Las grandes bibliotecas son
orgullo de sus países y de sus ciudades, es el atesorar el conocimiento y la
memoria de la humanidad. Reunir y tener acceso a la creación humana es como
preservar y trascender lo que el ser humano ha sido.
De los ilustres pensadores de las
generaciones anteriores, además de sus creaciones, nos quedan sus bibliotecas,
parte importante de la huella que dejaron al pasar por el mundo, cincel del
escultor de civilizaciones casi tan importante que la estatua que dejó para la
admiración de sus contemporáneos y sus sucesores.
Visitar la biblioteca de un
maestro es como escudriñar un poco en la esencia de su razonamiento, compartir
un poco la emoción sentida al momento de crear; es extender nuestra admiración
al ámbito de lo íntimo, ventanear indiscreto en su forma de ser y en su forma
de hacer.
Ahora que leemos que una de las
grandes bibliotecas orgullo de Moscú se quemó y que un 15% de sus tesoros se
quemaron; lo primero que uno quisiera saber es con que sistema de seguridad se
le preservo; si hay copias fotográficas o escaneadas de los documentos. Pues si
nada puede sustituir a un original, al menos la copia da el consuelo de que la
memoria no se pierde.
La memoria de lo que se ha hecho
es lo que define a una persona, su historia lo individualiza, es de alguna
manera su bien más precioso. Pues pueden perderse bienes materiales, aptitudes
físicas, capacidades, pero la memoria es algo que no puede quitarse por otros,
solo por la naturaleza o el creador.
Por eso el ser humano tiende a
coleccionar, a tener objetos, documentos, fotos que le ayuden a sentir que la
memoria de lo que es y ha sido no se pierda. Pero es común que durante el
camino por la vida, por mucho cuidado que se tenga, se pierden estos ayudantes
del recuerdo, haciéndonos sentir que estamos en peligro de que algo importante
de la memoria se nos vaya.
En el caso de los ajedrecistas
hay quienes guardan sus partidas y quisieran que de alguna manera se
preservaran sus esfuerzos, que en algún rincón quedase evidencia de las
emociones y los razonamientos que se pusieran en ellas y que fuera como una
pequeña voz que hablase de nuestra presencia en el tablero a los oídos del
futuro, como comunicarnos con aquel ajedrecista que no ha nacido todavía, pero
que compartirá, a su manera, muchas de nuestras alegrías y nuestros dolores; hermanándose
de alguna forma con nosotros y así perseverar y trascender a aquellos tiempos
que no veremos.
Tiempo y memoria quedan en los
libros y revistas de ajedrez, tradicionalmente, y en archivos y bases de datos
con el advenimiento de la informática, intangible receptáculo de memoria y, al
parecer, el medio que más probabilidades tiene de perdurar.
Como medio electrónico diseñado
para cuidar la memoria, forzosamente fue dirigido a preservar el contenido de
los libros y documentos. La facilidad de reproducción y su sencilla y natural
multiplicación, garantiza la preservación de ese deposito maravilloso de
memoria que es un libro.
Para el ciudadano común del mundo
del conocimiento, que no puede acopiar los libros impresos a su alrededor, que
no cuenta con ámbitos y con condiciones para vivir rodeado de miles de libros,
la computación abrió un mundo nuevo, el tener el gran universo bibliográfico en
la palma de la mano, como aquel verso del escritor inglés que decía “El
universo en una brizna de polvo”.
En un deposito de diminuto tamaño
podemos tener miles de libros, en un decímetro cubico podemos tener la memoria
de documentos que en su forma original ocuparían cientos de metros cúbicos.
Pero así como las bibliotecas de
ciudades fueron producto de la labor y empeño de pequeños grupos de personas y
muchas con los años, al fenecer las personas, que al pasar de los tiempos eran
los motores que mantenían su funcionamiento, quedaron como momias con su
testimonio silenciado, durmiente a la espera de que llegue un nuevo ser humano
que las vuelva a a la vida, así muchas bibliotecas informáticas perecerán
seguramente.
¿Cuántas personas en el mundo están
recopilando libros de ajedrez en su versión informática? ¿Cuántas lo hacen
realmente en serio, es decir, que acopian por lo menos unos diez mil
documentos? ¿Cuántos documentos de ajedrez constituyen la memoria esencial de
la humanidad en esta actividad?
Aunque nadie puede hacer algo más
allá que estimar y fantasear para dar esas respuestas, me imagino que entre 500
millones de personas que saben mover las piezas de ajedrez, unos 5000
recopilarán libros en versión informática a cantidades significativas y unos
500, uno de cada millón, tendrá una biblioteca en su computadora que rebase 50
mil documentos, de unos 150 mil documentos que sería la memoria esencial del
ajedrez.
Con libros que tuvieron tirajes
de entre 500 y 20 mil ejemplares, el que se rescatasen unos 30 mil de ellos,
sería ya un logro, pero quizás otro tanto, constituido tal vez por los libros
secundarios, se habrá perdido para siempre en un siglo más.
¿Qué tanta posibilidad hay de que
una biblioteca personal en versión informática de 50 mil ejemplares sobreviva a su colector?
Digamos que un 20%. O sea una de cada cinco bibliotecas vivirá otro tanto de
años que los que vivió su recolector. O sea uno de cada cinco millones de
aficionados al ajedrez, cuando mucho.
¿Qué ha sido de las grandes
bibliotecas de libros impresos de ajedrez de México? De unas 15 personas que a
mediados del siglo XX tenían bibliotecas con más de 1000 libros de ajedrez,
solo puedo pensar en dos que más o menos sobrevivieron. O sea que dos de
quince, comparados a uno de cinco de las bibliotecas en versión informática.
Como el costo es tan bajo para
recolectar libros en versión informática, ya que el principal requerimiento
para acopiar libros así es de conocimiento de cómo hacerlo, se podría hacer una
campaña para que más personas participen de esta manía coleccionista y así
aumentar la posibilidad de preservar tan importante, al menos para los que son
aficionados al ajedrez, memoria.
Desgraciadamente, si el costo monetario
es bajo, el costo en horas es muy grande y en cada momento parece ser una labor
ingrata, aunque hay veces que uno se estimula al disfrutar de alguna manera de
un libro que uno ni sospechaba que existiera o conocía solo por referencias.
El poder leer libros que deseamos
en nuestros inicios en el ajedrez poseer, pero que eran de un costo más allá de
nuestras posibilidades y que ahora los tiene uno gracias a unos diez minutos de
empeño en descargarlos de la red, lo estimula a uno, y a pesar de no estar cierto
de la utilidad final del esfuerzo, persevera uno como enfermo de una fiebre por
la posesión de un conocimiento.
Con los amigos de la red de
Fontanka, ya puedo decir que llegué a los primeros cien mil libros recopilados
en PDF y Dejavu; además de 4000 en formato Chessbase; aunque el record de más
de documentos de ajedrez recopilados lo tiene el líder del grupo y que vive en
San Petersburgo con sus archivos en 8 teras y que presume tener 175 mil libros
y casi un millón de documentos, además que de otros campos tiene otro medio
millón de libros, principalmente en ruso, alemán y en inglés, pero lo curioso
es que solo tiene unos 100 en francés, mucho menos de la quinta parte de lo que
yo tengo, así que este líder apenas anda en la punta del iceberg en muchos
idiomas.
Esto da una idea de lo amplio de
la tarea, de lo enajenante que es y falta pensar en lo realmente útil de tantas
horas empleadas. En esta semana que solo trajo malas noticias, desde pérdidas
de vidas humanas que cada una vale lo de mil bibliotecas, hasta incendios de la
biblioteca de Moscú, así como el sufrir diario por la mezquindad humana a la
que todos nos hemos acostumbrado, trato de mantener el ánimo suficiente para
añadir más documentos a la biblioteca y aun crear algo más, como el Bucanero de
Ajedrez, que ya me siento en la obligación de terminarlo, aun cuando confieso
que el ánimo personal está por los suelos y la desazón aumentada por la
situación tan pobre del país en el ajedrez en particular, y en la situación
general. Cuesta mucho seguir adelante, pero no voy a cooperar con la cantidad
de malos ejemplos que mi generación va dando a los más jóvenes. Alea Jacta Est.