26 ene 2013

El Libro Rojo y el adiós a un amigo.



El libro de Carl G. Jung,  "The Red Book - Liber Novus" hace algunos años ,me impresionó sobre manera, pues enfrentarse a los recuerdos y a las tergiversaciones que nos juega la memoria sobre lo que realmente sucedió y lo que interpretamos de ellas complica sobre manera el que podamos hacer crónica real de nuestra historia.
Los hechos presentes son los recuerdos del porvenir, pero nunca llegarán en su realidad total, sino que serán producto de nuestras fabricaciones, pues la realidad en si a menudo nos parece una fabricación.
Hay que dejar pasar mucho tiempo, revisar notas y escritos y luego relatar historias con la conciencia de que el testimonio de nuestros tiempos deben llegar lo más puros posibles a los que nos sucedan.
Todo deberá tener su mármol y su día, su infalible poeta, como decía Antonio Machado; para que la memoria no se pierda, para que no perezca,  de los pasos del hombre sobre la tierra en cualquier ámbito, por pequeño que parezca.
El tiempo no sana heridas, sino más bien las cauteriza y hay que dejarlo hacer su trabajo. La madurez no llega nunca en realidad, uno pasa de fruta tierna a podrida sin hacernos madurar realmente. Y aunque se sienta uno con deber de decirles a todos lo magnífica que fue una persona, lo maravilloso que fue un amigo que se nos fue, apresurarse a hacerlo sería un error, pues hablará uno por la sangre de su herida. Si hay que anotar lo que sentimos en el momento, para mantener registro de los momentos duros y luego, cuando la ataraxia nos rescate, ya más sosegados, podremos ver con mayor claridad. Aunque, repito, estará siempre presente la fabricación tramposa emboscando los recuerdos.
Por ello hay que pasar la hoja temporalmente y esperar el momento oportuno de hacer el recuento de lo que se vivió con el amigo que partió, sin decirnos adiós, de repente.
Necesito repasar los bellos momentos, las sonrisas, los abrazos, los triunfos antes que pasar al recuento de daños y a la memoria de las injusticias, a recordar la serie de agravios que la persona querida, el amigo amado, sufrió y que lo construyó en el personaje tan admirado.
Por eso, no por cobardía, sino por prudencia para salvar la verdadera historia, paso la hoja y postergo obituarios. Que se me disculpe si se pasa el tiempo y la vida no me da plazo suficiente y quedase la página pendiente.
Hace casi 20 años que me permití hacer una crónica de la trayectoria en el ajedrez del amado amigo que se fue, no lo haré por ahora. Emular al personaje shakesperiano de Marco Antonio ante el cadáver de Julio Cesar me pareció dramático y si el bardo de Avon necesitaba para su relato la oratoria de protesta para mostrar el fomentar la indignación ante su pueblo para castigar el magnicidio, pasaría a ser más bien recurso para una teatralidad.
Como dice el tango, podría ser lamento inverosímil, o como el citado Antonio Machado, hay que estar solo con el mar.
Esperemos que el tiempo y el corazón nos dicte cuando hay que hacer el obituario justo a un justo, honrar al honrado, llorar al llorado. Ahora no…