Con la dirección
anotada, había que caminar muy poco desde la 23 y diez. Ya me había detenido
ante una representación de cera del Caballero de París.
Noroeste, Calle 8/Calle
B
De todos modos no dejaba
de pensar en esa estatua de cera y en la otra estatua de metal que está
enfrente de la puerta del Templo de San Francisco.
La locura de llamarse
Caballero y pretender caminar por donde no andaba y venir de donde no venia, de
alguna manera le ganó el que la Ciudad lo quisiera recordar. Bueno, la estatua
tiene más parecido al personaje real, siempre caminando, que las efigies
sentadas de John Lennon o de Federico Chopin. También la de James Dean
recargado en una columna de la plaza de la Catedral parece menos fiel que
cualquiera por acá.
Avanzamos con la dirección
anotada en el papelito y uno no puede sino ver las verjas y columnas que
guardan el espacio reservado, ya desde hace más de diez años, para necrópolis
de una ciudad con ciertas costumbres de pueblo.
Se cuenta que un
Conde, el de Pozos dulces, Francisco de
Frías y Jacob, fue el que fraccionó estos terrenos para crear una zona
residencial para los que habían llenado sus bolsillos de maneras variadas,
incluyendo algunas inconfesables. Se iba a llenar de palacetes y quintas, lejos
del bullicioso y mundanal ruido. Sería buena continuación de las mezclas arquitectónicas
que, como dijera Leal, van del neoclásico al eclecticismo; sería la
continuación del Vedado, o como de la Carlos III, un paseo extramuros para la época.
Lo cierto es que estos terrenos se poblaron de todo tipo de arte, desde una pirámide,
un rey de ajedrez y una ficha de domino. Dice la historia que este lugar se
conocía con los nombres de fincas y estancias con los nombres de la Dionisia y
San Antonio Chiquito. Fue paso de tropas
británicas que cuando sitiaron la capital se trasladaban a los promontorios
como la colina de la pirotecnia militar y que hoy es la Universidad. Curiosamente, en uno de sus promontorios a
los que pretendían llegar los ingleses se construiría el Castillo del Principe,
donde nacería en 1888, 126 años más tarde, José Raúl Capablanca y Graupera.
El caso es que estas
fincas, o haciendas, si se les quiere llamar así, fueron compradas por la
iglesia para construir un nuevo cementerio, en vista del crecimiento de la
población que primero hizo insuficientes los interiores de los templos para las
inhumaciones, como era costumbre en el siglo XVIII, por lo que primerp se hizo
el camposanto Espada, en honor del Obispo de La Habana, Juan José Díaz de
Espada y Fernández de Landa, construido en 1806, para luego, al estar colmado
este, crear otro camposanto mucho más grande y cuya primera piedra se colocó en
octubre de 1871.
Esta necrópolis fue un
proyecto ejecutado por el arquitecto español Calixto Aureliano de Loira y
Cardos, quien ganó un concurso y luego fue de los primeros en ocupar una de las
galerías apenas concluida. Como al ciego Tobías, con que bautizo a una de las galerías
por el personaje bíblico que por amor a
sus semejantes se consagró a dar sepultura a los muertos abandonados, se le ha
de haber aparecido el arcángel San Rafael, pues Don Calixto murió con apenas 33
años.
A esta necrópolis de 56 hectáreas
se le llama por todos como de Colón. Por Don Cristóbal Colón, por supuesto,
quien debe estar sepultado en la Catedral de La Habana y no, como se dice
oficialmente, en La Rábida, allá por Cádiz.
El cementerio si está de
lo más curioso, pues tantas cruces en una necrópolis iberoamericana es lo más
normal, pero voy hacia: Noroeste, Calle 8/Calle B, donde un rey de ajedrez
marcará donde esta sepultado desde hace 70 años José Raúl Capablanca y
Graupera.
Aquí, en este ajíaco de estilos arquitectónicos, como templetes
griegos, pirámides egipcias, arcos que parecen del románico bizantino, y una
elegante capilla con todo el tipo renacentista; debo orientarme en sus avenidas
para ver el sepulcro de Capablanca, entre tantos cubanos, uno de los más
famosos sin duda. Por un lado está la
tumba de Carpentier, Don Alejo, el del “Reino de Este Mundo”, el del real
maravilloso, que nos enseño a amar a nuestra América Insular. Por allí
descansan los trovadores Pío Leyva e Ibrahim Ferrer, así como varios
ajedrecistas como Juan Corzo. Martí está en Santa Ifigenia, en Santiago de
Cuba, muy lejos de donde naciera en La Habana, pero toda Cuba era su lugar de
nacimiento.
Capablanca muere en
Nueva York el 8 de marzo de 1942, hace setenta años. Me invitaron a jugar el Capablanca que este
año cumplirá 50 años de hacerse, pues el primero, por instancias y gestiones
del “Che”, se celebró en 1962. Jugué en un evento Capablanca hace 10 años, en
2002. ¿Podré asistir a la cita este mayo de 2012?
Por lo pronto preparo un
Bucanero muy especial para este marzo, con relatos del paso de Capablanca por
los Estados Unidos desde que estudiase en un Colegio y luego en Columbia. De
Colón, como el cementerio. Se tendrá que hablar de su paso por la URSS y como
fue el primer diplomático iberoamericano que estuvo tanto en la corte del Zar
como en el “Círculo del Poder” de Stalin. Como fueron sus visitas de 1925 y de
1936, así como sus últimos años, ya enfermo con el mal que lo llevó a la tumba
y que en 1938 lo hizo tener el peor torneo de su carrera en Holanda.
Del nacimiento al
sepulcro. Es un poco difícil para mi que actualmente ya soy mucho mayor que la
edad que tenía Capablanca cuando murió…
Que un rey de ajedrez
esté en una tumba ya es algo raro, pero ¿una ficha de domino? Cerca de una pirámide
egipcia de un tal arquitecto cubano José F. Matta y de una copia de La Pietá de
Michelangelo Buonarroti sobre las tumbas de la familia Mendoza, podemos encontrar
el “doble tres” o la mula tripón, para recordar la ficha que no pudo poner
antes que la vida se le fuera a Doña Juana Marín, aquel 12 de marzo de 1925. Murió
de un infarto con la ficha en la mano. Capablanca murió cuando veía una partida
en un club de Nueva York, por su dolencia que ya era notoria desde que tenía 30
años.
“Tú que vienes de Cuba. ¿No has visto a Capablanca?
¿Cómo está Capablanca?
¿Cómo era Capablanca?
¿Dónde está Capablanca?
Y Guillén responde:
Capablanca no está en su trono,
sino que anda, camina,
ejerce su gobierno por los reinos del mundo.
Bien está que nos lleve de Noruega
A Zanzíbar, de Cáncer a la nieve.
Va en caballo blanco caracoleando sobre puentes y ríos,
junto a torres y alfiles, el sombrero en la mano
(para las damas), y la sonrisa en el aire (para los
caballeros)
y su caballo blanco sacando chispas puras del empedrado.”
Nicolás Guillén