El
ajedrez es una continua toma de decisiones como es la vida misma. Y como la
vida misma, el ajedrez es un matrix. Se supone que el ajedrez pudiera ser un
medio para educar al ser humano, como lo
es la literatura, pero la dedicación como fin a lo que debiera ser un
medio, es una decisión también muy especial. Vicente Leñero jugó con esa idea
en su novela “La Vida que Se Va”. La novela relata la historia de una anciana ajedrecista que al
final de su vida en un encuentro con un periodista le describe las diferentes
vidas que hubiera podido vivir si en vez de haber tomado una decisión hubiera
optado por otra contraria. La vida que se va tiene un diseño que se basa en
tres aspectos fundamentales del juego de ajedrez: 1) las posibilidades
infinitas de combinar, 2) la alteración del sistema por cada opción tomada y 3)
la dualidad u oposición de contrarios.
En
la partida hay varias realidades, las jugadas que de hecho se realizaron y las
muchas más que se pensaron y que conducían a situaciones que no se dieron
debido a que el jugador las descartó.
Así
en la vida pudo uno ser un poco de todo: soldado, científico, sacerdote o
profesor, misionero o tonelero, limosnero o caballero, funcionario público o
guerrillero. Parece que uno elige y que sopesa un camino imaginándose a dónde
conduce. Siempre hay consecuencias y uno no escapa a las consecuencias.
En
la vida que se va el personaje principal nos muestra las limitaciones del ser
humano al decidir una vida y perder las posibilidades de otra, pues las
descartó aparentemente, pero la mayoría de las veces fue llevado en gran parte
por las circunstancias y parecía que elegía, pero parece muy dudoso que
realmente llegase a tomar las riendas de su destino. Pero Leñero con su
personaje relatando lo que pudo haber sido, muestra que la vida y el ajedrez
tiene combinaciones sin límite, como las palabras, que se combinan para ser
capaces de describirlo todo.
Cuando
a uno le preguntan que tan satisfactorio puede ser dedicar la vida al ajedrez,
esa cuestión no puede ser resuelta por completo, porque no se la pasa uno jugando
ajedrez, como si fuera pieza que solo sale a actuar al salir de la caja. Uno
realiza muchas cosas en la vida por mas que quiera ser solo ajedrecista. Es
como aquel libro de Emil Ludwig en que describe su vida más allá del papel de
escritor. Uno quisiera, como decía Arreola en una plática con el mismo Leñero,
poder dedicar más reflexión al misterio del ajedrez y apartarse del mundanal
ruido. Pero la vida, siempre celosa, reclama.
Ya
al final, cuando uno escucha la sentencia de que la arena de la clepsidra se
terminó y hay que reconocer que la vida se va, tiene uno que escribir, y como
otro aficionado al ajedrez, Neruda, confesar que ha vivido y ha sido, como de
nuevo hay que citar a Juan José Arreola:
“Pertenezco a ese orden de seres humanos que son dados al disfrute y a
la sensualidad, al sentimiento frutal de la vida… Me considero más bien un
gozador, un “vividor”… que crece, más que en la cultura libresca, en la cultura
vital”.
La vida se les fue, o le fueron, a muchos amigos en años aun
muy juveniles, y cuando apenas empezaban la tarea, la opción que eligieron y que no llegaron al final de su camino. Hoy 23
de marzo, día del agrarista, aun recuerdo un cuadro que el Lic. Colosio compró
a Raúl Anguiano Valadez por intermedio mío, de Elías Freig y de José Adolfo
Anguiano “La muerte de un agrarista”, 23 de marzo. Tres de los cinco que
tuvieron que ver con esa adquisición ya fallecieron, aunque esa fecha es
recordada también como día de nacimiento de muchos ajedrecistas famosos, como
Araíza y Korchnoi…