Es normal que tras un torneo, sobre todo cuando se han tenido resultados inferiores a los esperados y muy por debajo de lo deseado, que uno tenga deseos de superarse y aprovechar positivamente la experiencia.
Hay cierta ilusión de que se aprende con la experiencia.
En pasados comentarios ya yo afirmaba que cuando nuestros actos tienen consecuencias que trascienden el horizonte de aprendizaje, se vuelve imposible aprender de la experiencia directa.
Si realizamos un acto y vemos las consecuencias de ese acto; luego realizamos un acto nuevo y diferente.
¿Pero que ocurre cuando ya no vemos las consecuencias de nuestros actos?
Cada uno de nosotros posee un “horizonte de aprendizaje” y una anchura de visión en el tiempo y el espacio, dentro del cual evaluamos nuestra eficacia.
Debemos examinar las partidas jugadas en el torneo y analizar la preparación que tuvimos antes del torneo, pues los problemas de hoy se originan en las soluciones de ayer. A lo mejor, al prepararnos hicimos antes un mal diagnóstico y en lugar de curar nuestras “enfermedades” curamos los síntomas nada más.
Una solución típica luce maravillosa cuando cura los síntomas.
Tomamos un camino fácil y, como es común, los caminos fáciles conducen al mismo lugar.
El diagnóstico de que paso y cuál fueron las causas no es sencillo, ya que la causa y el efecto no están próximos en el tiempo y el espacio.
Muchas veces queremos mejorar rápido, ignorando la regla de que lo más rápido es lo más lento y que en ajedrez es peligroso saber poco.
Si tras un torneo siente que debe hacer algo ya para salir del hoyo, decídase a sacar el buey de la barranca con decisión firme de hacer el esfuerzo necesario.
Es bueno pedir consejo. Ya sabe mi email.