Para Claude Proudhon, el
ganar demasiado dinero vendiendo su cerveza le parecía poco leal, por eso solo
agregaba una pequeña cantidad, en la que valoraba su trabajo personal, al costo
real de fabricación. No quería que nadie pagase más de lo debido. A su hijo
Pierre-Joseph, le decía que “la ganancia” era un ingreso no ganado, no
merecido. Con ese modelo, Pierre-Joseph Proudhon desarrollo una filosofía que
atrajo a muchos, entre ellos a un cubano nacido en Santiago de Cuba, de familia
franco caribeña proveniente del Haiti que se insurreccionó a finales del siglo
XVIII. Paul Lafargue veía con tristeza en su infancia como el trabajo esclavo
sobrevivía en Cuba y como las enormes riquezas de la sacarocracia, a la que su
propio padre pertenecía, crecían en esa búsqueda despiadada de aumentar la
riqueza, no importando que para ello se rasgase centímetro a centímetro con el látigo
del capataz la piel de los morenos creadores verdaderos de la fortuna que
adornaban las grandes mansiones.
Lafargue fue atraído por el
pensamiento anarquista de Proudhon, y la lectura de su escrito “La utilidad de
celebrar el domingo”, le maravillaba como ese diputado de la segunda república
francesa aterrorizaba con sus ideas a los defensores a ultranza de la propiedad
y el libre comercio. Proudhon termina preso por Napoléon III, perseguido por
los ataques que hace del pequeño Napoleón en su diario la Voz del Pueblo,
cuando Lafarque solo tiene 7 años.
Pero aunque Proudhon es un
verdadero filosofo proletario, como lo calificaría Marx, su juez póstumo, no
convence completamente a Lafargue, que termina acercándose más a las ideas de
su futuro suegro Carlos Marx.
Lafargue estudia medicina en
París, pero no sale de su principal centro de ajedrez, el Café de la Regencia,
muy cercano a la Opera, donde poco a poco se va a acercando al grupo de
distinguidos intelectuales que se dedican afanosamente a la improductiva
actividad del ajedrez. Ociosidad de rico pareciera la principal ocupación de
Lafargue, pero realmente se esforzaba tanto en sus estudios como en disfrutar
de su tiempo libre.
Pero Lafargue, tras algunas
participaciones políticas estudiantiles, fue prácticamente expulsado de
Francia, pues querían que las universidades francesas estuvieran libres de su
influencia, pues les parecía tan peligroso como el “diputado Proudhon”.
Se refugió en el formal Londres y
pasó al Simpson Divan, donde pronto se destacó como un temperamental jugador de
ajedrez, y de la medicina, pasó al periodismo. Pero siempre anarquista y
demasiado impulsivo para el gusto inglés.
Ardoroso en los debates y muy emocional
en su relación con Laura Marx, la segunda hija del autor de “·El Capital”, a quienes conoce en Londres, despertaba mucha
desconfianza en el austero alemán. Hijo de esclavista y más que capitalista,
prácticamente señor feudal, de quien se decía era uno más de aquellos dueños de
haciendas, vidas y honores, ardoroso y repelentemente acaparador de cada
momento de su hija Laura, temía Marx que fuese lance temporal ese asedio que
parecía hechizar el corazón de su pequeña y que pronto la abandonaría, tal vez
para alguna aventura anarquista en la lejana Cuba que luchaba por su libertad.
El caso es que Lafargue, con su
ajedrez, parecía la viviente representación del subjetivismo, que disfrazado de
recreación y desarrollo cultural y emocional, parecían más un elogio a la
pereza, que además Paul defendía como un derecho humano tan importante como cualquiera
proclamados por los ideólogos de la revolución del 1789.
Pero el persistente Lafargue
venció las resistencias de Laura primero, y luego de Karl, y el mismo año que
comienza la lucha por la libertad de Cuba, con el grito de la Demajagua, casa
con Laura. Y como comentaría alguna vez, estuvo a punto de irse a combatir a
sus tierras orientales de Cuba, donde toda esa zona de Vuelta Arriba se
incendiaba en la lucha por la libertad.
No resistió el llamado de las
luchas de la comuna de 1871 en París y con Laura en mano, volvió a París, para luego ser obligado a exiliarse,
pero ahora en España, donde tendría contactos ajedrecísticos y políticos con
algunos cubanos radicados en España. Termina en Barcelona más dedicado a la lucha
anarquista en Cataluña que a su retorno a Cuba.
Dos años después de su llegada a
España, tendrá que regresar a Londres, pues siempre emocional, pronto chocó con
los dirigentes de movimientos anarquistas catalanes y madrileños.
Llaman la atención algunos
escritos en que expresa su desilusión por la medicina, a la manera en que la
practican en su tiempo los europeos y prefiere curar intelectos, y dedicarse a
la litografía. Y así como Proudhon tuvo que ver con la Segunda República,
Lafargue, desde Londres, y siempre inquieto, quiere participar de la Tercera
República Francesa con Adolfo Thiers.
La segunda Internacional lo tiene
como dirigente y el diario parisino La Igualdad como editor, cuando escribe y
publica “El derecho a la Pereza”, que algunos consideran el segundo libro
socialista más leído en su tiempo detrás de El Capital de Marx. Lectura
obligada para ajedrecistas, decía el Comandante Alberto Bayo, quien preparó en
México a Fidel Castro para su lucha en Cuba casi un siglo después de la
Demajagua, y tremendo impulsor del ajedrez en la Isla.
Los textos del Diario La Igualdad
hablan mucho de cómo actividades como el ajedrez, “que dan libertad a la
creatividad más abstracta del hombre” son necesarias ante un mundo que es
empujado al Objetivismo por los grandes capitales, que parece inculcar al ser
humano a ese concurso que parodiaba Danny De Vito en un filme: “El objeto de la
vida es ganar dinero y el que gana más dinero al final de su vida es el ganador”.
El triunfador entonces es el más rico del panteón. Entonces vale de todo y todo
se vale, haciendo ridícula la actitud de Claude Proudhon. En esa visión, todos
los ajedrecistas, excepto aquellos que ganan miles de dólares por partida como
los convocados por Sinquefield, son unos imbéciles.
Lafargue decía que nada igualaba
al hombre como la lucha intelectual ante un tablero, pero en eso estaba equivocado
en cierto modo, pues el dinero hace la diferencia entre ajedrecistas. Si un
ajedrecista es rico y puede pagar costosos entrenadores como Chuchelov, radicar
en Hungría, Italia o Estados Unidos, conforme convenga, para participar en
fuertes torneos y convivir y aprender de los grandes jugadores, con todas esas
ventajas, competirá en desigualdad con un iberoamericano, procedente de los
Andes, cuya familia tiene que sacrificarse para que vaya escalando, hijo de la
meritocracia, poco a poco hacia la cima del ajedrez. No son las mismas
condiciones de Caruana que las de Cori, no hay equidad absoluta en ajedrez
aunque tengan la misma cantidad de piezas y jueguen en el mismo tablero.
Lafargue se suicido con su esposa
en 1911, cuando gozaban de cabal salud y no querían que con siete décadas de
edad encima y tras una vida plena, terminar dependientes. Murió con mucha menos
fortuna que con la que nació. Medio siglo había pasado desde que en sus
artículos en La Emancipación glorificaba actividades como el ajedrez, que
pugnaba fuera enseñado en los Liceos, porque así los niños franceses
entenderían que los reyes no son nada, si no están los peones, y que el tiempo
debe vivirse, que los trabajadores tienen derecho a dejar la producción unas
horas al día, para hacer lo que se les venga en gana sin ser acusados de
vagancia, mientras que sus patrones sin ningún esfuerzo quieren ganar más,
buscando ahorrar en gastos, con dos estrategias básicas para ello: menos salarios
y pagar menos impuestos.