En estos días en que los
medios de comunicación están saturados de los acontecimientos olímpicos, uno de
las preguntas que surgen es ¿Cuál será el factor esencial del éxito de un
atleta?
Se puede elegir el talento,
el entorno favorable, el apoyo familiar, la suerte de coincidir con un
entrenador adecuadamente capacitado o ser detectado por una buena organización
del deporte, la motivación especial, (la desarrollada sistemáticamente o la
surgida como si fuera de la “nada”), o sus cualidades físicas.
Por supuesto que, como lo he
expresado en muchos artículos y en los libros como los de la serie “Aprendiendo
de Entrenadores”, me gusta reunir todos esos factores en una sola clasificación
y llamar “talento” al conjunto.
El “talento” abunda en todos
lados, entonces no basta para explicar el éxito. Ahí entran los factores psicológicos,
que también podría uno incluirlos, o al menos su fuente, en el conjunto
talento, pero para efectos practico pedagógicos, los separo un poco de manera
tramposa por mi parte.
Durante años me ha gustado
observar e interrogar a muchos deportistas exitosos con los que he podido
convivir o al menos conversar ampliamente, para escudriñar, a mi manera muy
personal, las razones de su éxito.
En el medio del deporte he
trabajado muy de cerca con medallistas olímpicos como Felipe “Tibio” Muñoz
Kapamas, medallista de oro en 1968, Jesús Mena Campos, medallista de bronce
veinte años después en 1988, con Raúl Gonzalez, varias veces medallista
olímpico; Carlos Girón, etc.; eso en lo que toca a disciplinas muy ajenas al
ajedrez.
Asimismo he colaborado
laboralmente con deportistas destacados, casi de equivalencia en éxito a los medallistas
olímpicos, como Jesús Bandera, una de las primeras estrellas mexicanas del Tae
Kwon Do.
Pero es natural que los
ajedrecistas fueron mi principal interés, sobre todo los polémicos Bobby
Fischer y Carlos Torre Repetto, cuya carrera tocó las fronteras dramáticas,
pues situaciones externas y su trabajo aparentemente solitario los marcan como
enigmáticos.
El tratarlos personalmente a
todos ellos lo considero un privilegio de vida, lo mismo que el tratar a
grandes jugadores como Karpov y Tal, ya no digamos a muchos entrenadores que
tuve la fortuna de tener su amistad, como el gran Aivar Gipslis, Alexandr Koblenz
y Eleazar Jiménez.
También he investigado mucho
de otros a quienes no traté personalmente y que son vitales para entender el
tema.
Pero quisiera hablar
principalmente de aquellos dos, a quienes traté personalmente y conozco
prácticamente todo lo que jugaron y escribieron. En particular Torre y Fischer
creo son de los que su biografía real y observada, mediática dijéramos, más
mitos han propiciado.
De Fischer quisiera comentar
más tarde algunas cosas, aprovechando algunas observaciones que quiero hacer
respecto a un libro que apareció en México escritos por dos personas que
conozco bien pero que no tuvieron la oportunidad de tratar a Fischer y uno de
ellos ni siquiera se cruzó en la vida con el gran jugador.
Quisiera concentrarme en
Carlos Torre Repetto, del cual no muchos recuerdan sus excelentes trabajos en
el “American Chess Bulletin”, sino que es conocido principalmente por tres
torneos que jugó en Europa en 1925, cuando tenía entre 20 y 21 años de edad; y
del que muchos creen se malogró por motivos de desorden mental.
Por supuesto que no respaldo
el mito del desorden mental, sino que afirmó que lo que sucedió con Torre fue
una desgracia provocada, aunque no necesariamente intencional en lo que toca a
su dimensión, pues los que la causaron no pensaron el gran daño que le harían
al Gran Maestro.
Pero quiero centrarme en que
Torre logró un grado de excelencia enorme y que puede ser modelo para que otros
lo sigan, con mejor fortuna.
Me hubiera gustado escribir
de Torre en la Serie de “Aprendiendo de los Entrenadores”, pero Torre tuvo
tantos entrenadores que solo puede uno aceptar que Torre fue su propio y
principal entrenador, pero es innegable la influencia de una serie de
personajes notables en su desarrollo.
Torre es principalmente un
ejemplo del triunfo de lo Máximo sobre lo suficiente. Una persona que hizo
realidad aquello de sacar lo mejor de si mismo y que seguramente hubiera
llegado a las máximas alturas si la tragedia y la maldad no lo hubiesen
impedido.
Pero la receta de Torre, que
expresa claramente en su libro “Desarrollo de la Habilidad en Ajedrez”, es, al
parecer de muchos de los grandes deportistas con quienes la he comentado, la
que mejor explica el éxito deportivo: Optar siempre por lo máximo, vencer a lo “suficiente”.
Podría interpretarse como el
constante ir más allá de la zona de confort, o la autotortura, o el saber
presionarse de tal manera de exprimir de nuestro interior la excelencia.
Esa manera de pensar y
actuar mantiene a la persona en tal estado cercano al agotamiento que hace que
allá una vulnerabilidad a las cosas externas no controlables que conlleva
ciertos peligros, como se constata en las biografías de varios que así actúan,
pero es la receta infalible para los grandes logros.
Creo que todos de alguna
manera lo sentimos, pero no todos nos atrevemos a pagar el precio y arrostrar
los peligros que implica tener por norma esa exigencia.
Si lo vemos de una manera práctica,
uno reconoce la gran diferencia de jugar ajedrez tratando de hacer la jugada
suficiente y de jugar tratando de hacer la realmente mejor jugada. La
diferencia de esforzarse a la diferencia de esforzarse al máximo.
Muchos se engañan diciendo
que tratan de jugar lo mejor posible, pero la verdad es que pocas veces salen
de su verdadera zona de confort, que es realmente mucho mayor que la dimensión
que quieren aceptar.
Es como la diferencia de un “·Estado
de Guerra” a un “Estado de Esfuerzo”. Desgraciadamente lo que llamamos “Estado
de Esfuerzo” en la realidad es un virtual estado de “Nos fingimos esforzados”.
Por eso decía Lasker que el
ajedrez no permitía que la hipocresía sobreviviera mucho tiempo y a Fischer le
agradó tanto esa observación que la puso en su libro, ya que Fischer la captaba
como una condena a los que fingían esforzarse al máximo.