Observando algunos torneos infantiles, me llamó mucho la
atención que muchas de las derrotas que sufrían los niños no tenían que ver con
su preparación en aperturas, medio juego o finales, sino que dependían de . la preparación psicológica.
He visto y escuchado una serie de historias
de horror relacionadas con comportamiento intimidante de entrenadores y
jugadores antes y durante las partidas, infracción de reglas, y otros ejemplos
de actitudes inmorales, no sólo de parte
de los niños oponentes, sino también de parte de sus padres, entrenadores y
jueces de torneo.
En un folleto de unas conferencias en
Texas sobre ajedrez y educación había visto algunos relatos con ese tema y de
los métodos que un entrenador tenía para preparar a sus pupilos a enfrentar
tales contingencias.
También recuerdo como cuando jugué mis
primeros torneos trató de molestarme un Maestro Nacional cada vez que me tocaba
jugar con un niño de misma edad. Lo bueno es que prácticamente en unos meses
después de jugar mi primer torneo tuve el gusto de ganarles frecuentemente a
los dos.
Al papá prácticamente le estuve ganando
partidas durante unos treinta años, aunque en dos ocasiones me venció, pero el
score fue como de 20 a 1. Afortunadamente la gran mayoría de los torneos que
jugué antes de cumplir los quince años fueron con adultos y no sufrí las
intimidaciones que observo ahora.
Es difícil preparar a un niño psicológicamente
contra ese tipo de obstáculos, sobre todo si también tiene que sufrir a jueces
arbitrarios, pues es importante fomentar el respeto a las reglas y a los jueces
que las vigilan.
Los adultos tenemos la obligación de
sanar el ambiente, pues tener que llegar a los extremos, que es frecuente ver
ahora en torneos infantiles, en que prácticamente se les aísla a los niños de
padres y entrenadores, es terrible, sobre todo cuando es evidente que se hace
eso para que alguien no haga trampas.
Además de que eso no evita que los niños
sean victimas de que los molesten otros niños, el mensaje de que entre los
adultos del medio del ajedrez hay tramposos, es sumamente nocivo para la
formación de los niños.
Emplear algo del valioso tiempo de que
disponen los entrenadores con sus alumnos en prepararlos psicológicamente para
manejar las trampas que les pueden hacer en un torneo, también parece muy triste,
pero quizás sea necesario.
Todo esto me recordó a un filme muy duro
que se llama “¿Quién quiere ser millonario?”