El
jueves 23 de enero, en su página 3, La
Jornada publicó un alarmante artículo que iniciaba:
“Bajo
llave y vedado al público, en el sur de la ciudad se encuentra un tesoro del
conocimiento entre las páginas de más de 3 mil libros.
Se
trata de la Biblioteca Félix de Jesús Rougier que está amenazada con perderse.
Su antiguo acervo reúne volúmenes del siglo XVI al XVIII, especializados en
filología, literatura clásica y novohispana, derecho, ascética, historia y
teología.
Detrás
de esa colección majestuosa y meticulosamente adquirida en el transcurso de
años está un hombre.
El
sacerdote Carlos Zesati fue el artífice de la biblioteca que se ubica en el
Centro Félix de Jesús (Cefej), dirigido por los Misioneros del Espíritu Santo,
en el centro de Tlalpan. Tras su muerte, ocurrida el pasado agosto, su legado
también parece sucumbir.
El
doctor Zesati, constructor, vigilante y protector, presagió la muerte de la
biblioteca que fundó y dirigió desde 1989 hasta el último día de su vida. Aquejado
de una enfermedad terminal, se había anunciado que el centro bibliográfico
cerraría el pasado diciembre ante el retiro de su director.
El
estudioso, en medio de una agitada agenda y la preocupación, accedió a
conversar con La Jornada.
Sin embargo, Carlos Zesati murió dos días antes de concretarse la cita.
Dos
días después del fallecimiento, el acervo de más de 200 mil libros,
especializado en ciencias religiosas, con una importante sección de filosofía,
sicología, historia, literatura y una colección de 3 mil 105 libros antiguos,
que datan de 1521 a 1835, fue cerrado y el silencio se instaló entre las
autoridades eclesiásticas.”
Si esta biblioteca tan importante está por perderse, ¿Qué se
puede decir de las de ajedrez? La más grande en México de la que se tenía
noticia, la del Lic. Alfonso Carreño, de más de 15 mil volúmenes se desapareció
con su muerte. Una de las más grandes y de importancia histórica fue la que
donó a la Biblioteca Nacional el que fuese funcionario de alto nivel en el
gobierno del presidente Lerdo de Tejada, el ajedrecista campeón de México de
origen cubano, Don Andrés Clemente Vazquez, con cientos de libros anteriores al
siglo XX no ha sido consultada por nadie en treinta años y la mayoría de los
ajedrecistas mexicanos no saben de su existencia.
Con el internet ahora lo más práctico es tener bibliotecas
digitales de ajedrez, en las que se pueden almacenar unos 20 mil documentos de
ajedrez que ya no tienen derechos de autor y otros 30 mil que sería muy fácil
lograr los permisos para usarlos si son parte del acervo de una institución sin
fines de lucro como son las universidades o dependencias de la Secretaría de
Educación Pública. Pero mientras esto no se haga, con los precios actuales de
libros, entre 20 y 30 dólares, o entre 300 y 500 pesos mexicanos por libro
promedio, o de bases de datos de entre 600 y 700 pesos, los jóvenes ajedrecistas
de la América Nuestra enfrentan dos grandes problemas: tener acceso a la información
y tener conocimiento de cómo utilizar esa información.
Por eso se van rezagando de los jugadores de otras
latitudes, donde si cuentan con bibliotecas y acceso a la información atesorada
en los dos últimos siglos que llegan a casi 100 mil libros y revistas de
ajedrez y a la asesoría de personas que saben manejar tal información.
Pero aquí, si las bibliotecas de importancia como la Rougier
fenecen, las de ajedrez ni nacer pueden, en una época en que la digitalización
de libros nos permite el acceso a libros antes inalcanzables como el de Ruy
Lopez del siglo XVI y el que apenas salió hace dos días sobre Carlsen.