28 abr 2009

¿Talento o Trabajo duro?


Ya anteriormente en www.inforchess.com comenté brevemente el libro de Geoff Colvin, Editor senior de “Fortune”, titulado “Se sobrestima el talento”, así como otro artículo relacionado aparecido en Harvard Business Review sobre las opiniones de una de las mejores coreógrafas del mundo. Luego de que leí el libro de Colvin y lo comenté en Internet, cayó a mis manos otro libro denominado: “Maximizando la Inteligencia” de David J. Armor, editado en 2003, pero que no había yo tenido oportunidad antes de conocer.
El libro de Colvin comienza con una frase francamente provocadora: “El gran desempeño es más valioso que nunca, pero, ¿De donde proviene?”. Mientras que el de Armor comienza diciendo que el principal objetivo de ese libro era investigar si la inteligencia de los niños podía ser elevada por acciones intencionales de los padres u otras personas dedicadas durante sus años de desarrollo. Adelantando que para contestar esta pregunta principal había que responder varias cuestiones relacionadas, como: ¿Puede la inteligencia ser cambiada, y si es así, que tanto? ¿La oportuno de las acciones hacen la diferencia sobre que tanta inteligencia puede elevarse?, ¿Qué tipos de personas dedicadas pueden tener impacto mayor y en particular que tan importantes son los impactos de los padres versus el impacto de programas formales de educación? ¿Existen programas específicos o políticas que refuercen el proceso de elevar la inteligencia de los niños?
Es fácil comprender que los temas tratados por ambos libros son de la máxima importancia para aquellos que pretenden entrenar a personas para que mejoren su desempeño, tanto en ajedrez como en cualquier otra area.
Ya también en diversos artículos comente los trabajos de De Groot sobre la medición de I.Q. (Coeficiente de Inteligencia) y sus aspectos positivos y negativos, incluyendo los comentarios de De Groot sobre su temor de que sus investigaciones fueran usados para fines negativos. En esto no puedo dejar de pensar en el físico Leo Szilard, el de la expresión “reacción en cadena”, que lamentaba el uso que se había dado a sus investigaciones y a las de sus colegas que derivaron en la terrible bomba atómica. Pero tomando mis precauciones examine ávido el libro de Armor, siempre pendiente del cuidado con que hay que leer todo libro técnico que trata sobre el famoso “I.Q.”.
Es natural, por otro lado, que me llamase más la atención el libro de Colvin, ya que, entre los personajes seleccionados para su estudio de altos desempeños y sus raíces, estaba nada menos que la familia Polgar, principalmente Lazlo Polgar, una verdadera personalidad a estudiar por todo aquel que se interese en temas de educación.
Los dos libros hablan de mediciones, con sus parámetros y sus paradigmas. Aún recuerdo un comentario sustentado por el rector de la Universidad de Buenos Aires, cuando el periodista Andrés Oppenheimer le preguntaba sino le llamaba la atención que solo tres universidades latinoamericanas estaban catalogadas entre las mejores 200 del mundo, siendo que algunos países, como México, estaban considerados entre las 20 economías más importantes del planeta, mientras que la UNAM, la mejor universidad mexicana, apenas se colocaba en el número 150.
El rector de la UBA expreso que dependía de para que y con que se medía eso, pues algunos parámetros no eran de reconocimiento universal, sino de dudoso valor. El rector mexicano Rangel del Tecnológico de Monterrey también cuestionó los paradigmas, diciendo que la medición de que hablaba Oppenheimer respondía a un modelo de universidad que no era el que buscaban muchas universidades latinoamericanas.
Tal vez la “inteligencia” que quiere medir Armor no sea lo mismo que entienden muchos, mucho menos los entrenadores de ajedrez.
Aún así el libro de Armor orienta como diseñar una serie de parámetros para poder evaluar a los estudiantes del ajedrez y ver si realmente podemos ayudarles a mejorar significativamente.
Colvin llega en su conclusión que los dos factores determinantes que hicieron que sus personajes estudiados alcanzasen grados de excelencia en su desempeño o rendimiento fueron: La práctica deliberada bien sistematizada y fuerte y el apoyo de padres o tutores, o como diríamos en ajedrez, entrenadores. El talento era lo de menos. Aunque como exprese en otro escrito en este blog, la capacidad de trabajo duro puede considerarse como una faceta del talento. Si decimos que el trabajo duro es 90% del éxito y el talento es sólo un 10%, debemos considerar que sin talento para trabajar duro no hay trabajo duro. Claro que tanto el talento “natural” como el talento para trabajar duro, considero que ambos se pueden elevar. El talento para trabajar duro se aumenta con motivación, una motivación bien construida en base a una autoestima que padres y maestros pueden construir en base al amor incondicional. El peor enemigo de la autoestima es el amor condicional, aquel que prepara a un niño a darle una elevada importancia a la crítica. Menos autoestima, mayor dificultad en la motivación. Y sin motivación, no hay trabajo duro.
Armor da valor menor al real al papel de los padres y parientes con su amor incondicional en la construcción de la autoestima que permite la motivación para el trabajo duro.
Para Covin, hubiera sido interesante, aparte de estudiar el caso de la familia Polgar, investigar la vida de Spassky, Fischer, además de Kasparov y por otro lado Tahl, Capablanca y Alekhine. Se hubiera encontrado en el primer grupo a tres personas que contaron con un gran amor incondicional de una madre sola que vivía para su hijo con la convicción de que tenía grandes posibilidades en lograr un gran sueño, pero que en etapas claves de su desarrollo contaron con una figura de un entrenador, que más que enseñarles ajedrez les dieron un modelo masculino pero de gran calidez. Zak para Spassky, Collins primero y Rossolimo después para Fischer y Nikitin para Kasparov, además de la figura paradigmática de Botvinnik después. En el segundo grupo, el Dr. Tahl, de mano severa pero de excesivo amor ante un hijo que naciese con un defecto físico en una época en que el país natal sufría presiones que prometían tiempos negros durante la primera infancia de su pequeño; luego el del padre de Capablanca, militar nativo de Cuba, con un uniforme español en un país que se emancipaba y que tenía futuro incierto, con un amor incondicional a su hijo que desde muy niño brillaba como una estrella; y finalmente Alekhine, en quien se combinaba el amor exigente, casi condicional, pero enorme de un padre, con el amor incondicional, casi fanático de una madre que en una edad en que era difícil aspirar a la maternidad, había logrado el sueño de procrear. Los tres del segundo grupo nacieron con una nacionalidad y murieron con otra, si bien la de Capablanca, nacido en provincia real de España, y por lo tanto español, no habría duda de su cubanía jamás, a pesar de morir lejos, como los otros dos, de su lugar de nacimiento.
De esos casos, más que el talento, el factor fue el amor incondicional de sus padres y la gran autoestima creada en ellos que posibilitó el trabajo duro. A veces me parece un poco dolosa la opinión de que Capablanca no trabajo duro en su ajedrez. Muchos testigos de su juventud afirman lo contrario. Incluso Nimzovich menciona en sus libros que el cubano analizó cientos de finales para dominar la técnica. Ni que decir de Tahl y Alekhine, que vivían para el ajedrez y se olvidaban de si mismos.
Sobre los libros de Colvin y Armor, se necesita comentar aún mucho, por lo que más tarde retomaré el tema, ya que me parece de importancia fundamental para todo el que se considere entrenador o coaprendiz.