Esta pregunta se me ha hecho frecuentemente. Algo que
me parece bastante extraño, pues muy pocos formularían la pregunta de que si
hay límite de edad en la superación en una disciplina humana.
Pero, tomando en cuenta que en otras épocas si se
dudaba de que un perro viejo pudiera aprender nuevos trucos, la cuestión no
puede desdeñarse.
Considerando que hace apenas un par de siglos la
expectativa de vida era mucho menor que en la actualidad y a la luz de que
frecuentemente tengo que hacer obituarios sobre ajedrecistas no tan viejos como
yo, me siento un poco con la obligación de vez en cuando de pensar en el tema.
Opino frecuentemente sobre muchas cosas y ya, como
dice la canción de Paco Ibañez, tengo
mala reputación.
“En mi pueblo sin
pretensión, Tengo mala reputación, Haga lo que haga es igual, Todo lo
consideran mal, Yo no pienso pues hacer ningún daño, Queriendo vivir fuera del
rebaño; No, a la gente no gusta que , Uno tenga su propia fe No, a la gente no
gusta que, Uno tenga su propia fe. Todos, todos me miran mal, Salvo los ciegos
es natural…”
He trabajado mucho sobre
elaborar métodos para que los jóvenes y no tan jóvenes que han practicado
durante buen tiempo el ajedrez sin progresos notables logren su superación y
así, lo hago con esa ilusión, disfruten más ampliamente nuestro hermoso juego
ciencia del ajedrez.
En particular me agrada
pensar que alguien que se alejó de la bella práctica del ajedrez la retome y
encuentre placeres y alegrías que no había disfrutado en su primera experiencia
al jugar ajedrez. Es como ayudar al ajedrez a que recupere a un hijo prodigo.
Y si bien festejo los
triunfos de los hijos que han sido fieles al ajedrez, pretendo festejar a
aquellos que se habían ido y ahora regresan para quedarse.
Durante décadas me dediqué
a los que iniciaban su camino hacia la excelencia en ajedrez, ahora disfruto
tanto o más el ayudar a que el peregrino que perdió la ruta se reencuentre con
los sueños de su juventud.
Hay muchísimos hermosos e instructivos textos sobre
ajedrez, mapas que guiaban a los aspirantes a cumplir sus metas, he tratado de
reunir todas esas cartografías y presumo de tenerlas casi todas, medio centenar
de miles de documentos.
Y me he preguntado porque para muchos de los viajeros
esos mapas fueron insuficientes y que tuvieron de malo que no cumplieron su
tarea. Parte de la culpa fueron sus lectores y parte de la culpa sus
diseñadores.
Y como “he querido siempre vivir fuera del rebaño” y
tengo “mi propia fe”, crítico compulsivo que todo le parece mal, hasta su
propia conducta; voy añadiendo notas al mapa más respetable y trato de enmendar
la página hasta la escolástica.
No siempre basado en la evidencia sino tomando
prestado mucho a la especulación y a la imaginación, herramienta, acicate y
tormento de toda mi vida, como corresponde a aquel que piensa que la realidad
es mera fabricación y que nuestra naturaleza nos pone trampas y engaños a cada paso por medio de
los “datos duros”.
Única receta para no ser sorprendido más veces que lo
necesario para mostrar que el mar de Dios es tan enorme y nuestra barca tan
pequeña.
Por eso: “Todos me muestran con el
dedo Salvo los mancos, quiero y no puedo”
Por ello sigo actuando
fuera de lo que se consideraría respetable para un ser de mis años, pues no he
aceptado ningún cronograma y no salgo de la adolescencia, como desafiando al
tiempo.
Seguiré acumulando textos y
cuestionando porque algunos doctos autores dijeron sus cosas de una manera y
decirlas a mi manera, si creo que eso ayude a dibujar mejores mapas. Mi premio
es ver que hay quienes retoman su camino y llegan a un mejor destino alumbrados
por los cinco picos que dibuje para hacer que los Vespucios y Ptolomeos sean
más accesibles para los que en su primera lectura no los comprendieron.
“No hace falta saber latín, Yo ya
se cual será mi fin, En el pueblo se empieza a oír, Muerte, muerte al villano
vil, Yo no pienso pues armar ningún lío, Con que no va a Roma el camino mío,”
No me sorprende que a profesores de tan mala
reputación como la mía, se nieguen aulas y le hagan feo las facultades, pues si
Salamanca no me presta sus cátedras, enseñare en un parque o en el Nautilum del
Internet, pues cargo con tan mala reputación…
“Todos vendrán a verme
ahorcar, Salvo los ciegos, es natural”…