Una tragedia reciente, muy sentida, ha recibido semejante explicación. Muy ilustrativa.
Por supuesto que la pericia, la mano experta, debe guiar el rumbo de cada acción importante. Y puede ser de vida y muerte el confiar a una persona no experta una tarea delicada.
Pero como se dice en un dicho, no tiene la culpa el ignorante, sino el que le da el mando de una nave.
Un aficionado al ajedrez se quejaba de que no le pagaron un trabajo muy especializado de ajedrez y se llamaba engañado. Pero el engañado era él mismo, que sabedor de que no tenía la capacidad para realizar tal trabajo, lo había aceptado, lo que era en cierto modo un fraude. Lo curioso es que algunos dicen que él no estaba consciente de no estar capacitado, cosa de la que tengo mis dudas, pero en todo caso, el que lo contrató, fue el verdadero culpable. La causa de la causa es la causa de lo causado, dice el precepto legal más reconocido.
Muchas veces me llegan personas que me dicen que no entienden porque no progresan en ajedrez, que siguen los consejos de sus entrenadores. Pero luego resulta que tales entrenadores son personas que a veces son buenos jugadores, pero que no tienen estudios de pedagogía, psicología, o enseñanza general del ajedrez, ya sea formal o informal; ya sea en una universidad o en la universidad de la calle. Entonces el error está no en la falta de pericia o en las turbulencias, sino en haberlos contratado sin asegurarse que no fallaran en los momentos críticos por falta de pericia y “las malditas turbulencias”.
Una vez dijo, un muy buen aficionado al ajedrez, que el “metro”, el tren subterráneo de la Ciudad de México, había tenido un accidente a pesar de todos los sistemas preventivos, por culpa de “La maldita lluvia”.
Un padre de niño ajedrecista decía que su hijo fracasó en un magno evento, por culpa de la falta de pericia del entrenador y por la fuerza de los oponentes de sus hijos. O sea por “falta de pericia y la maldita fuerza de los contrarios”.
Bueno, al entrenador lo contrató él, y la fuerza de los oponentes era la esperada. Entonces el culpable fue él mismo. Atentó contra el desempeño de su hijo, aunque seguramente por ignorancia para saber seleccionar al entrenador o por pagar uno barato.
La FIDE ha tratado de establecer un parámetro para evaluar entrenadores, lo mismo las diferentes federaciones. Algunas han tenido éxito, pero muchas otras no. La peor manera de hacerlo es de una manera similar a los de otros deportes, cuando el ajedrez es mucho muy diferente de las demás disciplinas o actividades deportivas. Muchas veces se ha discutido hasta que punto el ajedrez es un deporte y aunque se ha aceptado universalmente que es un deporte, también se ha reconocido que tiene un 90% de características que lo hacen diferente a todos los demás, por lo que la manera de preparar y evaluar a entrenadores de otros deportes es inaplicable al ajedrez. Sistemas como los que usa la CONADE, como el SICED, tienen utilidad formal y burocrática, pero ninguna real para el ajedrez en lo que se refiere a calificar entrenadores de ajedrez, como se hace notorio al examinar sus manuales de capacitación.
Pero sin embargo, ha sido un paso importante, que habría sólo que redireccionar y evolucionar, no desechar del todo.
Pero aunque universidades o grandes colegios de profesionales avalen a un profesional, la mejor medida es la demanda de sus servicios, la vox populi, la evaluación general y sobre todo la apreciación personal del contratante, apoyado en muchos filtros para estimar su pericia.
Si falta pericia entonces, el culpable no es otro que él que lo pone al timón del futuro nuestro o de la persona a quien estimamos.
Ya sabemos quien es el culpable entonces, “él que lo hizo compadre”.
Por supuesto que la pericia, la mano experta, debe guiar el rumbo de cada acción importante. Y puede ser de vida y muerte el confiar a una persona no experta una tarea delicada.
Pero como se dice en un dicho, no tiene la culpa el ignorante, sino el que le da el mando de una nave.
Un aficionado al ajedrez se quejaba de que no le pagaron un trabajo muy especializado de ajedrez y se llamaba engañado. Pero el engañado era él mismo, que sabedor de que no tenía la capacidad para realizar tal trabajo, lo había aceptado, lo que era en cierto modo un fraude. Lo curioso es que algunos dicen que él no estaba consciente de no estar capacitado, cosa de la que tengo mis dudas, pero en todo caso, el que lo contrató, fue el verdadero culpable. La causa de la causa es la causa de lo causado, dice el precepto legal más reconocido.
Muchas veces me llegan personas que me dicen que no entienden porque no progresan en ajedrez, que siguen los consejos de sus entrenadores. Pero luego resulta que tales entrenadores son personas que a veces son buenos jugadores, pero que no tienen estudios de pedagogía, psicología, o enseñanza general del ajedrez, ya sea formal o informal; ya sea en una universidad o en la universidad de la calle. Entonces el error está no en la falta de pericia o en las turbulencias, sino en haberlos contratado sin asegurarse que no fallaran en los momentos críticos por falta de pericia y “las malditas turbulencias”.
Una vez dijo, un muy buen aficionado al ajedrez, que el “metro”, el tren subterráneo de la Ciudad de México, había tenido un accidente a pesar de todos los sistemas preventivos, por culpa de “La maldita lluvia”.
Un padre de niño ajedrecista decía que su hijo fracasó en un magno evento, por culpa de la falta de pericia del entrenador y por la fuerza de los oponentes de sus hijos. O sea por “falta de pericia y la maldita fuerza de los contrarios”.
Bueno, al entrenador lo contrató él, y la fuerza de los oponentes era la esperada. Entonces el culpable fue él mismo. Atentó contra el desempeño de su hijo, aunque seguramente por ignorancia para saber seleccionar al entrenador o por pagar uno barato.
La FIDE ha tratado de establecer un parámetro para evaluar entrenadores, lo mismo las diferentes federaciones. Algunas han tenido éxito, pero muchas otras no. La peor manera de hacerlo es de una manera similar a los de otros deportes, cuando el ajedrez es mucho muy diferente de las demás disciplinas o actividades deportivas. Muchas veces se ha discutido hasta que punto el ajedrez es un deporte y aunque se ha aceptado universalmente que es un deporte, también se ha reconocido que tiene un 90% de características que lo hacen diferente a todos los demás, por lo que la manera de preparar y evaluar a entrenadores de otros deportes es inaplicable al ajedrez. Sistemas como los que usa la CONADE, como el SICED, tienen utilidad formal y burocrática, pero ninguna real para el ajedrez en lo que se refiere a calificar entrenadores de ajedrez, como se hace notorio al examinar sus manuales de capacitación.
Pero sin embargo, ha sido un paso importante, que habría sólo que redireccionar y evolucionar, no desechar del todo.
Pero aunque universidades o grandes colegios de profesionales avalen a un profesional, la mejor medida es la demanda de sus servicios, la vox populi, la evaluación general y sobre todo la apreciación personal del contratante, apoyado en muchos filtros para estimar su pericia.
Si falta pericia entonces, el culpable no es otro que él que lo pone al timón del futuro nuestro o de la persona a quien estimamos.
Ya sabemos quien es el culpable entonces, “él que lo hizo compadre”.