El libro de Carl G. Jung, "The Red Book - Liber
Novus" hace algunos años ,me impresionó sobre manera, pues enfrentarse a
los recuerdos y a las tergiversaciones que nos juega la memoria sobre lo que
realmente sucedió y lo que interpretamos de ellas complica sobre manera el que
podamos hacer crónica real de nuestra historia.
Los hechos presentes son los
recuerdos del porvenir, pero nunca llegarán en su realidad total, sino que
serán producto de nuestras fabricaciones, pues la realidad en si a menudo nos
parece una fabricación.
Hay que dejar pasar mucho
tiempo, revisar notas y escritos y luego relatar historias con la conciencia de
que el testimonio de nuestros tiempos deben llegar lo más puros posibles a los
que nos sucedan.
Todo deberá tener su mármol y
su día, su infalible poeta, como decía Antonio Machado; para que la memoria no
se pierda, para que no perezca, de los
pasos del hombre sobre la tierra en cualquier ámbito, por pequeño que parezca.
El tiempo no sana heridas, sino
más bien las cauteriza y hay que dejarlo hacer su trabajo. La madurez no llega
nunca en realidad, uno pasa de fruta tierna a podrida sin hacernos madurar
realmente. Y aunque se sienta uno con deber de decirles a todos lo magnífica
que fue una persona, lo maravilloso que fue un amigo que se nos fue,
apresurarse a hacerlo sería un error, pues hablará uno por la sangre de su
herida. Si hay que anotar lo que sentimos en el momento, para mantener registro
de los momentos duros y luego, cuando la ataraxia nos rescate, ya más
sosegados, podremos ver con mayor claridad. Aunque, repito, estará siempre
presente la fabricación tramposa emboscando los recuerdos.
Por ello hay que pasar la hoja
temporalmente y esperar el momento oportuno de hacer el recuento de lo que se
vivió con el amigo que partió, sin decirnos adiós, de repente.
Necesito repasar los bellos
momentos, las sonrisas, los abrazos, los triunfos antes que pasar al recuento
de daños y a la memoria de las injusticias, a recordar la serie de agravios que
la persona querida, el amigo amado, sufrió y que lo construyó en el personaje
tan admirado.
Por eso, no por cobardía, sino
por prudencia para salvar la verdadera historia, paso la hoja y postergo
obituarios. Que se me disculpe si se pasa el tiempo y la vida no me da plazo
suficiente y quedase la página pendiente.
Hace casi 20 años que me
permití hacer una crónica de la trayectoria en el ajedrez del amado amigo que
se fue, no lo haré por ahora. Emular al personaje shakesperiano de Marco Antonio
ante el cadáver de Julio Cesar me pareció dramático y si el bardo de Avon
necesitaba para su relato la oratoria de protesta para mostrar el fomentar la
indignación ante su pueblo para castigar el magnicidio, pasaría a ser más bien
recurso para una teatralidad.
Como dice el tango, podría ser
lamento inverosímil, o como el citado Antonio Machado, hay que estar solo con
el mar.
Esperemos que el tiempo y el
corazón nos dicte cuando hay que hacer el obituario justo a un justo, honrar al
honrado, llorar al llorado. Ahora no…