13 mar 2016

La XVII Olimpíada Mundial de Ajedrez en La Habana, Cuba; 1966. Cuarta Parte.




“Tener lo que debía tener”.
José Raúl Capablanca y Graupera atrajo la admiración de los aficionados al ajedrez de todo el mundo. De un pequeño país que no tenía dos décadas de ser independiente, surgía un intelectual que desafiaba a las mentes más poderosas del viejo continente en una actividad que se contaba entre las más prestigiosas de la cultura.
Cuando en Cuba se dio un cambio social enorme a solo unos kilómetros del coloso imperialista del mundo, parecía increíble que un país con apenas una decena de millones de habitantes desafiara a una potencia que era hegemónica en ese momento.
Capablanca y el ajedrez no podrían estar ajenos en aquellos tiempos en que se requería que la autoestima de los cubanos estuviera tan alta como su circunstancia histórica lo exigía. Y así lo comprendieron los dirigentes de la revolución cubana.
Los tres primeros años del régimen vieron salir del país a mucho personal de alta  preparación que no estaba de acuerdo con la nueva forma de conducir el país. Cuba se dividía y cuestionaba a sus nuevos dirigentes.
Ya la experiencia de situaciones similares se habían vivido en otros países en décadas anteriores y fue así como se siguió un modelo que no solo buscaba dar cohesión y auto estima a la población, sino además estaba acorde con las ideas de promover valores de alto nivel al pueblo.
El ajedrez sería un instrumento político de valor irrefutable y de indiscutible aporte al bienestar popular.
Nada mejor que realizar el máximo evento mundial de ajedrez, la olimpíada, pero debía hacerse al máximo nivel, con la mejor calidad y de manera tal que trascendiera y dejase a la población algo equivalente a lo que costaría el sacrificio de hacer tan magna fiesta mundial en momentos en que se carecía de todo como consecuencia de la guerra económica que le hacía el coloso del norte a un país que salía de su “establo” y pretendía ser “mal ejemplo” para otros.
Aparte de “foguear” organizadores por medio de la realización de diversos eventos internacionales como los Panamericanos de Ajedrez, los matches con México y continuar la serie de Torneos Capablanca in Memoriam; se buscaba dar a la población una verdadera opción a la práctica organizada del ajedrez, con ámbitos y programas, capacitación de personal para instruir a la población en general y para trabajar con todos los niveles.
Fue como construir una pirámide por todos lados simultáneamente. 

Con la guía del GM Shamkovich se preparaba a una veintena de los mejores jugadores de Cuba, propiciando que sus enseñanzas bajasen a las bases. Se realizó un programa de comunicación social amplio para que diarios y revistas hablasen de ajedrez, se reforzó la publicación de la revista especializada de ajedrez “Jaque Mate”, se estimuló a que las revistas dedicadas a deporte, como “Listos Para Vencer” y otras de gran difusión como Bohemia, Verde Olivo, Cuba, etc., no solo publicasen columnas de ajedrez sino que hicieran artículos especiales sobre la magna fiesta que sería la Olimpíada Mundial de Ajedrez.
La publicación de libros de ajedrez con grandes tirajes sería una faceta que Cuba emularía de lo que hicieron los soviéticos al inicio del movimiento masivo de ajedrez.  Así los jóvenes cubanos tendrían acceso a la prensa especializada de la máxima calidad, lo que unido a los ámbitos y al personal dedicado a la tarea de promover el ajedrez en la población y a instruirlo, darían como producto una práctica organizada del ajedrez en sectores cada vez más numerosos de la sociedad.
El ajedrez fue enmarcado cuidadosamente en el sistema educativo nacional, al mismo tiempo que en el sector de la práctica del deporte, la cultura física y la recreación.
El ajedrez tendría aspectos definidos y separados, o más bien, de sana distancia, incluyendo la práctica competitiva, la práctica social y la participación política.
En tiempos de los soviets, allá por las décadas de 1920 y 1930, el ajedrez en la Unión Soviética había jugado un papel importante en estimular la práctica de la lectura, ya que la afición de los rusos por el ajedrez y su deseo de mejorar, los llevaba a estudiar libros de ajedrez y de ahí a acercarse a otros textos. Se esperaba en Cuba algo similar.
En la URSS los clubes de obreros donde se jugaba ajedrez, daban oportunidad a que los proselitistas políticos compartieran sus ideas con los trabajadores y poco a poco “capacitarlos políticamente”. Algo igual sería usado en Cuba. En pocas palabras, el ajedrez, siguiendo los modelos de la Unión Soviética, sería un instrumento político a favor de un régimen que tenía que enfrentarse a una enorme tarea.
La influencia del ajedrez en Cuba tal vez no fuera tan grande como en Rusia, ya que Cuba no tenía una tradición tan firme en el ajedrez como en la tierra de Lenin, pero indudablemente si logró ser un aporte significativo en la transformación de una sociedad y en aumentar la auto estima del cubano, que estaba consciente en que poco a poco asumía una situación de liderazgo entre las naciones iberoamericanas.
En el ajedrez, los jóvenes cubanos poco a poco tenían lo que debían tener para ser mejores en ajedrez y extraer de la práctica organizada del ajedrez cada vez mayores beneficios.
De aquel pie veterano de los maestros como Jimenez, Jesús Rodríguez, Ortega, Silvino y Gilberto Garcia, de Santacruz, del maestro Cobo, de Plas, Calero y Romero, surgirían un gran número de grandes maestros como Guillermo Gacía, Nogueiras, Vera, Amador Rodríguez y decenas de maestros internacionales.  Del pequeño grupo asesorado por Shamkovich en 1966, surgirían en los años setentas, decenas de fuertes jugadores, para que al fin del siglo XX ya Cuba fuese considerada una potencia en ajedrez.