23 mar 2014

La Vida que se va, Vicente Leñero y el ajedrez como dedicación de Vida.




El ajedrez es una continua toma de decisiones como es la vida misma. Y como la vida misma, el ajedrez es un matrix. Se supone que el ajedrez pudiera ser un medio para educar al ser humano, como lo  es la literatura, pero la dedicación como fin a lo que debiera ser un medio, es una decisión también muy especial. Vicente Leñero jugó con esa idea en su novela “La Vida que Se Va”. La novela relata la  historia de una anciana ajedrecista que al final de su vida en un encuentro con un periodista le describe las diferentes vidas que hubiera podido vivir si en vez de haber tomado una decisión hubiera optado por otra contraria. La vida que se va tiene un diseño que se basa en tres aspectos fundamentales del juego de ajedrez: 1) las posibilidades infinitas de combinar, 2) la alteración del sistema por cada opción tomada y 3) la dualidad u oposición de contrarios.
En la partida hay varias realidades, las jugadas que de hecho se realizaron y las muchas más que se pensaron y que conducían a situaciones que no se dieron debido a que el jugador las descartó.
Así en la vida pudo uno ser un poco de todo: soldado, científico, sacerdote o profesor, misionero o tonelero, limosnero o caballero, funcionario público o guerrillero. Parece que uno elige y que sopesa un camino imaginándose a dónde conduce. Siempre hay consecuencias y uno no escapa a las consecuencias.
En la vida que se va el personaje principal nos muestra las limitaciones del ser humano al decidir una vida y perder las posibilidades de otra, pues las descartó aparentemente, pero la mayoría de las veces fue llevado en gran parte por las circunstancias y parecía que elegía, pero parece muy dudoso que realmente llegase a tomar las riendas de su destino. Pero Leñero con su personaje relatando lo que pudo haber sido, muestra que la vida y el ajedrez tiene combinaciones sin límite, como las palabras, que se combinan para ser capaces de describirlo todo.
Cuando a uno le preguntan que tan satisfactorio puede ser dedicar la vida al ajedrez, esa cuestión no puede ser resuelta por completo, porque no se la pasa uno jugando ajedrez, como si fuera pieza que solo sale a actuar al salir de la caja. Uno realiza muchas cosas en la vida por mas que quiera ser solo ajedrecista. Es como aquel libro de Emil Ludwig en que describe su vida más allá del papel de escritor. Uno quisiera, como decía Arreola en una plática con el mismo Leñero, poder dedicar más reflexión al misterio del ajedrez y apartarse del mundanal ruido. Pero la vida, siempre celosa, reclama.
Ya al final, cuando uno escucha la sentencia de que la arena de la clepsidra se terminó y hay que reconocer que la vida se va, tiene uno que escribir, y como otro aficionado al ajedrez, Neruda, confesar que ha vivido y ha sido, como de nuevo hay que citar a Juan José Arreola:  “Pertenezco a ese orden de seres humanos que son dados al disfrute y a la sensualidad, al sentimiento frutal de la vida… Me considero más bien un gozador, un “vividor”… que crece, más que en la cultura libresca, en la cultura vital”.
La vida se les fue, o le fueron, a muchos amigos en años aun muy juveniles, y cuando apenas empezaban la tarea, la opción que eligieron  y que no llegaron al final de su camino. Hoy 23 de marzo, día del agrarista, aun recuerdo un cuadro que el Lic. Colosio compró a Raúl Anguiano Valadez por intermedio mío, de Elías Freig y de José Adolfo Anguiano “La muerte de un agrarista”, 23 de marzo. Tres de los cinco que tuvieron que ver con esa adquisición ya fallecieron, aunque esa fecha es recordada también como día de nacimiento de muchos ajedrecistas famosos, como Araíza y Korchnoi…