Convaleciendo de un tratamiento médico, dispuse en La Habana de más horas de descanso de las
habituales en muchos años, lo que me permitió ponerme a “ riflexionar” sobre
algunas situaciones que aparecen en la práctica de torneos en la actualidad.
En el ajedrez iberoamericano va imponiéndose más el cuanto
ganas que con cuanta calidad juegas.
Las escalas de valores para
muchos jugadores jóvenes no están muy claros y el cuanto tienes cuanto vales,
parece, como dice la canción de Villamil, principio de la actual filosofía.
En los torneos realizados en México prevalece un defecto que
parece que algún organizador no quiere quitar y que estimula el “arreglo” de
partidas. A diferencia de la mayoría de los países del mundo, los premios no se
reparten de manera igual entre los que hacen la misma cantidad de puntos, sino
se distribuyen tras de utilizar algún sistema de desempate, en que tienen
enorme peso los resultados de partidas de los diversos oponentes a los que se
enfrentó un jugador a lo largo del torneo.
Entonces, un resultado de una partida que se disputa entre
jugadores que no aspiran a un premio, afecta directamente en el monto del
premio que obtendrá uno de los líderes de torneo.
Recuerdo que en un torneo en Veracruz gané todas las
partidas del torneo y empate con otros dos jugadores que también ganaron sus
partidas, pero yo cobré menos de la mitad del premio que cobró uno de ellos,
pues en mi puntuación de desempate influyo que uno de mis oponentes se retiró
en la segunda ronda.
El caso es que, con buen cálculo, alguien puede arreglar
partidas en las mesas lejanas a los líderes para afectar a algún jugador.
Muchos jugadores extranjeros han observado con cuidado esta particularidad del
ajedrez mexicano y la han sabido aprovechar cuando su delegación es
suficientemente numerosa para formar un equipo compacto para acaparar los
premios mas sustanciosos.
Para combatir esta creciente manipulación de resultados solo
quedan dos soluciones: Que se repartan equitativamente los premios entre los
que logran una misma puntuación, como se hace en la mayoría de países, como los
Estados Unidos, los de Europa y los torneos oficiales de la FIDE.
Segundo, que se limite el número de invitados de una misma
nacionalidad para evitar formen grandes equipos, limitando a no más de seis de
una misma nacionalidad y que se trate de invitar al menos a jugadores de tres o
cuatro países vecinos, como podrían ser los Estados Unidos, Cuba, Guatemala, El
Salvador; así como jugadores avecindados en México, siempre que no superen el
número de seis de una misma nacionalidad. Por supuesto que a los jugadores
naturalizados mexicanos no se puede, ni debe, restringirles de ninguna manera.
Con esas dos medidas se evitará, en un grado sensible, el
triste aspecto que dan los continuos arreglos entre jugadores extranjeros de
una misma nacionalidad, así como de sus émulos mexicanos.