Cada torneo deja enseñanzas a sus participantes, pero por lo
general en lo que toca a experiencias técnicas trasciende a los espectadores y
muchos hay que son seguidores asiduos de los sitios web oficiales de los
eventos. Las partidas más importantes se difunden por la red de Internet y se
van integrando crónicas con datos aquí y allá.
Pero hay torneos que pueden ser muy interesantes en lo
sucedido fuera de las salas de juego, aunque pocas crónicas se hacen de ello.
En lo que toca al Campeonato Nacional Abierto de Ajedrez de
México realizado en Hermosillo, muchas cosas pude observar fuera de lo que
sucedió en las salas de juego.
¿Hasta qué punto es prudente revelar algunas cosas y hasta qué
punto la ética obliga a hacerlo o a ocultarlo?
Un ser de gran calidad humana y enormes conocimientos como
lo es el Cardenal Bernard Francis Law, Arcipreste de Santa Maria Mayor de Roma,
hasta noviembre de 2011, pero que de 1984 hasta 2002 fue Arzobispo de Boston;
tuvo que enfrentar en su vida el hecho de elegir entre ocultar y revelar
grandes crímenes cometidos en su Arquidiócesis y fue condenado por su
feligresía y su propio clero en fallar en ello.
Pidió perdón públicamente por sus desaciertos y el no haber
tomado las actitudes adecuadas de manera que muchas personas sufriesen, sobre
todo niños inocentes.
El Cardenal Law, nacido en Torreón, Coahuila el 4 de
noviembre de 1931, se vio envuelto en la
turbulencia de las acusaciones de abusos sexuales a niños por parte de
sacerdotes católicos y de no haber actuado de manera oportuna y decidida para
evitar daños a las víctimas. Entre las dudas y sospechas, mala valoración de
evidencias, calló y fue considerado cómplice.
Reconocido como uno de los expertos más capacitados
graduados en la Universidad de Harvard sobre temas medievales, Law es una
autoridad en lo que toca a la historia de la justicia, además de que se le
consideraba una mente crítica con todos los atributos de la buena conciencia y
el criterio justo. Pero ahora muchos consideran que falló terriblemente en no
denunciar lo que sucedía.
En casos mucho menos graves, podría pensarse que es fácil,
mucho más fácil, emitir un juicio entre lo que hay que denunciar o simplemente
dejar pasar. Pero no es así. A veces una posición surgida de una partida entre
jugadores no muy fuertes es más complicada que las que aparecen en partidas entre
grandes maestros. La interpretación de la ética en temas banales puede ser tan
complicada como en los temas más relevantes de nuestra vida. Todo es según el color
del cristal con que se mira y si uno da su opinión o su testimonio en algo corre
el peligro de ser mal interpretado o que se mal dimensionen los hechos.
Cosas que se vieron y oyeron durante un aparente común y
tranquilo torneo de ajedrez pudieran ser aterradoras para algunos.
Por mi parte, como considero que todo lo relacionado con el
ajedrez tiene importancia para mi, no podría calificar nada como banal si creo
que pudiera tener consecuencias para el futuro del ajedrez como herramienta
educativa capaz de mejorar nuestras sociedades por todo el mundo.
Me interesó sobre manera lo que Law analizó, pensó y razonó
cuando tuvo que enfrentarse en varias etapas de su desempeño como Arzobispo de
Boston con la información de las sospechas de pedofilia entre los sacerdotes de
su jurisdicción. Buscaba yo en los libros, artículos y notas sobre la manera en
que Law se enfrentó a su gran dilema, una brújula para poder discernir entre lo
que hay que denunciar a gritos y lo que hay que solo deslizar la información,
dejando a otros la decisión de combatir o no. Es terrible querer erigirse en
juez, cuando tantos seres ilustres han fallado en diversos niveles.
La tenue línea divisoria entre la prudencia, la cobardía y
la complicidad es tan difícil de distinguir, que obliga a una reflexión
cuidadosa. ¿Quién no recuerda las dudas de Hamlet de rebelarse o no, de
expresar lo que había podrido en Dinamarca?
Creo que si una persona adulta, por poca sensibilidad que
tenga, siente ser testigo de daño a un infante, debe pecar de imprudente y
señalar, y no pecar de omiso o solapador, o ser culpable de mirar a otro lado.
Hay cosas malas que solo a ojos expertos y entrenados pueden
ser notorias. O como me comentaba un padre de una niña ajedrecista que
examinaba algunos documentales sobre ajedrez: “A veces por ignorancia uno comete grandes
errores, pero ¿porqué no se nos informa de algunas cosas para que podamos
emitir un juicio más o menos adecuado y podamos tomar una decisión en lugar de
que otros la tomen por nosotros?”.
Mucho de lo oído, visto y percibido en el torneo no tendría gran
significado para quienes no tienen la preparación o preocupación de un
entrenador de mediano nivel y para muchos no pasa nada malo. Pero desde mi
experiencia como entrenador, como jugador, como profesor no sólo de ajedrez;
muchas cosas me parecieron terriblemente alarmantes y estremecedoras. Otras,
tras una semana de reflexión, adquirieron otra dimensión y se volvieron
insignificantes; pero otras muchas, incluyendo algunas que eran pasadas
inadvertidas antes de leer los libros sobre las tomas de decisión del Cardenal
Law, crecieron.
¿Qué judío tomó como válidos aquellos argumentos de los
pobladores de los pueblos vecinos a los campos de concentración que decían que
no sabían o no se imaginaban lo que estaba pasando en esos lugares convertidos
en infierno en la vecindad de sus apacibles hogares?
Entre ser cómplice o alarmista, prefiero que se me culpe de
lo segundo.
Por otro lado, determinar culpabilidades no se puede
recargar sobre nadie. Toca comentar los hechos y que otros hagan sus juicios,
como yo hago los míos y me los guardo. Preferiría ejemplificar con el cuento
del gallo que llega a su granja y le dice a las gallinas mostrando en su mano
un huevo de avestruz: “No quiero criticar, o culpar, solo quiero mostrarles lo
que se está haciendo en otros lados”.
Cuando leo las declaraciones del buen amigo López Michelone
sobre los avales que solicita el señor Capó, me dan risa algunas
argumentaciones. Es como si uno se parase en la puerta de una tienda y quisiera
convencer a los compradores que no adquieran artículos caros e inútiles. Cada
quien tiene su propio juicio y no puede uno, suponiendo a los demás más
ignorantes que uno mismo, determinar cómo gasten su dinero. Me parece, por lo
menos, ocioso, soberbio y vano. Creo que se cumple con decir a los padres que
antes de tomar decisiones se informen, y eso si quieren. ¿Con que calidad
humana se les puede decir que no hagan cosas para algunos absurdas, cuando uno
está lleno de deficiencias, lagunas de conocimiento, malos hábitos y tantas
debilidades humanas? Me consta que Michelone en muchas compras que hace de
libros de ajedrez tira su dinero desde mi punto de vista; pero ¿cómo podría
llamar su atención a ese hecho siendo que su patrimonio familiar es tan
superior y sus perspectivas económicas le permiten lujos que desde mi
plataforma me parecerían como el gusto por la cacería de algunos monarcas? Es
como si pidiera que no le admitieran entrar a un restaurante a tirar su dinero
y a maltratar su salud solo porque a mi juicio tal local sólo le acarreará que
lo esquilmen y lo dañen. ¿Soy acaso el non plus ultra en lo que toca a
selección de viandas y lugares para comer? Si hay papás que tienen el dinero y
la voluntad necesaria para que sus hijos viajen a jugar al extranjero, que lo
hagan. El argumento de que van a hacer el ridículo y de que la experiencia no
les dejara nada útil, no lo puede esgrimir alguien que ha participado, como
todos nosotros, en tantos torneos de forma tan vana y tan poco provechosa. Es
su dinero y si la ley solo se puede meter en como lo ganaron, nadie se puede
meter en como lo gastan. Dice que los organizadores y directivos engañan a los
padres. ¿Y? ¿No nos engañan todos los días los medios, las autoridades y hasta
nuestros familiares? ¿A Michelone nunca algún amigo lo ha engañado diciendo que
jugó una buena partida? A todos nos engañan en todos los torneos de esa forma.
¿A él no?
Denunciar o no denunciar es asunto más serio, lo de los
avales no tiene ninguna relevancia comparado con otros hechos más graves que se
hacen en contra de los niños ajedrecistas. Si creyese en complots, diría que
parece que hay uno creado de forma infernal para dañar a las jóvenes generaciones
de ajedrecistas mexicanos, pero primero, no creo que haya una mente entrenada y
capacitada interesada en diseñar tal complot ni creo que mi percepción sea tan
perspicaz como para detectarla, ni tan “elevados” mis conocimientos como para
que no vea moros con tranchetes. Es más factible que sea mi paranoia y el
hábito de actuar paranoide como recurso de supervivencia. “Los paranoides son
los únicos que sobreviven” es el lema de los seminarios de Tom Peters y me
confieso muy influenciado por ellos.
De que hubo muchas cosas terribles y graves, dependerá de
los particulares puntos de vista de cada quien. Como este es mi blog y no deseo
caer demasiado en la autocensura, daré mi testimonio, ya sea para alertar a
unos o para servir de botana a quien los crea alarmistas. Teniendo en cuenta de
que hay muchos que no comparten mis puntos de vista, he tomado, desde hace
mucho tiempo, la provisión de no permitir comentarios en mi blog. Algunos me
han escrito indignados emails tratando de refutar o contradecir mis opiniones.
Los leo por el vicio de ser curioso, pero luego los condeno a la suerte de los “Spams”
y los borró. Los leo, pero a muchos ni los veo ni los oigo. Pero no evitarán
que afirme: “Hay algo podrido en Dinamarca” y saben que no me refiero al lugar
natal de Larsen, sino para cada lector habrá unas selección personal del lugar
al que me refiero. Sólo puedo asegurarles que no tengo familiaridad acrítica y
que lo que vi o creí ver en el torneo de Hermosillo se me hizo francamente
aterrador y haré una serie de relatos de aquel “Halloween”
Y como dice Páramo, el mejor asesor financiero de la Radio: “No
tiren su dinero, dénmelo a mi”