“Tener lo que debía tener”.
José Raúl Capablanca y Graupera atrajo la admiración de los
aficionados al ajedrez de todo el mundo. De un pequeño país que no tenía dos
décadas de ser independiente, surgía un intelectual que desafiaba a las mentes más
poderosas del viejo continente en una actividad que se contaba entre las más
prestigiosas de la cultura.
Cuando en Cuba se dio un cambio social enorme a solo unos kilómetros
del coloso imperialista del mundo, parecía increíble que un país con apenas una
decena de millones de habitantes desafiara a una potencia que era hegemónica en
ese momento.
Capablanca y el ajedrez no podrían estar ajenos en aquellos
tiempos en que se requería que la autoestima de los cubanos estuviera tan alta
como su circunstancia histórica lo exigía. Y así lo comprendieron los
dirigentes de la revolución cubana.
Los tres primeros años del régimen vieron salir del país a
mucho personal de alta preparación que
no estaba de acuerdo con la nueva forma de conducir el país. Cuba se dividía y
cuestionaba a sus nuevos dirigentes.
Ya la experiencia de situaciones similares se habían vivido
en otros países en décadas anteriores y fue así como se siguió un modelo que no
solo buscaba dar cohesión y auto estima a la población, sino además estaba
acorde con las ideas de promover valores de alto nivel al pueblo.
El ajedrez sería un instrumento político de valor
irrefutable y de indiscutible aporte al bienestar popular.
Nada mejor que realizar el máximo evento mundial de ajedrez,
la olimpíada, pero debía hacerse al máximo nivel, con la mejor calidad y de
manera tal que trascendiera y dejase a la población algo equivalente a lo que
costaría el sacrificio de hacer tan magna fiesta mundial en momentos en que se
carecía de todo como consecuencia de la guerra económica que le hacía el coloso
del norte a un país que salía de su “establo” y pretendía ser “mal ejemplo”
para otros.
Aparte de “foguear” organizadores por medio de la
realización de diversos eventos internacionales como los Panamericanos de
Ajedrez, los matches con México y continuar la serie de Torneos Capablanca in
Memoriam; se buscaba dar a la población una verdadera opción a la práctica
organizada del ajedrez, con ámbitos y programas, capacitación de personal para
instruir a la población en general y para trabajar con todos los niveles.
Fue como construir una pirámide por todos lados simultáneamente.
Con la guía del GM Shamkovich se preparaba a una veintena de
los mejores jugadores de Cuba, propiciando que sus enseñanzas bajasen a las
bases. Se realizó un programa de comunicación social amplio para que diarios y
revistas hablasen de ajedrez, se reforzó la publicación de la revista
especializada de ajedrez “Jaque Mate”, se estimuló a que las revistas dedicadas
a deporte, como “Listos Para Vencer” y otras de gran difusión como Bohemia,
Verde Olivo, Cuba, etc., no solo publicasen columnas de ajedrez sino que
hicieran artículos especiales sobre la magna fiesta que sería la Olimpíada
Mundial de Ajedrez.
La publicación de libros de ajedrez con grandes tirajes
sería una faceta que Cuba emularía de lo que hicieron los soviéticos al inicio
del movimiento masivo de ajedrez. Así
los jóvenes cubanos tendrían acceso a la prensa especializada de la máxima
calidad, lo que unido a los ámbitos y al personal dedicado a la tarea de
promover el ajedrez en la población y a instruirlo, darían como producto una
práctica organizada del ajedrez en sectores cada vez más numerosos de la
sociedad.
El ajedrez fue enmarcado cuidadosamente en el sistema
educativo nacional, al mismo tiempo que en el sector de la práctica del
deporte, la cultura física y la recreación.
El ajedrez tendría aspectos definidos y separados, o más
bien, de sana distancia, incluyendo la práctica competitiva, la práctica social
y la participación política.
En tiempos de los soviets, allá por las décadas de 1920 y
1930, el ajedrez en la Unión Soviética había jugado un papel importante en
estimular la práctica de la lectura, ya que la afición de los rusos por el
ajedrez y su deseo de mejorar, los llevaba a estudiar libros de ajedrez y de
ahí a acercarse a otros textos. Se esperaba en Cuba algo similar.
En la URSS los clubes de obreros donde se jugaba ajedrez,
daban oportunidad a que los proselitistas políticos compartieran sus ideas con
los trabajadores y poco a poco “capacitarlos políticamente”. Algo igual sería
usado en Cuba. En pocas palabras, el ajedrez, siguiendo los modelos de la Unión
Soviética, sería un instrumento político a favor de un régimen que tenía que
enfrentarse a una enorme tarea.
La influencia del ajedrez en Cuba tal vez no fuera tan
grande como en Rusia, ya que Cuba no tenía una tradición tan firme en el
ajedrez como en la tierra de Lenin, pero indudablemente si logró ser un aporte
significativo en la transformación de una sociedad y en aumentar la auto estima
del cubano, que estaba consciente en que poco a poco asumía una situación de
liderazgo entre las naciones iberoamericanas.
En el ajedrez, los jóvenes cubanos poco a poco tenían lo que
debían tener para ser mejores en ajedrez y extraer de la práctica organizada
del ajedrez cada vez mayores beneficios.
De aquel pie veterano de los maestros como Jimenez, Jesús
Rodríguez, Ortega, Silvino y Gilberto Garcia, de Santacruz, del maestro Cobo,
de Plas, Calero y Romero, surgirían un gran número de grandes maestros como
Guillermo Gacía, Nogueiras, Vera, Amador Rodríguez y decenas de maestros
internacionales. Del pequeño grupo
asesorado por Shamkovich en 1966, surgirían en los años setentas, decenas de
fuertes jugadores, para que al fin del siglo XX ya Cuba fuese considerada una
potencia en ajedrez.