12 feb 2013

Julio Cortázar y el ajedrez.




Julio Florencio Cortázar fallece un día como hoy, en  París, Francia, el 12 de febrero de 1984. Hace 29 años, a la edad de 69 años. Había nacido en la Europa que comenzaba a desangrarse en la Gran Guerra del 14. Desde muy pequeño se trasladó a la Argentina, donde allá por el 1922 tuvo su primer contacto con el ajedrez, que practicó buen tiempo y asiduamente hasta 1930, no sin dejar, en 1939 de saber de la Olimpíada en Buenos Aires.
En la literatura de Cortázar uno podría encontrar múltiples alusiones al ajedrez como en sus frases:
“Somos tan complicados, nosotros, tan llenos de misteriosos resortes, de resonancias secretas, de alianzas y hostilidades, de encuentros y desencuentros… Jugamos un ajedrez casi demoníaco y maravilloso.
 “Un mundo donde te movías como un caballo de ajedrez que se moviera como una torre que se moviera como un alfil.” (en Rayuela, una de las lecturas más influyentes en su época)
Pero también se confesó ajedrecista, si bien escribió: “El ajedrez es un juego que me apasionó de joven, pero un buen día me empezó a tomar demasiado tiempo y entonces lo eliminé.”
Cortázar hace muchas referencias al juego como Borges, por ejemplo en el título de una colección de cuentos, Final del Juego,  en referencia a la parte crítica y definitiva del juego del ajedrez . También Cortázar  usa el patrón de un juego de ajedrez para una trama como lo hicieron Lewis Carroll y Borges, como lo observan varios comentaristas dando como ejemplo “Cartas de mamá”, en donde el protagonista se da cuenta de que la vida es como si jugara al ajedrez, pero no con una persona sino con tres o cuatro. Son como simultaneas, pues  tiene de  oponente no sólo a su mujer, sino que también se le oponen su madre y  el fantasma de su hermano muerto. Cada hecho de ellos se describe con la notación de ajedrez, tal como Carroll: “Peón cuatro rey. Peón cuatro rey. Perfecto.”, “Caballo rey tres alfil.”, y como Alice “Comprendió que a él le tocaba mover.”
Hace 29 años partió en París, relativamente cerca a su natal Ixelles en Bélgica, pero con sangre y mente en la América Nuestra,  a ritmo de tango. Pero fue realísticamente optimista, como en su frase: “Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo”, o aquella de “La esperanza es la vida misma defendiéndose.”
Lo lúdico, como el ajedrez, y lo erótico, para él eran las pulsiones fundamentales que toda revolución humana tenía que considerar. Venían naturales, como aciertos o errores de fabricación del humano. Coleccionar sus frases ha sido deleite de muchos, y a mí en particular me encanta aquella de: “Ven a dormir conmigo: no haremos el amor, él nos hará.”
Murió, como debía ser natural, en el mes que llamamos del amor…