26 ene 2014

La Internet, la Uruc del siglo XXI, cuidad de los libros en una nube.




A veces, en el afán de conseguir un libro, parecemos capaces de emular al mago Setna, hijo de Ramsés II, violando una tumba para apoderarse del manuscrito del Dios Tut, en una época que los sepulcros eran lo mas respetado por los egipcios. Los textos sacros de Tut se custodiaban en Heliópolis y ahí un ejército de escribas los copiaban para hacerlos llegar con numerosos comentarios por la nación, 6 mil años antes de Cristo.
Diez mil manuscritos reunió Kao-Ti en China, 200 años antes de nuestra era y algunos eran obras que por si solas constituían una biblioteca.
El persa Cosroes gasta una fortuna para que su médico sustraiga de la India el Panchatantra, fabulas budistas, que hoy conocemos, gracias a los árabes como Calila y Dimna.
Un Tolomeo  negó el trigo a los atenienses si no entregaban los manuscritos originales de Esquilo.
El caldeo Sargón creo en la lejana Uruc (Warkah), la Ciudad de los libros, cuya colección se vería minúscula comparada simplemente con la de libros de ajedrez que circulan por la red de Internet.
La Internet reúne las dos formas del afán de conservación: la recopilación y la transmisión, lo que antes se representaba solo con la Biblioteca y la Escuela. La Biblioteca responde a la necesidad, escribía Don Alfonso Reyes, de preservar en lugares sagrados ciertos textos tan indispensables a la vida del grupo como las transacciones religiosas y las políticas (aún las comerciales). También los fastos del monarca, cosa no sólo de orgullo, sino más aún, enriquecimiento y adquisición espiritual para el pueblo. (Artículo “Génesis de la crítica”, Al Yunque 1960, Obras Completas de Alfonso Reyes, tomo XXI, pp.296-299).
Los que nos criamos de alguna forma en sitios donde se habla uno de tú con los ratos, como la biblioteca de mi abuelo, extrañamos en la Internet el olor del libro, o como decía el admirado amigo Enrique Palos Baéz, “el olor a intimidad”, así como el acariciar el papel amarillento de los viejos ejemplares, la piel de los mejores amigos de un niño, ya sea devoto de Frascuelo y de María, o aventurero con James Cook por los mares del Sur de la imaginación.
Pero en el actual recorrido de páginas web, nos volvemos inseparables del ratón electrónico y reemplazamos de alguna forma nuestro dialogo con los de carne y hueso que gentil e inexorablemente, orinaban las páginas de los textos y amenazaban cobrarnos la osadía de escudriñar sus lares con alguna enfermedad extraña, fogueo necesario para la sobrevivencia posterior de décadas acumuladas de respirar polvos de biblioteca.
Ahora visito los anaqueles de las bibliotecas vaticanas e invado los estantes de la de Cleveland recolectando, admitidamente, con permiso o sin él, las conversaciones del pasado en forma de archivos PDF o mp3.
Paso del cirílico al latino, en el mar de alfabetos y alefatos a pulsos de ratón, con la impunidad de una señal hackeada y regreso de cada navegación con varios gigas de botín y como pepenador clasifico y paso a archivo zombie de un disco duro portátil de varios teras lo que creo no será de uso pronto. Y lo que creo que es notable y oportuno, lo comienzo a subrayar, virtualmente por supuesto, separo y selecciono y lo paso a fichero de Word, con la previa traducción liberal de idiomas eslavos y sajones al más civilizado, para mi, de Cervantes, Martí, Unamumo y Lorca.
Uruc así es el terreno de juego que promete hallazgos continuos y luego paso a los blogs que es el ágora donde convocó al aula que abro en una nube para la segunda forma de conservación, la transmisión, donde sin pudor alguno, trato de poner al desnudo las ideas y modelos de los jugadores del pasado y las del presente, atreviéndome, más a menudo de lo que dicta la prudencia, a anunciar lo que los modelos del futuro pueden ser.
Como estos no son terreños de rebaños, me separe de ellos hace tiempo, adquiriendo mi bien ganada mala reputación, que ahí la dejo para que los respetuosos de normas y cabildos, hagan lo que quieran con ella.