Notas para las crónicas del porvenir
( Y un Relato encontrado en un códice mexica)
Por el MI Raúl Ocampo V.
Hace algunos días, los lectores asiduos del sitio web del Maestro Armando Acevedo Milán, leíamos con irrefrenable tristeza y curiosidad sus sentidas palabras de despedida, que con redacción simple escondían un cierto dejo de amargura. No era para menos, el Maestro Acevedo nos ha regalado horas de trabajo desinteresadamente, para hallarse no solo ya con la ingratitud, sino incluso con el reclamo. No faltó quien incluso lo amenazará de ya no ser su “lector” si no cambiaba de actitud. Ante la inusitada misiva, producto de los balbuceos de una mente confusa, extraviada quizás en la búsqueda de su propia identidad, se produjo, seguramente, una reacción de enojo que termino amargando el espíritu. Como un ardúo trabajador que durante toda su vida cumplió con sus deberes, aun a costa de sacrificar bastante su afición al ajedrez, y que llegados los tiempos del retiro, rinde sus esfuerzos a una manera de adoración a Caissa, regalando su trabajo, ya que, como dijo Hemingway, no se posee nada hasta que se le regala, lo arrinconan a tomar una decisión zugzwang, ya que haga lo que haga lo hará mal, de acuerdo la corta vista de los que se dicen “sus lectores”. Afortunadamente, muchos ajedrecistas que por si ser bien nacidos son agradecidos a quien contribuye con su esfuerzo a dar un momento de solaz a sus semejantes, le pidieron a Armando que no abandonara su sitio en el cyberespacio, hasta convencerlo y lograr que el sitio “Ajedrez en México”, decano de los sitios webs nacionales, permanezca.
Algunos, no pocos, exageraron la libertad del pizarrón de mensajes. Se leyó de todo. Algunos a agradecían el recordar a su progenitora con lenguaje tan florido, diciendo que “sin tanta bulla, te pido me saludes también a la tuya” Luego otros relataron historias de capos y mafias creyéndose los autores de la segunda versión de “Los Intocables”, fábula escrita por Elliot Ness. Los hubo que utilizaron sobre nombres como el del “Ogro de Baku”, para decir sus sandeces. Realmente pusieron a Armando Acevedo Milán en un predicamento, porque lo acusaban de demasiado liberal o de represor. En fin, parecía una campaña para desanimarlo y sacarlo de la Red. Realmente parecía un caso digno de estudio. Y un hecho del que hay que tomar nota, para los recuerdos del porvenir.
Finalmente, se llegó a la decisión de eliminar el pizarrón de mensajes. Lo mismo esta pasando en otros sitios webs de ajedrez. Se lee cada cosa. Algunos ven defectos en la raza o en la religión del webmaster, otros en que si se copian notas de otros sitios, como si fuera una competencia por la originalidad. Un decano de Harvard inclusive ha dado su opinión legal sobre los derechos de autor en la web o la difamación en Internet, estableciendo lo dificil que es establecer lo ético en este campo totalmente nuevo. Lo cierto es que cualquier intento de restringir la libertad de Internet no tiene futuro. Recuerdo en ese aspecto las ideas del iniciador del movimiento yippie Abbie Hofman y su libro “Steal a Book”, sobre la ligera línea que marca la libertad del libertinaje.
Estamos escribiendo historia con nuestra actitud ante la Internet y lo que en ella se escribe. Vuelvo a citar a Papini; “Lector, como no te conozco, no te temo y como no te temo, no te miento”.
Pero la historia no termina ahí, sino más bien comienza. Entre los escombros de una vieja biblioteca, enmedio del barrio de Tepito, encontramos un códice mexica que narra un relato que nos viene bien a la mano, con sucesos que nos recuerda al caso “El sitio que casí se cae”.
Según la traducción del códice mexica encontrado por el Dr.Ficcioni y realizada por el inveterado y sabihondo doctor Candido Llomero de Melo Cuento, el casí deshecho códice, contemporáneo del Códice Ramírez, cuyo autor fue Baboschteca dice así:
“En la gran Tenochtiltlan existía un famoso guerrero retirado, Caballero Aguila Milanitzin que con gran sorpresa vio que los tepochtecas colocaron un muro en la parte derecha del templo mayor, mirando hacia el viejo templo de Axayacatl donde moraban las huestes de los recién llegados, de apestoso olor y pálida y barbada faz, del Malitzín que el gran Moctezuma brindó hospitalidad, sólo por arribar a las costas en Ce Acatl y creer en las profecias de un sacerdote que a punto de ser despedido, invento una razón de hacerse útil, para como Jeremías, planear como ocultar los tesoros del imperio. En ese muro, donde todos grababan sus anuncios para la venta del tianguis, algunos ponian una que otra noticia. El caso es que Milanitzin pensó que sería buena idea ayudar a sus amigos tenochcas que ya no hallaban lugar en el otro muro y construyó un hermoso muro al lado de su Calli y lo adornó y pulió con su esfuerzo durante tres noches, para que a la fiesta de Ecatl estuviera listo, invitando a sus amigos a que escribieran ahí, tanto de sus productos los tenochcas, como para que cada Jefe de Barrio, anunciará sus fiestas. Ya que estaba camino entre el mercado y el Gran Teocalli, muchos lo verían, tanto los macehuales, como los sacerdotes y guerreros de esta y otras tierras. Caballeros tigre y humildes porteadores podían escribir ahí, lo mismo incluso que los franciscanos que acompañaban a los guerreros españoles. Incluso el abogado Diéguez, muy cercano a Don Hernando escribió algunos pasajes de los evangelios traducidos en idioma mexica, con la ayuda de Tonatzin. Hubo una sección dedicada a Axayacatl y a Tizoc, relatando sus viejas glorias. Pronto el muro fue el centro de la atención de todos los paseantes y era orgullo del viejo caballero Aguila, que así se reunió de nuevo con viejos amigos y gozó de compartir recuerdos agradables con ellos. A los más cercanos los invito a su Calli a tomar tamales los sábados, siempre que demostrarán alta prosapia mexica y guardaran compostura. Durante un tiempo, Milanitzin estuvo felíz de haber llevado a cabo su idea y cada vez buscaba hacer de su muro más amplio y más hospitalario. Pero todo eso pronto cambió. Entre los cargadores de mulas, que no soldados, que acompañaban a Malitzín, o el llamado Hernando Cortés, había dos vascos: uno era Santiaguncio Esundesmadrecochea y Hermilio Redondigoitia. Don Hernando no los admitió como combatientes por no poderse poner la armadura, ya que el modelo “Sancho Panza” estaba descontinuado por requerir demasiado material y ser imposible que montasen no ya un jamelgo, sino incluso uno de los transportes animales que usara Anibal para asustar centuriones en las Guerras Púnicas, según fue referido por Fray Datus al Tlamatimin que me encargó este códice. (Observación del traductor: en algunas partes tuvimos que agregar algunos artículos y restar algunos adjetivos, tanto para ser comprensible la traducción, como por ser imposible determinar si algunas descripciones referentes a Santiaguncio o Hermilio pudieran parecer groseras en castellano moderno). Entre los compañeros de los muleros, había un mercader, que se veterano de las guerras de Italia, que a la hora del combate se las arreglaba para esconderse, pero a la hora de celebrar victorias era el primero (Nota del Traductor: Si el que escribió el códice hubiese leído a Shakespeare, lo habria identificado con un Falstaff enjuto, ya que era bueno para ser amigo de francachelas de los poderosos). Se llamaba, o le decían Tomandola, porque cuando agarraba algo no lo soltaba. Se le ocurrió a un tenochca denunciar en el muro de Milanitzin la desaparicion de dos de sus hijos, acusando a los castellanos de haberlos atrapado para ponerlos a trabajar como esclavos para alimentar las mulas de Santiaguncio, insinuando que Tomandola los había atraído con engaños de llevarlos a visitar Castilla (Nota del Traductor: El escribiente pone “visitar tierras al otro lado del mar” más o menos, donde según decían el Oro pesa) . Pero cada vez que escribía algo ahí, al otro día aparecían manchones de un material de producto humano maloliente, que Milanitzin tenía que limpiar todos los días, pues todos los días de nuevo el tenochca escribia y de nuevo aparecían los manchones. Por el olor a paella, le echaron la culpa a unos catalanes que pertenecían al tercio de Cristobal de Olid, pero muchos decían que esa paella no era valenciana ni de Barcelona, sino era una pamplonada. Desesperado Milanitzin por tanto trabajo, comenzó a destruir el muro, pero los tenochcas le dijeron que sus ventas bajarían, pero Sangrotzin el llamado el Ogro de la Bondojo, que no de Bakú, amenazó a Milanitzin diciendo que si quitaba el muro aparecerían en las paredes de su casa más letreros. Algunos dijeron que el tal Sangrotzin era tan gordo, que podría ser Santiaguncio disfrazado. Otros sospecharon que el Ogro de la Bondojo, traía alpargatas, algo inusual para los tenochcas. Incluso algunos macehuales dijeron que el material lo proporcionaba Hermilio, otros que era Diéguez, incluso hasta el mismo Hernando. Pero Milanitzin puso un material especial en su muro por sugerencia de Jimetzin, que era una especie de hechicero, especialista en yerbas, que solo una pintura especial podría pegarse y quedarse en el muro, para que pudiera vigilar que se escribiera. Pero el Ogro de la Bondojo trajo a varios amigos mayas, de famosa capacidad para la construcción de muros y construyeron el suyo, que se dedicó a alabar la hermosura de las cunas vascas y lo noble del oficio de mulero, con versos y sonetos en honor a Hermilio y a Santiaguncio. Ahí también escribieron acusaciones contra los Chichimecas y los Tepochtecas del norte, e incluso acusaron a Milanitzin de copiar sus poemas, ya que decían que eran malas traducciones del Mio Cid o de Netzahualcoyotl y ellos tenían los derechos de esos versos. (Nota del Traductor: Como dijera Juan José Arreola, hombre contra hombre, ¿Por quién apuesta?) Pero Tomándola los acusó con Diéguez por que no mencionaban sus hazañas, pero como Don Hernando, para esto había partido a partírsela a Pánfilo de Narváez, ya no atendió el asunto. A su regreso, Pedro de Alvarado había ya provocado una masacre de mexicas y apenas Cortés, recién llegado y encontrar a sus castellanos enmedio de una revuelta, logró escapar de Tenochtitlan hacia Tlacopan. Muchos castellanos murieron en la huída, otros cayeron prisioneros. Entre ellos Santiaguncio y Hermilio, quienes temiendo ser parte de la cena de victoria, ya que según Diéguez los mexicas se comen a sus prisioneros, pidieron la ayuda del jefe Tlaxcalteca, pero ahora asesor de Mexicas, ya que Cortés, según este jefe de Cholula, solo usa a los de Tlaxcala para carne de cañón, ese tubo que truena, Patotzin, quien les recomendó se apestarán de algo para hacerse menos apetecibles. Tal vez un olor a paellla medio raro… “
Desgraciadamente el codíce se deshace fácilmente entre las manos y es difícil, casí imposible, seguir con la trama.
Lo que esta claro, es que la necesidad de algunos de callar las protestas de otros no es algo nuevo en la huevamac, perdón, quise decir en el Anahuac, que para información de los lectores de otras tierras es el nombre mexica del Valle de México. Lo curioso es que algunos historiadores afirman que al establecerse el poder de los mexicas en Mesoamérica, estos quemaron los códices de épocas anteriores a ellos y fabricaron otros con la versión de la historia que les convenía, lo que a su vez hicieron los españoles cuando conquistaron Tenochtitlán, hoy llamada Ciudad de México, quemando casí todos los códices y destruyendo los templos y sus inscripciones. El Imperio Mexica pasó a ser la Nueva España desde 1521 hasta 1821, para luego convertirse en México. Pero cada vez que un grupo subía al poder, reescribía la historia. El pasado de México se descubre cada dia y es lo más difícil de predecir.
Los muros siempre han sido expresión del pueblo, aunque algunas veces también de la chusma encanallada. Me imagino que el muro maya de Santiaguncio en algún momento parecería pared de sanitario lleno de groserías y dibujos falomórficos. Lo que si esta claro es que a cada muro derribado o tachado, surgen otros diez y que la expresión no se puede detener si existe una razón válida de protesta.
Los que quieren hacer callar a los pueblos, les secan el alma y esta arderá al mínimo contacto con el fuego de la desesperación.
Como dijera Paquita la del Barrio: “Me estas oyendo inútil, le estoy hablando al perro”.
En lo que al ajedrez mexicano respecta, nunca serán suficientes los mensajes de aliento que se envién a aquellos que realizan la labor de mantener los muros modernos que son los sitios webs, muros creados para comunicar y no para dividir. La labor de Armando Acevedo Milán ha sido tan importante para unir a los ajedrecistas como la misma creación de la Federación Mexicana de Ajedrez. Lo mismo puedo decir de Julio Alberto Gonzalez de Argentina para el ajedrez latinoamericano. Ambos, increíblemente, han sido atacados incomprensiblemente por personas que quizas estén envidiosas de la importancia que han adquirido en nuestro medio ajedrecística. Es la mediocridad que se expresa ante los que sobresalen y logran un cambio en el paisaje. De esas manifestaciones no se libra nadie. Incluso grandes hombres a veces pecan de esas demostraciones de empañar una creación notable. En Persépolis, en Irán, puede observarse un “grafitti” de Stanley, el de Livingston, que grabó en una de las piedras monumentales “Stanley, 1870 New Herald Tribune” y el mismo Ernest Hemingway grabó con una navaja su nombre en un piano Steinway en España. El mismo Lord Byron puso su nombre grabado en una piedra del Partenon en Grecia. Macular la labor de otros es un pecado común, pero no por ello menos deleznable. Si les molesta el trabajo de otros, ¿porque no realizan un trabajo más grande y convierten una baja pasión en algo creativo?
Nadie es una isla, y lo que hacen todos, bien o mal, a todos afecta. Si algún sito web desaparece, no pregunten quien perdió, perdimos todos. Asi , a lo Hemingway, “No preguntes por quien doblan las campanas, doblan por ti”
Si alguien se ha tomado el trabajo de leer hasta este párrafo mi pastoso escrito, escrito con el humo de un H.Upmann, pero que parece que me hizo efecto de cannabis, y han disfrutado alguna vez de los sitios “Ajedrez en México” y “Ajelibre”, lo conmino a que demuestre su agradecimiento por la labor realizada enviandole un email a Armando Acevedo de México y otro a Julio Alberto Gonzalez de Argentina. No cuesta nada y ustedes han recibido mucho de ellos.
“Solo se posee lo que se regala.”
Ernest Hemingway, Mister Papa.
Naucalpan de Juaréz, a 23 de mayo de 2001.