Con tristeza me entero de la inesperada muerte de Héctor
León Pimentel, a quien conocí desde sus tiempos en que era alumno del MF y Dr.
Carlos Escondrillas Medina en Veterinaria de la UNAM. Oriundo de Michoacán,
varias veces convivimos con Escondrillas en algunas visitas a Patzcuaro donde
era nuestro “guía nativo”. Muchos años
después, casi 35 años, me lo volví a encontrar cuando recién arribé a Mérida,
donde Don Héctor radicaba desde más de dos décadas y de nuevo fue como “guía
nativo”, dándome consejos y orientándome quien era quien en ese medio que para mí
era nuevo. Ya en ese entonces, 2006, se quejaba de que la enfermedad lo había
puesto muy mal y no podía desarrollar la actividad que quisiera, pero aún así
su deceso fue inesperado. Si cuando era estudiante en el DF, como michoacano en
ambiente difícil de la capital, se daba sus tiempos para jugar ajedrez y
reunirse con Carlos y conmigo en el Café “La Habana” en Ciudad de México; en
Yucatán en una decena de ocasiones pude tomar un café con él, pero curiosamente
desde 1969 no llegamos a jugar una partida de ajedrez, aunque si hablamos
bastante de ello pues su hijo Manuel León Hoyos era el jugador más prometedor
de México y estaba muy cerca de convertirse en el Gran Maestro Internacional
más joven de la historia del país.
Emigrante en la “hermana República de Yucatán”, Don Héctor
parecía no haberse aclimatado totalmente al clima y conmigo platicaba mucho del Michoacán de sus recuerdos, la de los ríos y cascadas, de los verdes montes.
Algunas anécdotas de sus tiempos de estudiante de Veterinaria surgían, pues
ambos estábamos nostálgicos de los lugares llenos de montañas y ríos, que son
muy diferentes a los panoramas de la Península de Yucatán. Claro que la cultura
maya, la más magnífica, para nosotros, de las culturas prehispánicas, hacían de
Yucatán un lugar muy especial, donde parecía se glorificaba el triunfo de la
voluntad del hombre sobre las dificultades de la naturaleza, donde sin ríos
habían logrado crear centros urbanos de enorme desarrollo cultural. Hacíamos
bromas de que en Michoacán había que caminar de día y en Yucatán de noche, pero
que ambos lugares compartían la fama de ser las mejores cocinas del país, pues
es proverbial la buena comida michoacana tanto como la comida yucateca.
Por su mala salud, Don Héctor se preocupaba de que no podía
movilizarse tanto en gestiones con el gobierno de Yucatán para que apoyasen a
su hijo Manuel en su carrera ajedrecística, cuando menos al nivel que otros, con
menos potencialidades y menos talento, si tenían.
Los hermanos de Manuel, eran
los que apoyaban en esos momentos en que Don Héctor estaba más limitado por su
salud. Incluso había ofertas del Gobierno de Michoacán, a través de algunos
amigos de Don Héctor de su juventud, para apoyar a su hijo, pero Manuel estaba
muy identificado con Yucatán y adoraba su tierra natal y era inaceptable el
cambio.
Tenía Don Héctor muchas esperanzas en el cambio político, pero
afortunadamente el enorme talento de Manuel se impuso a la falta de apoyos y se
convirtió en el primer gran maestro nacido en Yucatán después de Carlos Torre
Repetto.
La última vez que cené con Don Héctor en Mérida, ya se
celebraba la obtención del título de Gran Maestro de su hijo y se veía muy
revitalizado, ya poco hablaba de sus dolencias, aunque algunos amigos mutuos no
eran tan optimistas y sus contertulios en el Café “La Habana” en Mérida ya
comentaban su deterioro constante en la salud. En Diciembre de 2011 recibí
algunas observaciones sobre algunos artículos que publiqué en el boletín del
Torneo Internacional GM Carlos Torre in Memoriam de 2011 y recomendaciones de como
mejorar el boletín, pero aunque le conteste, ya no tuve más respuestas y como
poco antes su email se habían espaciado mucho, a veces dos meses entre uno y
otro en 2011, no me hizo sospechar si era por razones de salud.
Durante 2012 casi todos los días recibo emails de algunos
amigos de Yucatán, pero ninguno me comentó nada de Don Héctor y su salud, por
eso me resultó muy sorpresiva la mala noticia.
Quiero guardar en la memoria el recuerdo de cuando era muy
joven Don Héctor y se preocupaba por las materias y su nostalgia por Michoacán
cuando estaba en el D.F. estudiando, así como aquel amigo que tanto me echó la
mano cuando nos reencontramos en Yucatán, orientándome para que pudiera
adaptarme a la vida allá, algo que no pude lograr, pues aunque siendo el punto
medio entre La Habana y la Ciudad de México, los dos extremos me jalan
demasiado y con todas sus bellezas hube de mudarme y regresar a mis valles, mis
montañas y mis ríos; así como a las bahías y el sabor habanero.
A más de 2000 kilómetros de su tierra natal, Don Héctor
Martín León echó raíces y dejó en Yucatán varios hijos notables, cada uno en su
estilo, que enriquecen al país y le hacen honor. Siempre amó al ajedrez y
afortunadamente pudo disfrutar el que su hijo Manuel alcanzase el deseado
título de Gran Maestro, aunque me remarcaba, “Todos mis hijos me han hecho
sentir muy orgulloso, son grandes maestros todos” Aunque entre ajedrecistas
siempre hablábamos de Manuel, a cada rato mencionaba a alguno de los hermanos y
relataba sus virtudes, que quizás sus logros no eran tan divulgados por la
prensa como los de Manuel, pero para Don Héctor eran muy importantes.
En la tristeza de su mala salud de sus últimos años, pocas
veces sonreía, a diferencia de cuando lo conocí recién llegado de Michoacán en
el DF, cuando todo eran sueños, objetivos, metas y logros; Don Héctor decía
mucho que Yucatán le había dado sus tesoros de hijos y muchos años buenos, así
como consuelo en esos días duros. Descanse en Paz.