Permítanme citar a Milena Recio que escribe desde La Habana:
“Con los ojos irritados, la mano acoplada al mouse y la columna contrahecha, permanecen cada día ante un mar de letras evanescentes en la pantalla de la PC. No lo soportan más, pero no pueden evitarlo. Son los migrantes digitales, quienes mantienen un pie en el tomo impreso y otro, nostálgico, en las ruinas de la cultura que ellos rememoran digna, ahora degradada a bits.
Piensan con terror en el futuro porque el presente ya señala el infortunio. ¿Dónde se encontrará la belleza, el fino ademán, la gracilidad de épocas pasadas con estos advenedizos que ahora se conforman con escribir un tkiero, sin más? ¿Cómo podrá la memoria humana salvarse en los sótanos virtuales de enciclopedias apócrifas donde cualquier hijo de vecino puede emplazar un saber profano?
En la otra esquina aparecen los nativos. Recién llegados, completan el cuadro. Nunca leerán más de 20 páginas, de nada. Ni siquiera le pondrán atención al prospecto que acompaña al jarabe de la tos. Sus ojos no ven, no miran; escanean. Su mente no lee, solo “recupera” tipos, señales, ambientes.
Encuentran sus pantallas y sus conexiones ubicuas por donde van. Esos cuerpos juveniles simulan ser, y no al revés, las extensiones de aquellos dispositivos electrónicos cada vez más portátiles que parecen capaces de forjar la realidad. (Érase un hombre a un IPod pegado…)”
Estas argumentaciones son de lo más interesante, pero hay que remitirnos al dato duro, aunque las estadísticas nunca debieran ser consideradas totalmente como tales.
Se habla de la importancia de leer, pero ahora ya es difícil, con los cybertextos, que es leer.
Nos dice Juan José Millán. “Y sin una visión clara de qué ha sido hasta ahora leer, ¿cómo vamos a opinar sobre lo que está suponiendo la nueva lectura?”
Es el problema, analizar algo que está cambiando día a día.
Milena Recio, dice además: “
“Los modelos de aprendizaje que tienen a la letra impresa y a la escritura secuencial como su principal referente, no han desaparecido, sino que se “contaminan” con la emergencia de literaturas hipertextuales, y alcanzan también a los nativos digitales cuyas formas de socialización y enculturización siguen siendo —allá quien lo niegue— principalmente analógicas y no virtuales”
Pero, reitero, hay que ver los datos duros.
El gigante Amazon.com, por ejemplo, anunció en abril que por cada cien libros impresos que vende, se descargan 105 libros digitales gracias a su lector digital Kindle, y que en 2011 ha vendido el triple de libros Kindle que en 2010. Por su parte Apple, con sus sofisticados iphones e ipads (teléfonos inteligentes y tabletas) vendió 600 mil libros digitales en solo cinco días después de sacar al mercado sus productos.
Johanna Puyol, en La Habana, afirmaba:
“A pesar del triunfalismo de los titulares, el hecho es que los libros en formato electrónico representan todavía un porcentaje muy pequeño de la oferta editorial y que las ganancias asociadas a su comercio no serán significativas a corto plazo. Se trata de un negocio incipiente que no exhibe fórmulas mágicas para un éxito rápido, sino que necesita de cuidadosas estrategias para el cambio de modelo y de un compromiso a largo plazo. Dicho esto, todos los actores asociados a la industria del libro (el autor, el editor, el distribuidor, el librero…) deberán saltar, si no lo han hecho ya, a este tren en marcha y enfrentar los retos de la edición digital, porque este es un proceso inevitable en el que, si no se crean un espacio propio, otros lo ocuparán por ellos”