Entre los apuntes de Luria hay unas recomendaciones sobre la presión que se puede ejercer en un niño que compite en ajedrez del mal llamado “Alto Rendimiento”, que Luria describe como “Máximo Desempeño”; y advierte la necesidad de mantener un equilibrio entre la estricta disciplina y la actitud amorosa, entre el respeto por lo que puede llegar a ser un niño y la ternura por lo que es. Advierte Luria que los manuales más importantes a desarrollar son los que permitan al padre enseñar a sus hijos ajedrez antes de enviarlos a estudiar con entrenadores profesionales. En realidad contradice la tendencia generalizada en los años 30s en la URSS en que los niños eran separados de los padres para recibir la educación del hombre nuevo soviético. No por nada existían las estatuas a Ivan Morozevich, el niño pionero soviético que denunció los robos al estado de sus padres. El aberrante ejemplo de Ivan Morozevich. Luria propone en sus apuntes que el amor de padre debe tener la oportunidad de manifestarse enseñando al hijo a jugar ajedrez y que el padre debe ser consciente de que hay un momento en que el hijo debe tener otro mentor, si el padre ya no le puede enseñar a jugar. Recuerdo una plática con un ajedrecista, realmente con poco conocimiento del ajedrez técnico, aunque un experto en “trivia” ajedrecística, de aquellos que nunca estudiaron o entendieron una partida de Pablo Morphy, pero se saben la biografía completa. Le decía a este padre, que su hijo demostraba facilidad y vocación por el ajedrez y le recomendaba que lo enviara con un instructor de ajedrez. Me contestó ofendido “¡Yo soy instructor de ajedrez¡”, le contesté, un poco cruel, “Me refiero a uno de verdad”. Con más suavidad traté de hacerle ver que ya el niño jugaba y sabía más que él, en técnica de ajedrez, no en conocimientos “culturales” de ajedrez. Desgraciadamente, no suelo ser muy convincente cuando ando enfermo del estomago, pero al menos aceptó considerar la situación. En otra ocasión me indignó ver como uno regañaba a su hijo porque dejó una pieza colgando y lo amenazaba con no dejarlo ver televisión en una semana. Ese mismo padre, jugó luego en un torneo de blitz y me comentaba que en el torneo había dejado nada menos que tres piezas colgadas. “Te esperan tres semanas de no ver televisión” le comenté, me miró extrañado al principio, pero luego entendió porque lo decía. “Creo que fui un poco duro con mi niño”, me comentó. Agregue entonces: “Sobre todo si tiene ocho años”. Luria da una serie de recomendaciones para los padres que merecen ser estudiadas, aunque se que no fueron seguidas en la URSS, pues entonces se trataba de hacer independientes a los niños de sus familias, pero ya por los años ochentas, luego de que Luria había muerto, si siento que fueron tomadas en serio por los programas de integración familiar que se hicieron en los últimos años de la URSS.