Por finalizar el año se presentó en México la exposición de una
selección de 30 obras de importantes artistas del impresionismo y el movimiento
moderno en Francia con el evento de Obras Maestras del Musée de l’Orangerie en
el museo Dolores Olmedo.
Asistí muy bien acompañado a ver
las obras, y a ambos en particular nos gustó la obra de Henri Rousseau, el llamado Aduanero, que ya había
yo visto en un sello postal y que ahora pude contemplar en “vivo”, por así
decirlo.
Rousseau, hombre humilde, supuestamente soldado en las tropas de
Napoleón III que invadieron México, asombró a la crítica cuando el polaco
Guillaume Apollinaire, el poeta favorito en ese tiempo de Paris, lo descubrió.
El aduanero no tenía formación oficial artística, un autodidacta, pero como
decía Alfonso Reyes, el genio no se legisla.
Reyes decía que había quienes doblaban el Cabo de la Buena Esperanza de
los cuarenta años sin ser descubiertos, citando los casos del pintor mexicano
Hermenegildo Bustos y el escritor Mariano Azuela. Por cierto Don Alfonso remarca que Bustos
firmaba sus cuadros con la misma leyenda de Van Eyck: “¡A ver si puedo!
En alguna crítica leí que el entrenador y maestro internacional Shasha
Shashin era un desconocido incluso en Rusia. Lo que está muy lejos de la
verdad, pues ha entrenado a varios campeones de Europa y como jugador estuvo a
punto de derrotar a Korchnoi y es sabido que el gran Victor deseaba fuera su
entrenador allá por 1976, poco antes de que se exiliase de la URSS. Pero si así
fuera, y fuera un soldado desconocido del ajedrez, sería más bien culpa de los
que debieran acopiar el acervo de las conquistas humanas para ser transmitidas
y se integre así la cultura.
Shashin publicó sus trabajos en artículos de la principal revista de
ajedrez de San Petersburgo, pero como el idioma ruso solo es leído por una
veintena de millones de ajedrecistas en el mundo y en cambio es intransitable
para muchos comentaristas de habla castellana que se insinúan en la sociedad
como referencia, se les comprende que lo desconozcan. Sin formación específica
en ajedrez, seguramente corren el riesgo de descubrir por su cuenta la América
del ajedrez si no cuentan con las genialidades de los grandes autodidactas como
el Aduanero, Azuela o Bustos.
La sólida formación científica de Shashin y sus reconocidos títulos
internacionales debieran garantizar, sin contar su experiencia de 30 años como
entrenador y una decena de titulados internacionales de alumnos, que se le
respetase y se le tomase en serio. Tal vez su libro no tenga la altura del
Telémaco de Fenelón para preparar a un Duque de Borgoña para gobernar, ni sea
una Historia de los Savarambios de Vairasse, pero para muchos puede ser una
aportación sincera que emocione como los cuadros sencillos del Aduanero, que,
al calor de una palma amada, alegre el corazón ante una luz de una manera
fresca de pensar.