Las diferentes experiencias en la vida van dando forma a la personalidad
de cada ser humano. Algunas son disparadores de amores y aficiones, grabándose
profundamente en el espíritu, a menudo de una manera tan decisiva que los
siguientes pasos de la vida serán influenciadas por tales vivencias.
Cuando llegamos a una edad en que podemos decir que se han acumulado muchos hechos en nuestra memoria, es menester organizar todo y examinar los recuerdos y las percepciones, pues no es raro que se confundan aquellas de esos momentos con la modificación reciente con que las recordamos. Un hecho feliz o doloroso de hace décadas, es posible que en su rememorización los percibamos de diferente manera y nos parezcan los sufrimientos de antaño, momentos agradables y que antes lamentados, sean hogaño agradecidos.
Mi primer torneo de ajedrez fue en 1965, a nivel estudiantil, pero la primera vez que vi un torneo de nivel formal internacional fue, en ese año un match entre la selección de Cuba y la de México.
Entusiasmado por aquel encuentro con los mejores jugadores de ambos países, gracias a amistades entre los funcionarios de aquel país que iniciaba sus primeros años con un sistema totalmente diferente a los que conocía, fui coleccionando ejemplares de la Revista Jaque Mate y la culminación de ese entusiasmo de ver la importancia que mi recién amada afición se le daba en Cuba, se unieron muchos amores en esas palabras que sentía unidas: Cuba y el ajedrez.
Esa unión de amores culminó con el gran espectáculo mundial que fue la Olimpíada de Ajedrez en Cuba; donde podía ver a los grandes ídolos del ajedrez todos juntos compitiendo en La Habana.
Cuando llegamos a una edad en que podemos decir que se han acumulado muchos hechos en nuestra memoria, es menester organizar todo y examinar los recuerdos y las percepciones, pues no es raro que se confundan aquellas de esos momentos con la modificación reciente con que las recordamos. Un hecho feliz o doloroso de hace décadas, es posible que en su rememorización los percibamos de diferente manera y nos parezcan los sufrimientos de antaño, momentos agradables y que antes lamentados, sean hogaño agradecidos.
Mi primer torneo de ajedrez fue en 1965, a nivel estudiantil, pero la primera vez que vi un torneo de nivel formal internacional fue, en ese año un match entre la selección de Cuba y la de México.
Entusiasmado por aquel encuentro con los mejores jugadores de ambos países, gracias a amistades entre los funcionarios de aquel país que iniciaba sus primeros años con un sistema totalmente diferente a los que conocía, fui coleccionando ejemplares de la Revista Jaque Mate y la culminación de ese entusiasmo de ver la importancia que mi recién amada afición se le daba en Cuba, se unieron muchos amores en esas palabras que sentía unidas: Cuba y el ajedrez.
Esa unión de amores culminó con el gran espectáculo mundial que fue la Olimpíada de Ajedrez en Cuba; donde podía ver a los grandes ídolos del ajedrez todos juntos compitiendo en La Habana.
El embajador de México en Cuba, el general Pamanes Escobedo, facilitó mi acceso a todo el material sobre ajedrez que se publicó en Cuba en aquel año de 1966, tales como los artículos de Bohemia, los boletines oficiales del evento, diversas revistas de todo tipo que publicaron artículos del evento, el libro especial que fue editado en varios idiomas, los números dedicados al torneo en la Revista Jaque Mate, incluso la colección de artículos que allá en México publicó Carlos Vazquez Escobar, lo mismo que revistas soviéticas y norteamericanas o inglesas con partidas comentadas de tan magno evento.
Fotos de los jugadores, del ambiente general de la organización, incluso del congreso de la FIDE de ese año, las fui coleccionando y ya quería ávidamente jugar un evento internacional en la Isla que era Meca del ajedrez en ese 1966.
Nueve años pasarían para que jugase en Cuba partidas a nivel internacional, y aunque desde 1972 pude competir con los mejores jugadores de Cuba como cuando jugué con el entonces Campeón de Cuba, el Maestro Internacional Jesús Rodriguez, fue hasta 1975 que tuve oportunidad de jugar contra varios cubanos de alto nivel de ajedrez en un solo evento, como fue el match México Cuba en 1975 en la ciudad de Santa Clara.
Pero debo decir que el evento que me marcó fue el de la Olimpíada de Ajedrez de 1966, y desde ese año ya había tomado la decisión de ser de por vida un ajedrecista.
Medio siglo ha pasado desde aquel entonces y mucho he vivido y estudiado tanto de ajedrez como de Cuba. Tendría que decir, fumando un habano como Winston Churchill, que siempre tengo a Cuba en mis labios y al ajedrez a mi lado. La historia de ambos, la de Cuba y la del ajedrez son siempre mi tema de estudio favorito, así como todo aspecto relacionado.
Hasta la fecha he escrito mas de medio millar de artículos relacionados con Cuba y con el ajedrez, y he escrito dos libros sobre ajedrecistas mexicanos y sobre sucesos en Cuba he escrito otro tanto.
Sobre el medio siglo que he vivido en esos dos amores, tendré que escribir finalmente unas memorias, que pretendan reunir tantas vivencias e interpretar las percepciones de tantos años e incluso comparar con las percepciones actuales basadas en el recuerdo.
Examinar a Cuba desde México y a México desde Cuba, con las opiniones de tantos amigos y ajedrecistas competidores y colegas de ambos países, me da un calidoscopio que a veces marea y enamora, embriaga y asienta.
Pero nada me parece mejor que escribir de la Olimpíada de La Habana desde el mismo lugar donde hace 50 años sucedió. Era menester hacerlo en el sitio donde sucedieron las cosas, pues los lugares obtienen su grandeza por las personas y las cosas que actuaron en los lugares, es lo que los hace celebres. Pues que son los lugares sino lo que recogieron de los seres humanos que palpitaron y se emocionaron en ellos, los que dieron su vida y sus afanes , lo que allí soñaron, lo que han dejado en el éter y que se impregnan en muros y cielos, en donde se recogieron sus sudores, sus risas y sus lágrimas. Había que estar ahí. Había que estar aquí…