vázquez Bello, no relacionado con Don Andrés, sino uno de los principales secuaces de Machado y la participación que tuve en facilitar la salida de muchos cubanos que como los hermanos Capablanca le eran molestos al dictador cubano. Ya en 1934 podría regresar gracias a Manuel Márquez Sterling, quien fuese unos minutos Presidente de Cuba.
Era por todos sabido, la reconocida militancia de Ramiro Capablanca y su hermana Zenaida en el Directorio Revolucionario Estudiantil, organización a la que se achacaba el atentado a Vázquez Bello. A pesar que Don José Raúl no tenia un compromiso político declarado, en su casa del reparto de La Ceiba en La Habana, vecina de la casa de José María Barraqué, secretario de Justicia de Machado, daba refugio al perseguido Carlos Peláez, ajedrecista amigo de Capablanca y seguidor de Miguel Mariano Gómez, hijo primógenito del expresidente liberal José Miguel Gómez; a quien la policia machadista buscaba.
En esa confusa situación política, el embajador de México en Cuba me encomienda que ayude a sacar de la casa de Capablanca a Peláez y a Ramiro Capablanca, a fin de que partan en un barco de la Ward Line a Tampico. Decidó yo mismo acompañarlos en el viaje, abandonando mis pertenencias a la protección del embajador, que luego me las hace perdedizas, por lo que no menciono su nombre, ya que sus nietos son personas de toda mi estimación y de alto prestigo en Comitán, Chiapas.
Enterada la policía que Ramiro Capablanca se refugió en casa de su hermano José Raúl, mandan una docena de patrullas de la Policía Nacional, dándole tiempo a Capablanca solo de esconderse con su vecino José María Barraqué que logra introducirlo a un barco con destino a Panamá.
Llega a Panamá sin más ropa que la que lleva puesta, una guayabera, y sin más dinero que unos dólares que le regala Barraqué. La hospitalidad panameña le permite sobrevivir unos meses y hacerse de unos exiguos fondos, cuando una invitación de sus amigos mexicanos lo invitan a recorrer el país dando simultáneas, con la posibilidad de hacerse de unos fondos durante su exilio que durará poco más de un año, hasta la caída de Machado.
Ramiro Capablanca lo alcanzará en Torreón y a mi me encomiendan buscarlo en Ciudad Juárez, proveniente de San Diego, de donde viaja por tren hasta El Paso, Texas a dar una exhibición antes de cruzar la frontera e ingresar a México.
De Ciudad Juárez viajamos por tren a las principales ciudades de México hasta llegar a la Ciudad de los Palacios. En aquel recorrido observe algunos clubes, si se pudiera llamarlos así, muy modestos, con ajedreces de todo tipo. Algunos se formaron al paso de Capablanca, otros se revitalizaron, ya que el magnetismo del cubano atrajo a los poderosos de cada ciudad y algunos generosamente cooperaron con los gastos de instalar exhibiciones decorosas para recibir al cubano y dar una buena impresión a nuestro visitante. Siempre tuvo Capablanca atenciones de todos, era un príncipe del ajedrez y a cada momento de la gira siempre se le vió así; con una elegancia y un porte, que a los más viejos les hacía recordar la personalidad de otro cubano, pero casí mexicano Andrés Clemente Vazquez. Por cierto que en Internet he visto muchas crónicas y biografias de Don Andrés, pero han fallado en presentar una fotografía de él. Por lo que permitanme aportarla para la memoria de la historía del ajedrez en México. Ni en los sitios web de Cuba la han publicado.
El viaje de Capablanca a México fue producto de una idea de José Joaquín Araíza, pero que yo apoyé ante el general Calles y con la ayuda del Dr. Francisco Raúl Vargas Basurto; quién convenció al acaudalado Agustín Garza Galindo a ayudarnos económicamente y a facilitar, por medio de sus relaciones con hombres de empresa de todo el país, brindar a Capablanca las condiciones a que estaba acostumbrado. Pues aunque Capablanca tuvo que dejar el dinero que poseía en La Habana, tras una salida imprevista a causa de la persecución política, siempre vivió a gran altura donde fuese. Capablanca nunca fué rico, aunque en segundas nupcias se casara con una viuda hermosisima y rica como era Olga Chagodaeva; varios años después de su visita a México, a quien el siempre mencionaba por su belleza. Como coincidimos en labores diplomáticas en Nueva York en 1940 y 1941, gocé de la amistad de la pareja, conservando algunas fotografías de ellos. La primera esposa, Doña Gloria Simoni Betancourt, nunca se repuso de la separación y hasta la muerte de Don José Raúl le envió fuertes reclamos, amenazandolo de enemistarlo con sus hijos. Durante un tiempo él era practicamente una especie de Embajada de Cuba itinerante y vendió más la imagén de Cuba ante el mundo que cualquier embajador. Pero los emolumentos eran tan irregulares como la vida política de Cuba. Incluso se dice que un Presidente de Cuba, Laredo Bru, le “extravío” lo que se había recolectado en La Habana para su match de revancha con Alekhine. Por cada simultánea en México a Capablanca se le pagó un estipendio generoso, aunque él nunca fijó el precio, confiando siempre que los mexicanos seríamos justos, lo que sucedió con creces. Es difícil hacer un estimado en base a los valores actuales, pero digamos que en un mes se le pagó el equivalente a $25 000 dólares de ahora. La cifra entonces era de unos $250 libras esterlinas (como recuerdo decían los contratos), pero un carro último modelo valía más o menos eso. Yo compré un Packard 1929 con mucho menos que eso, ese mismo año. Los gastos fueron otro tanto; aportando Calles la cuarta parte de ello y lo demás lo consiguieron Araíza, el Dr. Vargas, Agustín Freyría, Garza Galindo y el Ing. Requena. En aquel entonces el Coronel Soto Larrea aún no había hecho fortuna.
Solo en Torreón no se pudo conseguir un buen cuarto de hotel a Capablanca, aunque nunca se quejó de ello, pero solo fue una mala noche. Lo que no le importó tras el gusto de reunirse con su hermano menor Ramiro, quien luego de vivir en Miami, regresó a Cuba, donde llegó a ser gobernador de una provincia.
En La Habana, Capablanca tuvo que ocultarse en un sótano de la casa de Barraqué en forma muy modesta y siempre mencionaba que era la única vez que había tenido que dormir en una hamaca siendo un adulto, pero que los recuerdos de su niñez durante su vida en la hacienda paterna llamada Aguacate, nombre de orígen mexicano, y los viajes campestres con su padre, Don José María, lo habían enseñado a la manera correcta de hacerlo. Como buen veracruzano, yo tenía costumbre en La Habana de dormir siempre en hamaca y me hizo gracia el comentario de Capablanca. A Don José Raúl le daba risa que yo cargaba con mi hamaca por todo México, excepto en las frías noches de la Ciudad de México. Al Dr. Vargas, veracruzano como yo, le decía que porqué no se habia organizado una visita de Capablanca por el puerto, el gentil doctor decía que por las distancias y que se hubiera arreglado algo primero en Xalapa, pero que no se había podido. Eso es lo que me contestó frente a Capablanca, pero no obstante organizó un viaje a Veracruz, pero ahi Capablanca no dió una exhibición, sino sólo jugó algunas partidas con unos militares veracruzanos. Luego me comentaron que existió el peligro de un atentado por parte de agentes de la tiranía cubana y que se había optado por cancelar las simultáneas, pero que sí se aceptó la invitación del Gobernador de Veracruz, que quería conocer al genial cubano.
Los viajes a Puebla y a Cuernavaca también encantaron a Capablanca, si bien muchos de los que participaron en Cuernavaca viajaron también desde el D.F. siguiendo a Capablanca.
Durante el viaje, Capablanca a ratos no se sentía bien , por su hipertensión , que le aquejó toda la vida y terminó matandolo a edad prematura. Su médico en Cuba, el Dr. Domingo Méndez le hizo una serie de recomendaciones al Dr. Vargas Basurto, su colega mexicano, para que vigilara a Capablanca, por lo que tanto en Ciudad de México, como en Veracruz, Don José Raúl vivió como huesped del Dr. Vargas, como este lo hizo en varias ocasiones en la casa de La Ceiba en La Habana.
Realmente Capablanca era renuente a cuidarse, y solo lo hizo unos dos años después, cuando su salud influyó negativamente en sus resultados y sentía peligrar su revancha con Alekhine. Antes de ello, era bohemio y se amanecia en tertulias en el Hotel Saratoga en La Habana, o en el Union Club, que fuera el lugar de su gran victoria en La Habana.
Capablanca siempre fue una especie de galán, con una facilidad para el trato con las mujeres, aunque a un romance con una actriz, Gloria Guzmán, en Buenos Aires se le achacó su derrota ante Alekhine, nunca se corrigió, y a veces jugó partidas de torneo tras un largo desvelo o una lid romántica.
En aquel entonces los clubes de ajedrez en México solo eran visitados por hombres, pero durante la gira de Capablanca la presencia femenina fue constante. Nadie sabía de donde habían salido tantas muchachas, pero parece que las fotos de los períodicos locales anunciando su visita hicieron la magia. Todos querían oir a Capablanca, pues tenía una facilidad de hablar y un acento cubano muy especial, pues pronunciaba muy claro cada palabra, no como se tenía la idea del habla de un cubano en aquel entonces en México. El español Grandia, muy amigo de García Lorca, siempre afirmaba que Capablanca hablaba muy similar al andaluz, que casi se podían confundir. Un acento casí granadino, si bien Capablanca hablaba con voz suave y la suya era menos grave que la de Don Federico. Yo conocí a Lorca en La Habana y no pude sino estar de acuerdo con él, pero también hubiera sido fácil confundirlo con veracruzano y se me hizo su acento similar al de Don Salvador Díaz Mirón. En todo caso, ¡Capablanca hablaba como poeta!. Sin dejar de ser serio, siempre tenía una sonrisa muy pícara, y gustaba de usar palabras con cierto doble sentido. Y eso que en Cuba, entre las personas de nivel universitario, el albur era prácticamente desconocido. Jamás hablaba sin propiedad, siempre con mucha cortesía, pero directo. Se molestaba poco, pero cuando lo hacía era muy duro. A la servidumbre la trataba con mucho respeto, pero a los petulantes los cortaba. No le gustaban los adinerados. “El dinero es para que ruede”. Nunca parecía ahorrar. Hubiera sido un perfecto “caballero de París”, el famoso personaje habanero; que hasta 1980 todavía se podía ver por La Habana y era una parte pintoresco de la historia de Cuba. Bajo de estatura, sin embargo, Capablanca destacaba fácilmente en cualquier grupo. Medía poco más de 1.60, si mal no recuerdo, aunque usaba en ocasiones unos botines que lo hacían ver más alto. Al lado de Soto Larrea o de Alekhine se veía muy bajo, pero indudablemente superaba al ruso en magnetismo y eso que Alekhine se las traía en ese aspecto. En México le tomaron fotografías a granel. Asomaba ya algunas canas, sobre todo un pequeño mechón al frente. Solo una vez lo vi con barba, cuando escapaba de Cuba, y era entrecana y castaña clara; pero no gustaba de usarla, tampoco el bigote y se rasuraba un par de veces al día. Durante un tiempo, en el viaje, pensé que era zurdo, pero al interrogarle al respecto, me decía que tenia la muñeca lastimada, y que de hecho podía escribir con cualquiera de las dos manos. No hablaba mucho de ajedrez, sino de música y de opera. Jamás de política, aunque si de beisbol, o de pelota, como él decía. Nadie le preguntó nunca quién era su autor favorito, pero leía durante los viajes en tren un libro de Stendhal y traia otro de Pío Baroja. Admiraba a Lecuona, como cualquier cubano, y bailaba de todo. Hasta danzón, pero de puntita, a la manera clásica de Camagüey, de donde era su primera esposa. Le gustaba escribir un diario, e incluso preparó un artículo en inglés sobre México que mando a un diario de Nueva York, no sé si alguna vez se publicó.
Algunas cosas a veces se me confunden y hay muchos recuerdos que se me empalman y no puedo asegurar si sucedieron en Puebla o en Cuernavaca. Creo recordar que Capablanca saludo a Carlos Torre en San Luis Potosi, y que compré la foto que les tomaron. Pero no la he hallado, y en mis notas no encuentro mención de ello. No se si lo imaginé, pero creo recordar que si se encontraron y que Capablanca me mencionó que Carlos era mucho más joven que él (casí dieciseis años) pero que se veía más acabado, a lo que respondí que era por los gruesos anteojos y el pelo cano prematuro. Lo que si me acuerdo es que Capablanca me mencionó que le pareció que Torre no fué muy cortes cuando jugaron en Moscú, y yo le comenté que lo que pasaba era que Torre era muy cortado, pero incapaz de la mínima descortesía. Capablanca se interesó por la salud de Torre, pero varias personas le dijeron que Torre, de entonces 33 años, preparaba su regreso al ajedrez internacional. Algo que nunca se concretó.
Capablanca, después de la gira por México viajó a Hollywood invitado por Edward Lasker, y tuvo una “cercana amistad” con Kay Francis. El exilio de Capablanca fue muy animado. Al caer Machado el 12 de agosto de 1933, viaja desde California por tren hasta Nueva Orleans y regresa por barco, con muchos exiliados, a La Habana. Ahí sigue la agitación y a partir del 4 de septiembre asciende la famosa pentarquía política de los sargentos. Yo no me atreví a regresar a Cuba hasta el año siguiente, donde tomando un café con Don José Raúl en el Union Club de La Habana, recordamos el viaje por México. Don Pepe, a partir de 1933 para mi, volvió a su vida bohemia, a las cenas en El Saratoga, y a su sueño de la revancha con Alekhine.
Todas las mañanas del mundo …
Veracruz, Veracruz a 11 de junio de 2001.
La Tournee Ajedrecista del Gran Maestro Capablanca por México.
El gran maestro José Raúl Capablanca y Graupera efectuó una espléndida tournée ajedrecista por nuestra República del 15 de abril al 20 de mayo de 1933.
Lugar y Fecha JG JP Tablas.
El Paso, Texas; abril 14 17 0 1
Torreón, Coahuila; abril 16 29 0 0
Monterrey, N.L.; abril 18 20 0 0
San Luis Potosí; abril 19 30 0 0
En México, D.F.:
Asociación Cristiana de Jóvenes, abril 21 35 2 3
Club Americano, abril 24 31 2 7
Asoc.Israelita de Jóvenes, abril 26 26 0 2
Fabriles Militares, abril 29 36 1 3
Facultad de derecho, mayo 2 18 2 0
Casino Español, mayo 5 36 1 1
Club Americano, mayo 8 27 1 1
Secretaría de Guerra, mayo9 15 0 0
Puebla, Puebla; abril 31 31 0 1
Cuernava,Morelos; mayo 1 27 0 0
Guadalajara,Jalisco; mayo 11 23 1 2
Mazatlán, SinaloaM mayo 14 20 0 0
Culiacán, Sinaloa; mayo 16 31 0 0
Totales 452 10 20
Además Capablanca dio simultáneas en Hermosillo y Nogales, Sonora; de regreso a Los Angeles, California; pero no hay datos de sus resultados en las exhibiciones en dichas ciudades fronterizas.
(Datos verificados con ayuda del maestro Raúl Ocampo en base a la Revista Mexicana de Ajedrez, 1933; pág. 173.)