De vez en cuando me
permito volver a conceptos y comentarios de lo que ya he escrito. Esto es
normal en alguien que es ferviente creyente en lo que es el estudio en espiral,
que revisa ideas esenciales reiteradamente para examinarlas desde diferentes
ángulos y diversos niveles para asimilarlas holísticamente, así como para
revisar si por ahí no quedó algo suelto.
Es normal también en
alguien que se reconsidera un recolector de información y que gusta de
transformarla para no dejar nada intocado. ¡Faltaba más! Me gusta hacer cambios
al estilo de las reglas del TRIZ, pues creo que al conocimiento no se le rinde
culto, sino se le critica y debate.
Me gusta pensar y recordar
a los griegos de la vieja Iskandaria, la Alejandria enclave de la cultura
griega en las costas de Egipto.
Ellos eran recolectores,
pero a una manera más depredadora que mi concepto.
Barco que atracaba en el
puerto de la Alejandría de Hipatia, tenía que entregar un ejemplar de cada
libro, si se le puede llamar a los rollos de papiros usuales en la época, que
llevasen consigo. Impuesto obligado que estaba inspirado por una idea simple,
pero muy poderosa.
Los griegos de
Alejandría se habían hecho el propósito de coleccionar todos los libros, todas
las historias, toda la gran literatura, todos los juegos, todos los tratados
matemáticos y científicos de la época y almacenarlos en un edificio. En otras palabras, tomar la
suma del conocimiento de la humanidad y compartirlo para la superación de la ciencia, las artes, la riqueza, y la
economía.
Los alejandrinos estuvieron muy cerca de alcanzar su objetivo. En su
mejor momento se estima que ellos acumularon más de medio millón de volúmenes.
Todos los
trabajos de los grandes pensadores como
Aristóteles, Platón, y Socrates, es casi seguro que podrían haberse concentrado allí.
No sorprende entonces que Alejandría fuese también el lugar donde Arquímedes inventó la bomba de agua en forma de tornillo, que Eratosthenes midió el diámetro de la tierra, y Euclides descubrió las reglas de la geometría.
Incluso se considera que Ptolomeo escribiese el Almagest en Alejandria; que fue el trabajo científico sobre la naturaleza del universo que influenció el pensamiento por buena parte de milenio y medio.
La fama de la Gran Biblioteca de Alejandría era mayúscula y es considerada por muchos historiadores como el principal centro del mundo antiguo del aprendizaje, y puede ser quizás la primera universidad, y el lugar de nacimiento de la ciencia moderna.
Tras de que fue destruida en el siglo quinto siglo fue una perdida enorme para las artes y las ciencias. Quinientos años más tarde, aquella que fuese la biblioteca más grande de la antigüedad tenía menos de mil volúmenes.
Con cuarenta y dos millones de artículos que se pueden hallar hoy en la
Biblioteca Pública de Nueva York, por mucho es más grande que la biblioteca de
Alejandría, pero en la actualidad hay todavía muy pocas bibliotecas que puedan
rivalizar con la colección que existía en Alejandría hace casi dos mil años.
Esto a pesar de que la reserva del conocimiento humano es ahora infinitamente más rica de lo que era en el siglo quinto.
En efecto, somos afortunados en vivi en la época en que hay más acumulación más rápida y más amplia del conocimiento humano y la cultura que nunca
antes
Kevin
Kelly, editor y fundador de The Wired, recientemente apuntó que la gente ha "publicado" al menos
32 millones de libros; 750 millones de artículos y ensayos; 25 millones de
canciones; 500 millones de imágenes; 500,000 películas; 3 millones de videos,
programas de televisión, y películas cortas; y 100 mil millones de páginas de
Web públicas, y quela mayor parte de
esta explosión de conocimiento ocurrió en la última mitad del siglo XX.Además hay que añadir que el torrente constante del nuevo conocimiento creado cada día; se duplica cada cinco años.
El ajedrez es parte de esta acumulación, y los recolectores estamos unidos como una gran masa a través del Internet, tomando, como fuese el impuesto de los viejos griegos de Alejandría todo lo que aparece por Internet y los guardamos en los enormes receptáculos que son los discos duros, cada vez con más capacidad de almacenaje y con más facilidad para enlazar documentos y cruzarlos, recrearlos y transformarlos.
Podemos localizar cualquier libro, artículo o partida jugada en cualquier época, registrada con rápidos escaners, tras de ser desempolvados de archivos históricos de todo el mundo. Son miles de recolectores sueltos por decenas de países, ávidos de reclamar la breve y pequeña gloria de haber rescatado del olvido cualquier mínima fracción del producto creativo de ajedrecistas de cualquier época y cultura.
10 millones de partidas parecen pocas cuando buscamos referencias y comparaciones de las partidas jugadas el día de hoy con el rico pasado, que a veces no tiene ni tres días de “antigüedad”.
Se juegan miles de partidas al día en torneos de nivel nacional e internacional y de alguna manera alguien las registra en internet y las comparte con el ejercito de virtuales recolectores que son compañeros, tal vez sin haberse visto jamás y conectados en algo tan aparentemente intangible como la red de Internet, pero que los enlaza tan fuertemente o mucho más que con el vecino de al lado.
Y cuando uno revisa una partida y ve que en cierto punto siempre hay alguna originalidad, se siente uno como congratulado de sentir que todavía nuestro noble juego parece inagotable.
Como en toda actividad humana hoy día, la preparación de las nuevas generaciones es inútil querer realizarla con los paradigmas fijos, por lo que la espiralidad es necesaria y no podemos estar quietos.
Cualquier ancla que pretenda detener un torrente tan fuerte, será destruida inmediatamente, y en meses se verá tan ridícula como vemos hoy los intentos que hace cinco siglos hicieron los dirigentes, controladores del conocimiento, cuando perseguían a los que tradujeron la Biblia al lenguaje común para que fuesen sus enseñanzas propiedad de todos y se abrieran las escrituras al pensamiento crítico.
Tenemos que aceptar humildemente que las visiones cambian y que jamás podremos reclamar el ser eruditos lo suficiente. ¡Tan grande es Dios tu mar y tan pequeña mi barca!